¿Por qué los argentinos «aman» el dólar?
La historia les ha enseñado que su moneda, llámese austral, peso o cualquier otra denominación que en el futuro algún gobernante quisiera ponerle, nunca les ofrecerá las garantías que les ofrece el «billete verde»
Son tantas las razones de los argentinos para explicar su entusiasmo por el dólar que resulta difícil no compartir su predilección por la divisa estadounidense. La historia les ha enseñado que su moneda, llámese austral, peso o cualquier otra denominación que en el futuro algún gobernante quisiera ponerle, nunca les ofrecerá las garantías que les ofrece el «billete verde» .
Algunos episodios históricos no muy lejanos ponen en contexto las cosas. En 1975, en época de Isabel Martínez de Perón, el Gobierno dispuso una batería de medidas que termino traduciéndose en en una inflación del 777 por cien al año. Como consecuencia se produjo el desabastecimiento de, entre otros, productos de primera necesidad. Es lo que se dio en llamar «el rodrigazo», en «honor» al ministro de Economía Celestino Rodrigo.
La historia pareció repetirse en 1989, ese año el cambio pasó de 14 a 600 en cuatro meses. La hiperinflación hizo trizas el bolsillo y los ahorros de los argentinos. Los precios en los comercios se modificaban varias veces a lo largo del día y en algunos casos ni siquiera existían. A los comerciantes, en función del sector, les salía más rentable no vender a vender a un valor que horas más tarde les resultaba ruinoso para reponer el producto.
En el 2002 la equivalencia entre el peso y el dólar, después de una larga década de estabilidad, se esfumó en una noche y la famosa convertibilidad del «1 a 1» (un dólar por un peso) se transformó en 1 por cuatro. Poco antes el efímero presidente, Adolfo Rodrígiuez Saá, (el que declaro la cesación de pagos) barajó la idea de imponer el «argentino» como nueva moneda. Estos ejemplos están frescos en la memoria de un ciudadano que, escarmentado,confía en su moneda lo mismo que en sus gobernante, poco o nada.
El sistema federal que permite a las provincias emitir su propia moneda también le pasó factura a los argentinos en la última gran crisis del 2001/02. Aquella, de la que nunca terminaron de salir totalmente pese a las apariencias, hundió las finanzas, el amor propio y la esperanza de un país sumido en el desconcierto y la depresión. Argentina estaba inundada de « Patacones, Lecop, Lecor, Quebracho » y otras monedas de la veintena que circulaban y con las que, en muchos casos, pagaban a los funcionarios provinciales que, para su infortunio, únicamente les servía en su territorio.
Es decir, el maestro que cobraba su sueldo en Buenos Aires en Patacones no podía utilizarlo para abonar su entrada en el Parque Nacional de las Cataratas de Iguazú o pagar las tasas en el aeropuerto de Río Gallegos o Calafate para visitar el imponente glaciar Perito Moreno . Dicho de otro modo, se estaban convirtiendo en rehenes de sus provincias.
Las cíclicas crisis inflacionarias, devaluaciones y confiscaciones de depósitos son traumas irreparables del que los argentinos aprendieron, algunos con más acierto que otros, la lección. Quizás, todo esto sirva para entender por qué en Argentina, el país latinoamericano que peor imagen tiene de Estados Unidos, siga prefiriendo ahorrar en dólares y comprar y vender sus casa con «billete verde» que con los que hoy tienen el rostro de Evita impreso en una de sus caras.