La batalla del Donbass se libra aldea a aldea
Los habitantes de los pueblos cercanos a Sloviansk huyen agobiados de sus hogares ante el avance ruso
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« Nos tenemos que ir », musita una voluntaria, y las cuatro palabras descomponen a Irina y Dima, sobrina y tía, hasta ese momento un ejemplo de estoicidad. La angustia se transforma en una mueca desencajada de tristeza y rabia. Se abrazan fuerte y ... las lágrimas esparcen el maquillaje brillante con el que Irina pretendía engañar a su hijo Vladímir, de nueve años, para dar visos de normalidad a una despedida que puede ser la última. «Yo no me puedo marchar porque mi madre, muy anciana, está ciega», cuenta Dima con la voz entrecortada. «¿O cree usted que me ayudarán a sacarla de Nikolskaya?», añade mientras su sobrina se arma de valor, levanta sus bolsas y se dirige con su hijo a uno de los dos autobuses de evacuación dispuestos por el Gobierno para sacarles del Donbass.
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Junto a ellos, 30 personas esperaban ayer frente a la alcaldía de Sloviansk una huida del infierno en el que se ha convertido Limán y sus alrededores, una quincena de kilómetros al noreste, desde que Rusia reforzara su ofensiva para someter la provincia de Donetsk, ocupada al 70% por las tropas de Moscú . Lugansk y Donetsk conforman el ansiado Donbass , prioridad de Vladímir Putin, y centran el esfuerzo militar del Kremlin para cosechar una victoria tras tres meses de guerra que no han logrado ni siquiera el objetivo de someter la zona rusófona. Tras retirarse de Kiev, Chernígov y Járkov, entre otros puntos, las autoridades rusas parecen enfocar sus esfuerzos en completar el control aldea por aldea y pueblo por pueblo con una intensidad de fuego desproporcionada.
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«Los bombardeos empezaron hace un mes, pero desde hace días son constantes, día y noche. No hay luz, agua ni gas, no hay médicos ni ayuda humanitaria . No sé qué ha pasado con mi casa. Mi vecino murió en un ataque y no había señal para avisar a nadie para que se llevaran su cadáver. Nosotros nos fuimos a Nikolskaya pero allí también empezaron a bombardear», explica con la voz entrecortada Irina mientras acomoda sus pertenencias en el autobús. A su lado Timofei hace lo propio junto a su esposa, su hijo Guennadi y la pequeña Oliana. «Es demasiado peligroso quedarnos en nuestro pueblo. Los rusos se están acercando mucho y mi hija está desarrollando problemas respiratorios de puro miedo. Cada vez que bombardean, ella se ahoga».
La coordinadora del convoy explica que la cifra de personas que pide salir se ha multiplicado. «Hasta ahora se marchaban 15 residentes al día y hoy son 33». El alcalde, Vadim Liaj, alza la voz para hacerse oír entre las sirenas antiaéreas que retumban sin pausa. «La situación en las aldeas circundantes está empeorando rápidamente . Para rodear Sloviansk deben tomar antes Limán, de ahí que la ofensiva se concentre allí. Por el momento no parece que vaya a caer, pero si eso ocurre tendremos que sacar a toda la población de Sloviansk», admite Liaj, que lleva semanas pidiendo a los habitantes que se marchen del Donbass. De los 100.000 residentes habituales hoy quedan 30.000. Informaciones sin confirmar señalaban a última hora la ocupación de algunos barrios de Limán a manos rusas.
Tras retirarse de Kiev, Chernígov y Járkov, entre otros puntos, las autoridades rusas parecen enfocar sus esfuerzos en completar el control aldea por aldea y pueblo por pueblo con una intensidad de fuego desproporcionada
Posiciones estáticas
Una decena de kilómetros al sur, en Kramatorsk -hoy la capital del Donetsk ucraniano- su corregidor Oleksander Goncharenko detalla la ofensiva en ciernes. «La situación en el Donbass es difícil pero no crítica. En Limán no hay suministros desde hace tres semanas y quedan 9.000 personas que pueden ser evacuadas, pero muy poco a poco. Sólo la Policía y el Ejército está autorizada a acercarse por lo peligroso de la situación y nunca se sabe cuándo es el momento de salir», explica en el Ayuntamiento, cuya planta baja está repleta de víveres y palets con agua que se reparte a los vecinos. «En las últimas dos semanas, las posiciones rusas apenas cambian: pueden avanzar uno o dos kilómetros por semana, pero no vemos riesgo de ser rodeados o invadidos de forma inminente . Intentan avanzar desde Popasna a la carretera entre Bajmut y Lisichansk [antes conocida como la ruta de la vida porque era la única vía de escape para los ucranianos del Donbass para aislar a nuestros soldados en Lugansk. Es la línea ofensiva más peligrosa y un objetivo principal, de ahí que lleven bombardeando Bajmut por tierra y aire con artillería pesada, que ahora está al alcance de su artillería pesada. El riesgo no es tanto que caiga Bajmut como que sea destruida por la aviación rusa, como le ha ocurrido a Izium. Y ese también es el riesgo que corre Limán».
La caída de Limán -o su destrucción hasta los cimientos, siguiendo la estrategia rusa en Siria o Chechenia- dejaría a Sloviansk al alcance de la artillería rusa, lo cual desvela a los responsables municipales. Si cae Sloviansk, Kramatorsk quedará también en el rango de alcance artillero y será la siguiente, completando así el control de Donestk. Mientras, en Lugansk, sólo Severodonetsk y Lisichansk resisten junto con las aldeas próximas -el 90% de la región está en manos rusas- pero se desconoce por cuánto tiempo. «La situación allí es crítica y empeora día a día. No sabemos cuánto podremos defenderla . Los rusos están haciendo allí lo mismo que en Mariúpol o en Rubizhne, donde ya han destruido el 90% de la ciudad. En Severodonestk se estima que la mitad de la ciudad ha sido bombardeada. La carretera de Bajmut-Lisichansk, que nos protege, está al sur de Severodonestk y lleva días siendo bombardeada noche y día», explica el alcalde de Kramatorsk. «Lo único que nos salva es el río Seversky Donest, porque les cuesta mucho atravesarlo. Si cae la ciudad, tendremos que reventar los puentes para frenar su avance».
