Cómo sobrevive una familia griega con 60 euros al día
Gasta el dinero primero en comida y medicinas, y luego paga lo que puede del alquiler de casa, el agua y la luz

La gran mayoría de las familias griegas se ven o bligadas a vivir desde el lunes pasado con 60 euros al día . Eso si disponen de dos cosas: tarjeta de crédito… y dinero en la cuenta. Cuando los bancos cerraron a finales de junio no todo el mundo había recibido su salario, tanto si trabaja en el sector público (lo recibieron días después de forma electrónica) como en el privado. Y lo que es más grave, muchas empresas no han podido literalmente pagar a sus empleados al no contar con efectivo por el «corralito» y la crisis.
Los peor parados son quienes no tienen tarjeta de crédito . Los jubilados sin tarjeta han podido cobrar solo 120 euros la semana pasada. Aunque se les ha prepara tarjetas de crédito a quienes las piden. Más desesperados están quienes carecen de tarjeta y se encuentran en paro, los jubilados que viven en sitios aislados o no tienen familia.
Lo que sí está claro es en qué invierten su dinero la mayoría de los griegos: en comida y medicinas . Luego, lo más urgente es abonar –parte o todo, lo que se pueda– el alquiler de la casa y las facturas del agua y la luz (si están domiciliadas, los bancos las han tramitado sin preguntar a los propietarios de las cuentas). Después están los gastos para el campamento de los chicos y la gasolina. Lo último, los impuestos, la devolución del IVA y demás cargas fiscales.
El agujero fiscal que no ha dejado de crecer desde enero va a aumentar sin duda desde el «corralito». Tampoco se paga la hipoteca del banco, si es que se pagaba todavía, porque ya se sabe que en Grecia no ha habido nunca desahucios hasta ahora de la vivienda principal.
45 euros, cuatro personas
Pero volviendo a los sesenta euros, la señora Ana, que es ama de casa y buena cocinera, nos demuestra cómo con cabeza y gastando menos de 45 euros se puede alimentar a una familia de cuatro personas durante cuatro días. Eso sí, «sin mucho repetir y casi sin postre». La compra la hace en un supermercado popular. La fruta y la verdura se suele adquirir en el mercado semanal al aire libre de cada barrio, donde los productos son más baratos. Pero ayer no había mercado, así que Ana hizo la compra en el súper.
Aquí la gente ayer estaba más bien meditabunda, nadie tenía mucho que decir. Nada que ver con las animadas discusiones de los días previos al referéndum. Ahora, quienes votaron «no» temen estar a punto de salir del euro, casi sin querer; y quienes votaron «sí» ven cómo se acerca el abismo. «No quiero decir nada. No somos monos de feria», afirma molesta una señora con su carrito. «Ahora hay comida, a ver qué pasa la semana que viene», responde otra que pasa por su lado. La cajera sonríe y calla. Ha oído de todo, pero también cuenta que la gente compra con mesura, para pocos días.
En este supermercado los clientes pagan en efectivo, pocos con tarjeta, por lo que se está quedando sin cambio. «La central de la empresa no puede proporcionarnos cambio, antes iba alguien al banco y se arreglaba todo. Ahora nunca tengo bastantes billetes de 5, 10 y 20 euros». Alguno pide que le fíen , y la cajera le manda al encargado, que con semblante serio rechaza hacer declaraciones.
«Yo ya no tengo nada que perder» , asegura Yorgos, jubilado y sin familia. Con su pensión, que fue siempre escasa (530 euros), ayudaba a sus nietos, ya mayores. Ahora «tendré que ayudar a mis hijos también, pero no veo cómo hacerlo. No da para tanto mi jubilación….», se lamenta. Su vecina en la cola de la caja comenta: «Ahora, de perdidos, al río. Igual estaremos mejor fuera de la Unión Europea. Tanto chantaje, tanta amenaza... Estoy harta de todos y de todo».
Solidaridad
Un hombre joven, que se ha escapado para comprar refrescos para la oficina, le contesta airado: «Señora, ¿no se ha dado cuenta de que igual no habrá ni sueldos ni pensiones ni euros dentro de poco? ». A lo que esta replica: «Nosotros, los viejos, hemos vivido la guerra (la Segunda Guerra Mundial y la civil). Sabemos de sacrificios y de colas. A vosotros os lo hemos dado todo hecho.» Silencio en el supermercado. Cada uno piensa ahora en su problema y en su futuro.
Una madre joven ha entrado a por un helado. «Compro poco, estoy preocupada… y acabamos de anular nuestras vacaciones en la playa. Si la cosa no mejora, iremos con mis padres a su casa del pueblo.» Su hija la mira muy seria. Sabe que ya no hay chuches ni para ella ni para su hermano, y que sus padres hablan, en tono serio y bajo, por la noche. Pero su abuela le sigue dando chocolatinas y habrá helado esta noche.
En Grecia se sobrevive –a pesar de los políticos y de los recortes– gracias a la familia y a los amigos, al aceite de oliva que manda el primo del pueblo, gracias a una solidaridad que no tiene nada que ver con la política y sí mucho con el trato cercano de un pueblo ingenioso y curioso que ahora está en apuros.
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