¿Centros de refugiados en Libia?: «La idea italiana es para morirse de risa»
El área propuesta está en manos de tribus leales a Gadafi, tuaregs y células de Daesh
«Absurdo»; «de locos»; «es no tener ni idea de lo que pasa en Libia» . Las reacciones de los libios ante la propuesta de Matteo Salvini –ministro del Interior italiano- de levantar centros de detención en el sur del país pivotan desde la incredulidad a la indignación. «Si no fuera por lo doloroso del asunto me moriría de la risa », espeta Fathi Ben Khalifa , líder de un partido político laico que intentará hacerse un hueco en unas elecciones programadas para este año . Casi nadie, incluido él mismo, piensa que se vayan a celebrar.
En conversación telefónica, Ben Khalifa se desahoga: «Pretender levantar centros de detención en la costa, donde casi cada localidad cuenta con su propia administración, sus propias fuerzas armadas y, en definitiva, su propia ley requeriría diplomacia y dinero en cantidades ingentes. Pero hacerlo en la inmensidad del desierto, donde se enfrentan a diario los pueblos locales como los tuareg o los tubus, tribus leales a Gadafi, e incluso a células de Daesh es, simplemente, misión imposible», subraya este contendiente político. Y no se trata de un cualquiera porque fue uno de los integrantes del Consejo Nacional de Transición, el gobierno paralelo levantado durante la insurrección de 2011 que acabó con cuatro décadas de mandato de Muamar Gadafi .
Ben Khalifa, que se reunió recientemente en Nápoles con miembros del Ejecutivo italiano , ha asegurado que más de un analista transalpino le reconoció entonces que el Gobierno no les consultaba ante decisiones importantes. En cualquier caso, a Salvini le habrían bastado unas mínimas dotes de observación durante su visita relámpago a la capital libia para hacerse una idea de la debilidad de su anfitrión .
Aterrizó en Mitiga , el antiguo aeropuerto militar hoy el único operativo en Trípoli tras ser destruido el principal en una guerra, la de 2014, que no se radió. De ahí surgieron dos Gobiernos, aunque el que recibió al italiano fue un tercero que desembarcó en Trípoli, literalmente, en marzo de 2016. Fayez Al Serraj es el primer ministro de este Ejecutivo que cuenta con reconocimiento de la ONU, y que se apoya en una poderosa milicia salafista.
Y no se esconden: los coches de Policía del antiguo aparato de seguridad de Gadafi en Trípoli los conducen hoy hombres de barba «de puño» y callo de rezar en la frente –se le llama la «marca del rezo» o la «uva pasa». Controlan las principales infraestructuras de la ciudad como el aeropuerto y el puerto, así como el céntrico distrito italiano o la ciudad vieja. Gorji y Gargaresh, al suroeste, son territorio bereber, como dan fe la plétora de pintadas en su alfabeto, o ese «Fuck you» sobre el muro que marca su linde más septentrional. Se levantó para rodear esa malograda depuradora de aguas que hace el aire irrespirable, un día sí y otro también.
El sureste de la capital está en manos de Ghaniwa , un «señor de la guerra» que trata de no llevarse demasiado mal con los Warshafana , justo al otro lado de la calle. Al este de la ciudad, el distrito de Souk al Juma es un campo de batalla recurrente para los hombres de Tajoura y la milicia salafista de la ONU. Atrapados en el fuego cruzado están los libios y, por supuesto, decenas de miles de subsaharianos que sueñan con huir de allí en un bote hinchable.
Fuera de control
Cuando no se esconden en pisos patera o en algún lugar de la inmensa playa libia –son 1500 kilómetros de costa desde la frontera de Túnez a la de Egipto–, se reúnen en lugares como el puente de Gargaresh esperando subirse a la trasera de una camioneta para un día de trabajo en la construcción.
Trípoli es duro, pero no es, ni mucho menos, la etapa más peligrosa de esta travesía hacia Europa. Desde Nigeria, por ejemplo, se tardan entre cinco y siete días en atravesar el desierto del Sahara en la parte superior de un camión cargado de todo tipo de cosas: desde muebles hasta cabras. Los emigrantes también van atados con cuerdas porque el conductor no para si alguien se cae. Todos dicen haber visto los cadáveres abrasados por el sol durante el trayecto
Parada en Sabha , la capital del sur que es imposible de evitar. Todos pasan por allí camino de la costa, de ahí la idea de Salvini de levantar centros de detención en la zona más inhóspita de Libia. Los libios son completamente ajenos a lo que sucede en el sur del país, principalmente porque nueve de cada diez viven en el litoral . Localidades sureñas, como Sabha, Ghat o Gatroun, son lugares que solo conocen de oídas los que tienen algún familiar o amigo que hizo allí el servicio militar.
«Aquello es un lugar totalmente fuera de control en el que las mafias se disputan el tráfico de personas, de drogas, de armas…», explica Adam Rami Kerki . Lo sabe bien porque es de allí. Lidera el Consejo Supremo Tubu, un organismo «paraguas» para este pueblo subsahariano que vive entre las fronteras de Libia, Chad y Níger. Como muchos hijos del inhóspito sur, ha optado por fijar su residencia a orillas del Mediterráneo en Bengasi , la segunda ciudad de Libia.
«En el sur ya no hay más que milicias; ningún líder político o tribal se atrevería a pasar una sola noche allí», asegura el tubu, antes de recordar que la única visita que ha hecho Fayez al Serraj duró tres horas.
« ¿Centros de detención en el desierto ? No podrían levantar ni una pared de contrachapado», sentencia Kerki, tajante, sobre los planes de Roma. Por el momento, lo más parecido son los que dependen del Ministerio del Interior libio. Se trata de antiguas secuelas donde extienden colchones donde antes había sillas y pupitres.
Noticias relacionadas