Alberto Fernández tiende puentes en el discurso de su toma de posesión en Argentina
El nuevo presidente quiso marcar distancias con la etapa «kirchnerista», pese a contar con Cristina Fernández como vicepresidenta
Quería establecer con claridad y desde el minuto uno, las diferencias con Cristina Fernández . No debió ser fácil pero el resultado, al menos en su discurso de investidura, fue el deseado. Alberto Fernández se presentó como el presidente de la «unidad sin rencor», como un jefe de Estado dispuesto a «levantar Argentina» y a «pagar la deuda» pero no a cualquier precio. El sucesor de Mauricio Macri puso sobre la mesa las «cifras y datos contundentes» (en negativo) de su antecesor, convocó a empresarios y sindicatos y declaró la guerra al actual Poder Judicial. «Nunca más una justicia contaminada», clamó. En simultáneo, pidió condenas, para los corruptos (o corruptas), anunció la intervención de la Agencia Federal de Inteligencia (AFI), el tijeretazo de publicidad oficial a los medios de comunicación, un Plan integral contra el hambre, créditos estatales, ayudas para los marginales y un nuevo presupuesto una vez que logre (si logra) un acuerdo que evite hacer oficial el virtual default (cesación de pagos) en el que se encuentra el país.
«Nunca más» (título del informe de la Comisión de Desaparición de Personas), «levantar Argentina» y «unidad», fueron las expresiones más reiteradas en el Congreso durante un discurso donde invitó a «superar el muro del odio y del rencor». Fernández, salvo la polémica sobre la ampliación del aborto, no se dejó nada en el tintero y cerró con el único asunto, sin fisuras, que abraza la sociedad. «No hay más lugar para colonialismo en el siglo XXI», haremos «el legítimo reclamo« de las islas Malvinas, bajo soberanía de Gran Bretaña. Con pasajes que parecían más dirigidos a Cristina kirchner que a Mauricio Macri, rechazó «aislarse del mundo».
El Fernández que ayer se presentó como el número 1 prometió «robustecer el Mercosur» (mercado Común Suramericano) de la mano de Brasil. El vicepresidente Hamilton Mourao, sentado junto a la presidenta del Senado, Pilar Llop, escuchaba atento. La víspera Jair Bolsonaro cambió tres veces de opinión sobre mandar un representante de su Gobierno a la investidura. Bolsonaro, finalmente, autorizó a Hamilton Mourao. Alberto Fernández entendió la importancia de su principal socio comercial y destacó un vínculo que debe estar, «más allá de cualquier diferencia personal de quienes gobiernan en la coyuntura».
Durante una hora el elegido por los argentinos para tomar las riendas del país hasta el 2023, desgranó sus planes, se colocó en primera línea de fuego contra la violencia de género, «imperdonable», el desafío del cambio climático e hizo repaso, sin ensañamiento pero con contundencia, a la herencia recibida: «Inflación superior al 50 por ciento», «PIB más bajo de la última década», «deuda externa en relación al PIB en su peor momento desde el 2004...)». Hizo el recordatorio que Macri evitó en su día y que le habría ayudado, como sucederá ahora con el flamante Gobierno, a adoptar decisiones incómodas e impopulares.
El Fernández presidente supo hacer guiños a la oposición, a «los que me votaron y a los que no«, se esforzó en mantener un tono conciliador y cuando metió el bisturí en temas espinosos como el de la justicia, fue hábil para enviar, en simultáneo, mensajes para los jueces corruptos pero también para la mujer que tenía sentada a su izquierda y cuyo destino posterior al banquillo y a su vicepresidencia, difícilmente podría ser otro al de prisión cuando concluya la decena de juicios que tiene pendiente (tiene dos ordenes de detención). El Fernández que promete ejercer el poder rechazó la prisión preventiva, «hasta que no haya sentencia». El mensaje era un consuelo para la caterva de ex ministros y autoridades del Gobierno de Cristina Kirchner que todavía están presos por corruptos. En ese mismo discurso, el hombre que tendrá en su mano la posibilidad de una amnistía o un indulto para su vicepresidenta, si termina condenada, dijo algo que, quizás, no hizo feliz a la número dos del Ejecutivo. «Queremos que no haya impunidad ni para el ciudadano corrupto ni para el que lo corrompe», aseguró. La viuda de Néstor Kirchner ojeaba el discurso sobre el papel con gesto adusto.
Las palabras de Fernández fueron, como demostró el domingo durante la misa en Mercedes Luján, más que palabras cuando saludó a Mauricio Macri. De nuevo, el abrazo y las confidencias marcaron una escena imposible de hacer extensible a la viuda de Néstor Kirchner. La actual vicepresidente retiró la vista con desprecio cuando el primer presidente no peronista de la democracia, que logró terminar su mandato, le tomó la mano para saludar. «No cuenten conmigo para seguir transitando el camino del desencuentro», diría el otro Fernández. Con él, es posible pero con ella…
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