Adiós, Atatürk, adiós
El reaccionarismo musulmán ha ocupado la política desde la llegada en 2002 de Erdogan. De Atatürk sólo quedará el icono
Desde la llegada de Recep Tayyip Erdogan y de su partido al gobierno, en 2002, la lógica inexorable del reaccionarismo musulmán más crudo ha ido ocupando no sólo la política de Turquía sino la sociedad, que es más grave. Mismo proceso habido en otros países de la zona al establecerse la «democracia». Los europeos que creyeron en la Primavera Árabe, simplemente estaban confundiendo cuanto decían los tuiteros - una minoría ínfima - con la opinión pública de cada país. Por ejemplo en Egipto. La dinámica informativa, a partir de hechos de alcance reducido extrapolados de manera abusiva, induce a creerse que «las redes sociales echan humo» y otras farfollas periodísticas; o que las ensoñaciones de unos chicos de El Cairo más o menos acomodados representan a muchedumbres analfabetas y todavía sin luz eléctrica. Por desgracia. Hace unos años vaticiné en una Fundación político-cultural amiga que la república turca laica y occidentalizante no sobreviviría, anegada por el islamismo . No me creyeron: los políticos, como siempre, prefirieron creer en el buenismo y las postales turísticas, que facilitan mejor las digestiones y la siesta.
En Occidente se tiende a pensar que los derechos civiles y políticos de la mujer prosperan y mejoran con regímenes democráticos de inspiración liberal y, en todo caso, más que con las dictaduras militares o de partido único. Y no es verdad, porque la opinión pública es mayoritariamente masculina y conservadora y cuando se expresa libremente da el poder a los islamistas, sin remisión. Así acaeció en Argelia. Y en Egipto, con la pavorosa entrega del gobierno a los Hermanos Musulmanes, catástrofe para todos que a algunos diplomáticos españoles parecía algo maravilloso. Y alguno con responsabilidades internacionales serias. En el Egipto naserista, en Irak o Siria se avanzó más que en etapas «democráticas». Y en Turquía.
No ignoro que a los beatos liberales de catecismo -no sólo hay progres así- no les gusta escucharlo, pero es la terrible verdad. Los derechos de la mujer en todo el Oriente Próximo tardaron mucho en abrirse paso y hoy en día están en franca recesión . En Turquía, en aparente paradoja, el ejército era el garante del progreso y la apertura de costumbres y expresión. Unas fuerzas armadas kemalistas minuciosamente emasculadas y postergadas desde la ascensión de Erdogan. Junto con la judicatura, el Ejército constituía el único aval efectivo de una Turquía moderna y creíble digna de entrar en la UE. Pero Erdogan, respaldado por una democratiquísima mayoría absoluta ultramusulmana, pudo llegar al supuesto golpe militar, una mera inducción a los descontentos a destaparse para, a continuación y a toda velocidad, hacer aflorar las nutridas listas negras de militares, jueces, policías, profesores, maestros, funcionarios… previamente confeccionadas y dispuestas para descabezar cualquier oposición a la tiranía islámica . Y a la tremenda, como en otros momentos históricos, ya se tratase de la disolución del cuerpo de jenízaros en 1826 por Mahmud II, que resolvió el problema pasándolos a cuchillo; o del exterminio de los armenios en 1915; o de otras escabechinas habidas a mediados del XIX con yazidíes y nestorianos.
Cuando en abril de 1920 Gazi Mustafa Kemal Pachá fue elegido Presidente de la Gran Asamblea Nacional Turca (y Presidente de la República de 1923 a 1938, año de su muerte) se impuso una tarea ingente: primero defender la integridad e independencia de Turquía frente a los ocupantes (logradas en el Tratado de Paz de Lausana, julio de 1923); y en segundo lugar meter al país en la modernidad y el progreso material, moral e ideológico. La abolición del sultanato en noviembre de 1922, o del Califato en marzo de 1924, junto a la declaración de la República Turca el 29 de octubre de 1923 eran pasos ineludibles para empezar a andar, pero también lo era la igualdad de derechos de las mujeres (1926-1934); la adopción del calendario cristiano, el horario internacional y el sistema métrico; la abolición del fez y el velo; la supresión de los títulos religiosos y del Derecho Canónico musulmán; la implantación del Código Civil; la introducción del nuevo alfabeto turco (1928), prescindiendo del árabe; medidas en enseñanza, comercio, comunicaciones, etc. Con razón se le dio el apelativo de Padre de los turcos.
En la ideología kemalista la emancipación femenina es piedra angular : «No nos pondremos al día con el mundo moderno si sólo modernizamos la mitad de la población», pensamiento que parece calcado de Averroes y en todo caso inspirado en el gran escritor otomano Namik Kemal que, en 1867, exponía idéntica idea en el periódico Tasvir-i Efkar, primer texto que aborda los derechos de la mujer. Pero la liquidación de todo lo conseguido desde 1923 está en marcha, empezando por el Derecho de Familia, las costumbres y la imposición de las manifestaciones religiosas islámicas. De Atatürk sólo quedará el icono -si acaso: tampoco es seguro-, por completo vacío de contenido y con el Estado turco ayudando cada vez de forma más desvergonzada al Daesh . No sé qué pintan nuestros militares allá destacados para defender semejante cosa.