El día de sangre en que el IRA mató a dos niños para acabar con un héroe inglés
Lord Mountbatten, bisnieto de la Reina Victoria, era una leyenda de la Guerra Mundial y había sido el último virrey de la India, y nunca quiso escolta en sus vacaciones en Irlanda
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El lunes 27 de agosto de 1979 amaneció con cielo casi raso en la costa del Noroeste de Irlanda, uno de esos días que son pura gloria en climas de borrascas atlánticas. A primera hora, en un control policial rutinario en la carretera, fueron detenidos Thomas McMahon, de 31 años, y Francis Gril, de 24. Los agentes sospechaban que habían robado el coche en el que circulaban y se los llevaron al cuartelillo.
Dos horas después, a 112 kilómetros de allí, una explosión en el agua, a seiscientos metros del pequeño puerto de Mullaghmore, en el condado de Sligo, sobresaltaba a los vecinos de aquel lugar bucólico de la bahía de Donegal. Irlanda pura. Una belleza natural que corta el aliento, con acantilados claros en caída vertical al mar y praderas verdísimas hasta las olas. Un paraje tocado además por la gracia del distinguido castillo de Classiebawn, que se yergue grácil, casi fantástico, sobre una colina que domina el océano.
Son las 11.39 de la mañana. Aunque la deflagración ha ocurrido a 600 metros de la playita pedregosa del dique, no hay duda: lo que ha saltado por los aires hecho pedazos es el «Shadow V», de nueve metros de eslora, la embarcación de pesca del hombre que naciera como Louis Francis Albert Victor Nicholas George Battenberg, el bisnieto de la Reina Victoria al que el mundo conoce como Lord Mountbatten. Un héroe elegante de la Segunda Guerra Mundial, el último Virrey de la India, el jefe del Estado Mayor de la Defensa en su madurez. Tiene 79 años. La bomba le ha arrancado las dos piernas, pero aún vive. Un aleteo de esperanza que dura minutos. Los rescatadores lo depositan en la playa muerto.
El terrorista
Mountbatten no va solo. Había salido de pesca, a la langosta, con dos de sus nietos, gemelos de 14 años, un grumete del pueblo y algunos amigos más. Uno de los nietos muere en el acto. También el chico lugareño, de 15 años, Paul Maxwell. La consuegra de Mountbatten, que viajaba a bordo, fallecerá al día siguiente por las heridas. Los supervivientes sufren horribles mutilaciones.
Thomas McMahon, el hombre que está detenido en comisaría, a 112 kilómetros del espanto de Mullaghmore, tiene pelo negro liso y graso, corta estatura y rostro duro y colorado. En realidad, bajo ese aspecto de rústico hosco se halla uno de los expertos en explosivos más cualificados del IRA Provisional. La noche anterior ha dejado en la lancha «Shadow V» una bomba de 23 kilos, que sus cómplices han accionado por control remoto desde un acantilado. Los análisis de la policía científica encuentran en sus ropas restos de la pintura verde del barco y de nitroglicerina. Está condenado por los indicios, no así su compañero de viaje, libre por falta de pruebas.
McMahon ha provocado la muerte de cuatro personas, incluidos dos niños. No le saldrá muy caro: tras 19 años de cárcel, otro agosto, el de 1998, sale libre gracias a los Acuerdos de Paz de Viernes Santo. Su cadena perpetua ha sido realmente revisable (a pesar de que su historial incluye un motín violento con intento de fuga). El padre de Paul Maxwell, el niño del pueblo al que mató, asegura que lo ha perdonado, pero que ha intentado verlo tres veces, porque quiere preguntarle algo, una gran cuestión: «Si yo matase a su hijo, por cualquier razón, ¿cómo se sentiría usted? ¿Sería capaz de ponerse en mis zapatos?».
El asesino se ha negado a ver al padre del niño. McMahon vive en Carrickmacross, una ciudad de mercado irlandesa, justo al otro lado del mapa respecto a donde cometió el atentado. Trabaja de carpintero, tiene dos hijos y está casado con Rosa, en su día alcaldesa de la población por el Sinn Fein. Rosa ha reconocido que «Tommy nunca ha hablado de Mountbatten, solo de los chicos, y tiene genuinos remordimientos». Hace unos años fue visto colaborando en la campaña electoral de Martin McGuinness, otro reconvertido del terror, hoy un político honorable, que hizo historia con un apretón de manos con la Reina Isabel II.
La banalidad del mal
El 27 de agosto de 1979 pasaron más cosas que lo señalan como una fecha crudelísima en Irlanda, bañada en sangre. Poco después del ataque contra Mountbatten, el IRA Provisional mataba a 18 soldados británicos con una doble bomba en un cuartel fronterizo con el Ulster. Los terroristas republicanos justificaron el asesinato del héroe inglés con una frase helada, que recuerda a la banalidad del mal de Hannah Arendt: «Esta operación es una de las maneras para atraer la atención de la gente inglesa sobre la continua ocupación de nuestro país».
Gerry Adams, hoy también político, siempre ha negado las acusaciones de algunos exterroristas que lo sitúan en la cúpula del IRA por entonces. Adams justificó el atentado en su momento con una dialéctica que a los españoles nos escuece, pues la hemos oído muchas veces en el entorno de ETA en los años de plomo: «Lo que el IRA le ha hecho a Mountbatten es lo que él ha hecho a otra gente. Sabía el peligro que corría viniendo a este país. En mi opinión el IRA ha logrado su objetivo: la gente comienza a prestar atención a lo que ocurre en Irlanda».
