Carmen de Carlos - En eje

Argentina empieza una transición

Alberto Fernández no ignora que tiene medio cuerpo esposado al kirchnerismo más duro

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Argentina empieza una transición. La pregunta, ¿hacía dónde? aún no tiene respuesta. Sobran argumentos para pensar que se repetirá la historia y el cambio no será evolución sino paso atrás. Cristina Fernández, como vicepresidenta electa, expresa y concentra esta teoría sin necesidad de mayores explicaciones. Algunos observan que ha cambiado, que es otra, que no tiene ambición de poder, que se quedará en un segundo plano y que, de verdad, dejará a Alberto Fernández gobernar como quiera (lo que él quiere está por ver). Tengo para mí que esto es más expresión de deseo que reflejo de la realidad. Alguien con ese perfil renovado no se habría presentado a las elecciones, ni habría diseñado esa «fórmula» presidencial que le ha salido perfecta.

Tampoco se habría ocupado de inundar la lista de diputados con sus «cachorros» de La Cámpora, ni habría puesto a un agitador como Axel Kicillof como candidato –y ahora gobernador electo–, de la provincia de Buenos Aires. Por si esto fuera poco, hay que añadir un detalle (los detalles, al final, son todo). La noche de las elecciones, la de su victoria (porque suya es), la de su regreso (ahí está), decidió personalmente quién tenía derecho a entrar en el «bunker de campaña» en la zona «vip» (ellos también tienen clases) y quién no. Su fiel servidor, Oscar Parrilli, el ex jefe de servicio de Inteligencia al que trataba como un lacayo, se encargó por orden suya, como recuerdan los diarios locales, de distribuir las pulseritas a los privilegiados. Pensar que quien ha manejado toda la trastienda política y controlado detalles como el de la «pulserita» se va a quedar al margen del poder es no conocer al personaje ni querer ver lo que tiene delante.

Alberto Fernández sabe y conoce al milímetro el cerebro y el alma de su exjefa, ex enemiga, posterior madrina electoral y ahora vicepresidenta. Este Fernández no ignora, por muy presidencialista que sea Argentina, que tiene medio cuerpo esposado al kirchnerismo más duro y el otro, atornillado a unas convicciones que no termina de definir. La frase de Néstor Kirchner, «no me juzguen por lo que digo sino por lo que hago», habrá que reflotarla en su Gobierno. La herencia económica es ruinosa (la del respeto, libertades, obras públicas e institucional es otra cosa) y parecida a la que dejó el kirchnerismo del que formó parte. A partir del 10 de diciembre, eso y el resto será todo suyo y el peso debe producir angustia. Quizás, eso explique, en la derrota. el rostro de alivio de Mauricio Macri.

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