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El golpe de Estado fallido que aceleró la desaparición de la Unión Soviética
Los líderes de la intentona trataron de derrocar a Mijaíl Gorbachov, que pasaba como cada año sus vacaciones estivales en su casa de campo del mar Negro, al sur de Crimea, en agosto
El proceso de disolución de la Unión Soviética se cuajó a lo largo de varios años, pero el fallido golpe de Estado de agosto de 1991 supuso una fecha clave para su desaparición definitiva. El día 19 de ese mes, el por entonces secretario general del Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS), Mijaíl Gorbachov, pasaba como cada año sus vacaciones estivales en su casa de campo del mar Negro, al sur de Crimea. El ala más conservadora del régimen rechazaba las iniciativas emprendidas por el dirigente , en el poder desde marzo de 1985 e impulsor de medidas renovadoras denominadas «Perestroïka», una reestructuración pensada para conciliar comunismo y democracia. Los golpistas recluyeron al líder en su residencia veraniega y le declararon «incapaz de asumir sus funciones por motivos de salud», una estrategia similar a la empleada para arrancar a Nikita Kruschev las riendas de la potencia comunista en octubre de 1964.
Quizá sin quererlo, los argumentos sobre el estado de salud de Gobarchov resultaban paradójicos. El dirigente accedió a su puesto con 54 años, una edad joven comparada con la media de la cúpula comunista, situada en las 70 primaveras. Sus antecesores inmediatos simbolizaban esta tendencia a la gerontocracia : Yuri Andrópov llegó al cargo con 68 años, en noviembre de 1982, y Konstantín Chernenko con 73, en febrero de 1984. Ambos fallecieron mientras ocupaban su puesto de secretario general del PCUS.
ABC se hizo eco del intento por derrocar a Gorbachov el 20 de agosto de 1991. «Los ciudadanos de Moscú reaccionaron ayer ante el golpe de Estado y se echaron a la calle para intentar frenar el paso de los carros blindados que avanzaban por la capital soviética», anunciaba el texto de la portada. En la fotografía, una mujer trepaba por un tanque para enfrentarse a su conductor. Los cabecillas de la intentona golpista, formada por una amalgama de dirigentes de la Policía, el Ejército, el PCUS y la KGB, el servicio secreto, no estaban acostumbrados a la respuesta civil . Como señala el historiador británico Tony Judt en su obra «Postguerra»: «Eran, a su pesar, una caricatura de todos los defectos del pasado soviético: figuras viejas y grises de la era Breznev, de discurso lento y acartonado, ajenas a los cambios experimentados por un país cuyo reloj trataban torpemente de retrasar treinta años».
Los orígenes de la crisis
Las tensiones entre Gorbachov y el núcleo duro del poder soviético, poco partidario de cambios, no nacían únicamente de su escepticismo ante la «Perestroïka». El auge del nacionalismo en algunos territorios que formaban la URSS amenazaba con hacer saltar todo por los aires. El 17 de marzo de 1991, el referéndum sobre el mantenimiento de la Unión probó que la situación tendía hacia la disolución: de las 15 repúblicas originales, solo 9 accedieron a participar en la votación . Si Estonia, Letonia y Lituania, los países bálticos castigados por el Ejército Rojo en enero de 1991, ya habían declarado su independencia, Georgia, Armenia y Moldavia anunciaban entonces su deseo de obtenerla cuanto antes. Un 76% de los ciudadanos soviéticos se mostró favorable al manetenimiento de la «Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas como una federación renovada de Repúblicas soberanas e iguales en derechos», pero la mecha de la crisis ya estaba encendida. La gota que colmó el vaso llegó en julio de ese año. Durante una cumbre de los países industrializados en Londres, Gorbachov anunció su deseo de abrazar la economía de mercado.
Boris Yeltsin, elegido presidente de Rusia por sufragio universal el 12 de junio de 1991, fue el encargado de gestionar la crisis abierta por el intento de golpe de Estado . El dirigente denunció la acción y llamó a la resistencia ciudadana contra el despliegue de los tanques en las calles. Sin apoyo de la población, el 21 de agosto sucedieron dos acontecimientos claves para desmantelar la revuelta: Boris Pugo, ministro del Interior, se suicidó, y Gorbachov regresó a Moscú en avión. Como indica Tony Judt, «la credibilidad del PCUS se hallaba en estado terminal». Pocos después, Yeltsin suspendió todas las actividades del partido que vertebró la vida política de la Unión Soviética desde su nacimiento en 1922.