Carlos, el joven Príncipe de Gales, estaba muy encariñado con su tío abuelo Mountbatten, tío a su vez de su padre, Felipe de Edimburgo. Lord Louis era para él una suerte de mentor. El día del atentado, lamentó demudado «ese extremismo infrahumano, que hace volar a la gente cuando le da la gana».
«Yo doy las órdenes»
Esta semana, Carlos ha tenido que ver a Gerry Adams en el transcurso de su visita de cuatro días a Irlanda. Con ambos ya sesentones, el Príncipe le dio la mano con corrección y sin calor en el vestíbulo de la Universidad de Galway, sosteniendo una taza de té en la otra mano. Adams sí parecía ávido por la foto. Luego se reunieron en privado un cuarto de hora. El líder del Sinn Fein ha hecho trascender que no le pidió perdón por el asesinato de su tío abuelo y sigue defendiendo sus declaraciones inhumanas del día del atentado. En su gira irlandesa, el Príncipe ha recordado a Mountbatten como «el abuelo que nunca tuve». También ha visitado el puerto donde murió entre la simpatía de los vecinos, incluso con algunas Union Jack en las vallas, y ha apelado a la reconciliación, diciendo que su pérdida le ha ayudado a entender «el dolor de todos».
Lord Mountbatten llevaba 30 años veraneando en su castillo de Mullaghmore. Cuando la Garda, la policía irlandesa, le comentó que corría peligro allí, cuentan que desdeñó el consejo con un «estoy acostumbrado a dar órdenes, no a recibirlas».
Dickie, que así lo llamaban en familia, llegó allí por su mujer, la fascinante y casquivana Edwina Ashley, hija de un banquero judío y heredera del castillo, una de las mujeres más elegantes de su tiempo. Se casaron en 1922 y tuvieron dos hijas. Pero ella abrió una ronda de infidelidades que convirtió su vida conyugal en un festival del adulterio, según consignó el propio Mountbatten: «Edwina y yo nos pasamos todo nuestro matrimonio en las camas de otras personas». Flema inglesa ante la mutua traición.
Vida de leyenda
El romance más sonado de ella fue con Nehru, el padre de la India, el apuesto viudo socialista que la amó hasta su muerte. Cuando él tenía 68 años y ella 58 —y estaba a punto de morir de un súbito derrame—, el político continuaba escribiéndole apasionadas cartas de amor. Dickie, alto, elegante, atractivo y siempre circunspecto, vivió aquel trío desde su puesto de Virrey de la India en nombre del ya decadente Imperio, y definió aquel enredo amoroso como «un triángulo feliz».
Lord Louis Mountbatten, Conde de Birmania, no tenía sangre inglesa, sino alemana, como toda la familia real británica. Su padre y su madre, primos, eran miembros de la casa germana de Hesse. El progenitor cambió el apellido Battenberg por el más «british» de Mountbatten cuando la Primera Guerra Mundial empezó a hacer poco recomendable ir de alemán por Inglaterra. La rama hoy gobernante acometió una metamorfosis similar y eligió un apropiado Windsor para dejar atrás los ecos teutones.
Mountbatten tiene un vida de leyenda. En realidad recorre en primera persona los grandes acontecimientos de su siglo: combatió en la Primera Guerra Mundial, fue un héroe de la Segunda, firmando la expulsión de los japoneses de Birmania y Singapur, vivió en primera persona la descolonización, siendo el último virrey de la India y durante nueve meses el primer jefe del flamante Estado. Por último, padeció la lacra del siglo, que sigue con nosotros: el terrorismo impermeable al dolor ajeno y a la compasión.
De Dickie dice la prensa tabloide inglesa que le gustaba poco el sexo fogoso, que consideraba falto de distinción y fatigoso en su demanda de sudores. De muy joven estuvo en la corte rusa de visita y allí se enamoró de María Nikolayevna, la tercera hija del zar Nicolás II. Aseguran que la foto de ella estuvo siempre posada en su mesilla de dormitorio. Estudió en la escuela naval militar y era un apasionado de la ingeniería. Incluso mejoró su formación en Cambridge. De sus habilidades como técnico da fe que en 1931 patentó… un stick de polo. No cabía otra elección menos chic en un hijo de príncipes, bisnieto de la Emperatriz Victoria.
Como militar tiene glorias y un sonado fracaso: el desastre de Dieppe. Bajo su empecinada dirección, el intento de tomar aquel puerto francés en 1942 acabó en carnicería, con 4.380 de los 6.000 soldados del desembarco barridos por las defensas nazis. Churchill no se lo tuvo en cuenta y le dio responsabilidades elevadas en el Día D, donde hizo aportaciones técnicas útiles, como un oleoducto de apoyo e innovaciones para las lanchas de desembarco.
Tras su éxito en Birmania y Singapur, fue distinguido como Virrey de la India. El país le ganó el corazón. Tanto que él y Edwina asistieron compungidos a la cremación de Gandhi. De vuelta ya en Londres, el enorme Churchill, genio y figura, se negó a darle la mano. A su juicio, tanto afecto por el libertador que rompió con la Metrópoli había hecho parecer a Lord Mountbatten, Virrey de la India y Conde de Birmania, «un nativo más».
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