¿El fin de la ayuda exterior en África?

El presidente keniano, Uhuru Kenyatta, insta los líderes regionales a que dejen de recibir ayuda exterior, al asegurar que no es una base aceptable para la prosperidad

¿El fin de la ayuda exterior en África? reuters

EDUARDO S. MOLANO

La reciente cumbre de la Unión Africana pasará a la historia, casi en exclusiva, por el sainete político protagonizado por el presidente de Sudán, Omar al Bashir . Sin embargo, otra intrahistoria, de esas difuminadas entre titulares, ofrece una importancia igual de capital. Al menos, como futuro aviso a navegantes.

Poco antes de comenzar el encuentro, el mandatario keniano, Uhuru Kenyatta, uno de los asistentes a la reunión, instaba en las redes sociales a los líderes regionales a que dejaran de recibir ayuda exterior, al asegurar que no es una base aceptable para la prosperidad.

«La dependencia de dar, que sólo parece ser caritativa, debe terminar», reconocía el líder.

Es cierto que la oleada de acontecimientos han sumergido este comentario en la memoria del olvido. Pero... ¿y si de verdad estuviéramos ante un nuevo paradigma?

Primero, nada de llevarse las manos a la cabeza. En 2013, un estudio del académico ghanés  Adams Bodomo ya demostraba que la diáspora que reside fuera del continente envía más dinero hacia la región que los donantes occidentales tradicionales, en lo que se denomina la Ayuda Oficial al Desarrollo (ODA).

Solo en 2010 -fecha más reciente en esta comparación- la emigrantes africanos transfirieron  51.800 millones de dólares hacia su región de origen. Ese mismo año, de acuerdo con cifras del Banco Mundial, la Ayuda Oficial al Desarrollo fue, en cambio, de 43.000 millones.

Las cifras no sorprenden. Durante la pasada hambruna en Somalia de 2011, el papel jugado por las agencias alternativas de envío de dinero entre particulares fue decisivo para la supervivencia de buena parte de la población (cerca del 60% del dinero que circulaba en el campo de refugiados de Dadaab, en la frontera entre Kenia y Somalia, procedía de estos envíos).

Y la tendencia ha continuado. En la actualidad, se estima, por ejemplo, que el 40% de los somalíes dependen del dinero enviado por sus familias desde el extranjero. No en vano, los 1.200 millones de dólares que cada año llegan al país africano desde la diáspora  constituyen un número superior al dinero entregado por la ayuda humanitaria internacional.

De forma paralela, en los últimos tiempos, emprendedores continentales como la senegalesa Magatte Wade apelan por la desaparición de la (sic) «piedad de mierda». En este sentido, la autora no lamenta el buen hacer de las ONGs, sino la actitud condescendiente hacia los «pobres». Un exceso de «cuidados» y «sobreprotección» que tan solo es una nueva forma de racismo.

Cambio de tendencia

Por ello, para voces como Wolfgang Fengler , analista del Banco Mundial, la «nueva» ayuda humanitaria debe centrarse en el diseño de programas que ayuden a los Estados africanos a gestionar sus recursos de manera eficiente, sobre todo, si desean llegar a los más desfavorecidos. Y para ello, según el experto, es necesario un cambio de tendencia.

En primer lugar, reconocer y celebrar la desaparición del viejo paradigma Norte-Sur. De igual modo, la ayuda debe centrarse vez más en transferencias de conocimiento en lugar de dinero. Y por último, para que estos países no se queden estancados es necesario innovar, incluso en los sectores tradicionales. De la construcción de «monumentos» (escuelas, clínicas y carreteras), se debe pasar a la mejora de la «sala de máquinas» (el sistema a través del cual se realiza la prestación de educación, salud y transporte).

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