Carmen de Carlos - EN EJE
Virus de la pobreza
Con la excusa de la pandemia se alimenta la servidumbre de los argentinos que terminan sometidos al favor económico de un Gobierno que se cree que el Estado son ellos
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«A la Argentina después de la pandemia, me la imagino bien peronista. Con las empresas de servicios públicos y el comercio exterior en manos del Estado, con un Estado bien fuerte (…) El comercio exterior tiene que estar en manos del Estado». Gabriel Mariotto, parlamentario del Mercosur, promotor de la ley mordaza de Medios de Comunicación de Cristina Fernández, durante su primer Gobierno y persona de confianza de la expresidenta, resumió en estas declaraciones el pensamiento de la actual Administración «perokirchnerista».
Mariotto no es un «perejil» (don nadie) en Argentina. Sus palabras, en una entrevista realizada por el periodista militante Dante Palma, reflejan los objetivos reales que hay detrás (y en el fondo delante) del Gobierno de doble comando o bicéfalo que comparten los Fernández. La idea de un Estado paternalista, que funcione como madrastra, no es nueva pero sí la confesión de la misma como objetivo desde que Alberto Fernández asumió en la Presidencia. Para avanzar en la conquista de ese poder absolutista se necesita mantener y cavar más profundo en el pozo de la miseria de buena parte de la población.
En ese proceso, las herramientas de la pobreza histórica, se utilizan con habilidad renovada. Con la excusa de la pandemia se alimenta la servidumbre de los argentinos que terminan sometidos al favor económico de un Gobierno que se cree que el Estado son ellos. El resultado, si el proceso termina en éxito, es mayor clientelismo. Es decir, más votos a cambio de limosna para comer por no hacer nada hoy, mañana y siempre. La idea, es dar la puntilla a la cultura del trabajo, un virus que se anula a golpe de talonario. Mauricio Macri, por miedo, torpeza o ambas razones, insistió en asfaltar ese camino con una avalancha de subsidios que superó con creces a los de la viuda de Néstor Kirchner. Lo irónico es que los réditos electorales de estas prácticas parecen ser exclusivos del peronismo, un espejo en el que se mira, con demasiada frecuencia, el Gobierno de Pedro Sánchez y Pablo Iglesias.