Carmen de Carlos - EN EJE

Demasiado tarde

La Iglesia chilena, durante los 17 años de dictadura, desempeñó un papel ejemplar

Manifestantes contra el gobierno chileno, en Valparaíso Reuters

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Cuando el General Perón, enfrentado con la Curia, decía, palabra más palabra menos, «no me quemen las iglesias», los suyos entendían el mensaje y salían a prender fuego a los templos. En Chile, la ira de los grupos violentos mapuches se traduce periódicamente en antorchas en altares y hasta en salones evangélicos. En especial, en la Araucanía, tierra que consideran de su propiedad. Hace un año, cuando el delirio de los antisistema (con apoyo del exterior) arrasó las calles de Santiago, también ardieron iglesias. Esta semana, en el aniversario de aquellas movilizaciones, a las que terminaron sumándose miles de chilenos descontentos con su presente y su pasado, el fuego se reavivó. La histórica parroquia de la Asunción volvió a ser pasto de las llamas de los encapuchados, con la de San Francisco de Borja. Las imágenes del interior ardiendo y la voz de una mujer que celebra «la única iglesia que ilumina…» provocan una extraña sensación de miedo y desconcierto.

En vísperas de que se celebre el referéndum para redactar otra Constitución que no recuerde a Pinochet -y elegir el modo de hacerlo-, convendría refrescar la memoria de esos pirómanos tan democráticos. La Iglesia chilena, durante los 17 años de dictadura, desempeñó un papel ejemplar y, en especial, la Vicaría de la Solidaridad de Santiago con Monseñor Raúl Henríquez.

En estos tiempos revueltos parecería que es fácil y de escasas consecuencias cometer actos vandálicos contra los templos cristianos. Es como si todo quedara en anécdota. En su visita a Chile, en 2018, el Papa se dejó acompañar, durante toda su visita, de Juan Barros, el exobispo de Osorno acusado de encubrir al sacerdote pedófilo Fernando Karadima. La recepción al Pontífice fue más fuego de altares e imágenes. Francisco, más tarde, ordenó una investigación a Barros, y en junio aceptó su renuncia, pero ya sería demasiado tarde para recuperar la fe de muchos chilenos.

En Francia, a un profesor le cortó el cuello un joven musulmán por poner a Mahoma de ejemplo al hablar de libertad de expresión. Millones de franceses se echaron a las calles pero… también fue demasiado tarde.

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