Túnez cerrará mezquitas y despliega al ejército para responder al yihadismo

El primer ministro, Habib Essid, anunció un plan para desplegar fuerzas especiales en los principales puntos turísticos

Túnez cerrará mezquitas y despliega al ejército para responder al yihadismo efe

guillermo d. olmo

El día después de la matanza del hotel Riu Imperial de Susa, Túnez aprieta los dientes. Después del «shock» llegó la rabia y tras el segundo atentado masivo de la organización terrorista Estado Islámico (EI) contra el turismo, uno de los pocos hilos de esperanza que le quedaban al país, el Gobierno anunció ayer medidas sin precedentes contra la embestida yihadista. El primer ministro, Habib Essid, anunció un plan especial de seguridad que contempla el despliegue de fuerzas especiales en los principales puntos turísticos y yacimientos arqueológicos y el cierre de unas ochenta mezquitas salafistas a las que el Ejecutivo acusa de «dispersar el veneno» del odio de EI.

La clausura de mezquitas es una medida especialmente dura en un país que ha tenido a gala hasta ahora su talante democrático y su interpretación tolerante del islam. Pero todo tiene un límite. Y apenas dos meses después de la matanza de 21 personas en el Museo del Bardo de la capital, la masacre de la playa de Susa obliga a una respuesta casi marcial que la mayoría de tunecinos hubieran preferido ahorrarse, porque, como aseguraba una mujer ya de edad junto al lugar donde ayer perecieron al menos 37 personas, «este país ya ha sufrido bastante».

Túnez, hasta ahora percibido como el último ejemplar de las primaveras árabes del que cabía esperar un final feliz tras la formación de un gobierno de unidad nacional a finales del año pasado, ve tambalearse su joven democracia. Por más declaraciones resueltas que pronuncien su anciano presidente, Beji Caib Essebsi, o su primer ministro Essid, da la impresión de que las fuerzas de seguridad no cuentan ni con la determinación ni con los medios para hacer frente a los peligros que le llegan de su porosa frontera con Libia ni al arraigo de doctrinas fanáticas en una sociedad en la que a los jóvenes les resulta cada vez más difícil encontrar un empleo.

Pero no queda otro camino que el de la lucha y muchos se preguntan si no es ya demasiado tarde, si las autoridades no han sido demasiado inocentes en su gestión del desafío terrorista. «Mire esta playa, tenía que estar llena de turistas, y todos se están yendo» , lamentaba ayer en la paradisíaca arena junto al hotel atacado el joven Said, que vive de hacerle tatuajes de jena a los extranjeros. A su lado, su compañero Hichem decía que no había podido dormir en toda la noche tras ser testigo de la sangría y vaticinaba que lo ocurrido será «el golpe final» al turismo en Túnez.

Mohamed Bshur, gerente del hotel Riu le contaba junto a la «zona cero» a los periodistas llegados de todo el mundo que «no podemos tener miedo, porque si tenemos miedo ganan los terroristas y no podemos permitirlo». Pero, a pocos metros, en el vestíbulo del hotel, decenas de británicos buscaban apresuradamente el modo de regresar a casa y escapar de unas vacaciones convertidas en inesperado infierno . Como Ross Thompson, joven ingeniero inglés que resultó herido por alguna de las cientos de balas que escupió el Kalashnikov de un yihadista imberbe. Con un tobillo roto y una muñeca escayolada, apuraba un pitillo con la mirada perdida cerca de uno de los vidrios agujereados de las puertas automáticas de la entrada . «Mi novia también ha sufrido heridas de metralla y estamos los dos muy asustados. Tengo que hacerlo en silla de ruedas, pero me voy». Como él, la gran mayoría de visitantes ingleses, siguiendo los consejos del Foreign Office dedicaban tiempo y teléfono móvil a entenderse con sus agencias de viajes y encontrar un hueco en algún vuelo hacia Europa. «No me quiero ir, pero...», contaba el señor Hunt, empleado de las cercanías de Londres, que se sorprendía por no haber visto un solo policía ni siquiera después de un suceso de la magnitud del acaecido el viernes.

En medio de este trajín de extranjeros a la fuga en traje de baño, seguían conociéndose detalles de la jornada más negra del nuevo Túnez. Testigos presenciales relataron a ABC que Saiffedin Rizgi , el asesino abatido, ocultó el fusil con el que perpetró el atentado en una sombrilla que enterró bajo la arena. Después campó a sus anchas por el enorme jardín con piscina del hotel abriendo fuego contra todo y contra todos y llegó incluso hasta la segunda planta del edificio. Se supone que saciado de sangre, el asesino volvió sobre sus pasos y, ya con el arma homicida al hombro, caminó tranquilamente por la playa hasta el callejón que conduce de vuelta a la zona urbanizada del idílico enclave de Port El Kantaoui. Allí, en el callejón, se encontró con los policías, que lo neutralizaron de un balazo mortal en la cabeza. Así terminó la breve yihad de este asesino de 22 años.

A pocos kilómetros de allí está la clínica Les Oliviers, donde profesionales sanitarios como Mohamed Magmagui atendieron a 14 de los heridos en el ataque, dos de los cuales permanecían ayer todavía ingresados. Magmagui y su ambulancia fueron de los primeros en llegar al Hotel. «No había visto nada así en mi vida», relató . En el el balance provisional de víctimas, que incluye 36 heridos, informaciones por confirmar hablaban de ingleses, franceses, alemanes y belgas, entre otras nacionalidades.

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