Goncharenko recuerda que los «tres o cuatro» intentos rusos de atravesar el río con puentes de pontones han sido repelidos exitosamente por Ucrania con un alto precio en vidas para Moscú, pero también admite -como el propio Zelenski- que entre medio y un centenar de soldados ucranianos pierden la vida a diario en Donbass. «El problema es que los rusos traen nuevas armas y hombres frescos », apunta. Con la «difícil» situación, el alcalde ha pedido a los ciudadanos de Kramatorsk que huyan rumbo a zonas más seguras, pero «quien quería salir, ya lo ha hecho. De 160.000 habitantes deben quedar unos 50.000. El problema es que algunos están empezando a regresar, en los últimas dos semanas 5.000 personas. Eso, a pesar de que el último ataque contra Kramatorsk fue el 5 de mayo», un bombardeo aéreo que reventó en un sólo día 2.400 apartamentos, dos colegios, un centro comercial y una central de ambulancias. 25 personas resultaron heridas.
Sin suministros
El deterioro de las condiciones de vida avanza tan rápido como la ofensiva. Ayer, el suministro de gas se interrumpió en Donetsk por primera vez desde el inicio de la guerra. «Las líneas de suministro resultaron dañadas por los ataques en Lugansk y Járkov y hoy han sido atacadas a la altura de Severodonetsk. Se nos han acabado las reservas de gas. Puede ser casualidad o no, pero el hecho es que salvo que nuestro Ejército repela a los rusos 20 o 30 kilómetros al norte no podremos reparar los conductos».
El corte del gas es otra bofetada psicológica para una población maltrecha. En el hospital de Sloviansk, donde las ventanas parecen vomitar sacos terreros, el doctor Ihor Materinski recibe en un despacho junto a dos sillas de cámping recortadas y ajustadas a una estructura de ruedas . «Necesitamos personal. Sólo hay cirujanos pero necesitamos ginecólogos, traumatólogos, neurólogos… Antes, el hospital incluía un edificio de Neurología, otro de Traumatología y otro de Ginecología y nuestro equipo estaba formado por 700 profesionales. Ahora sólo funciona la policlínica y somos 80 en total, con cinco médicos trabajando en turnos de 24 horas».
Una decena de kilómetros al norte, ocho columnas de humo negro ensucian el cielo azul desde Limán, recordando a los persistentes habitantes de Sloviansk el riesgo de quedarse. En la cafetería Slavni, cuyo escaparate está decorado con un gigantesco corazón de pétalos rojos , hay aparcada una camioneta pick up de camuflaje con mochilas militares y un lanzamisiles antitanque Javelin, icono de la ayuda occidental a Ucrania, en su caja posterior. En el interior del local, seis mesas son ocupadas por soldados que disfrutan de comida caliente; al lado de los platos de pollo, salchichas y patata asada, sus fusiles reglamentarios contrastan con la música pop que emerge de los altavoces.
La caída de Limán -o su destrucción hasta los cimientos, siguiendo la estrategia rusa en Siria o Chechenia- dejaría a Sloviansk al alcance de la artillería rusa, lo cual desvela a los responsables municipales
El colegio número 14 de Sloviansk fue atacado al inicio de la guerra, dos días después de que sus estudiantes fueran evacuados. La decoración infantil -muros con gatos, patos sonrientes y mariposas- se quiebra con el cráter que dejó el proyectil que reventó sus cristales. En su interior, peluches, pósteres con frases básicas y estanterías de libros permanecen intactas, como si se hubiera congelado el tiempo. «Nos atacan con cantidad, no con calidad. Nadie sabe cuál es la estrategia rusa, pero parece que se trata de destruirlo todo y matarnos a todos », explica Eduard, un recluta de 24 años natural de Járkov con el rostro aún marcado por el acné. «A nadie le interesa esta guerra. Con el puerto de Odesa bloqueado, el hambre se extenderá por todo el planeta. Por favor, diga en Europa que paren esta situación porque no sólo se va a sufrir en Ucrania, sino en todo el mundo».
Volodia y Masha se marcharon en busca de seguridad en 2014, pero su experiencia fue tan negativa que ahora que tienen una hija de siete años, Katia, han decidido permanecer en Sloviansk pase lo que pase. «No tenemos dinero y no podemos sobrevivir mucho tiempo fuera. Además, de los refugiados se cansan pronto y comienzan a tratarnos mal », explica ella mientras observa a la pequeña corretear con un patinete frente a la biblioteca municipal. «Aquí tenemos nuestra casa y en el sótano hemos acumulado todo lo necesario para sobrevivir una temporada», añade.
«No me cabe duda de que los rusos llegarán hasta aquí », apostilla su marido Volodia, 67 años y, como toda su generación, ex soldado de la Unión Soviética. «La guerra es un negocio. De aquí Putin saca un beneficio del 300%, y el resto del mundo también, porque revitaliza el mercado de las armas. Y nosotros, los pobres, seremos aún más pobres porque no hay trabajo», musita indignado. «Los ucranianos no queremos ayuda humanitaria, queremos ganar dinero con nuestro trabajo. Y ya ve, no podemos hacerlo. Nuestro destino está en manos de un solo hombre, Vladímir Putin, el resto somos carne de cañón para él», concluye.
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