El empate Cameron-Miliband amenaza los pilares de la política británica
Conservadores y laboristas están lejos de la mayoría y el independentismo escocés puede tener hoy la llave del Gobierno
Los británicos votan hoy en los comicios más inciertos desde 1972, de siete de la mañana a diez de la noche, hora local (una más en España). Ni Cameron ni Miliband han logrado despegar. Pero en una nebulosa de dudas hay tres cosas claras: nadie logrará la mayoría absoluta, el Gobierno será fruto de complejas maniobras de coalición y el SNP escocés, un partido que aboga por romper la nación, puede convertirse en el insólito árbitro de la gobernabilidad. En resumen: se rubricaría la anemia del bipartidismo y se arribaría a nuevo paisaje político, con sopas de letras al estilo continental.
Supongo que usted quiere ir ya al grano: ¿Quién va a ganar las elecciones? El Partido Conservador, que marcha con un punto de ventaja en intención de voto y obtendrá entre diez y quince escaños más que los laboristas.
Pero la pregunta pertinente es otra: ¿Quién gobernará? Y aquí toca responder a la gallega: depende. Si obtiene mayor número de escaños, Cameron proclamará que ha ganado en la misma mañana del viernes y reclamará su derecho a formar una nueva coalición con sus ex socios liberal demócratas. Pero puede ocurrir que la suma de ambos se quede lejos de los 323 escaños, la cifra mínima para defender un Gobierno y poder superar la investidura, el llamado Discurso de la Reina. En ese caso, Miliband podría aglutinar el voto de la izquierda, con el SNP tomando la batuta, y tumbar a Cameron. Por carambola parlamentaria, el candidato derrotado pasaría a ser así el primer ministro de un Gobierno en minoría, apoyado desde fuera por un collar de partidos zurdos y nacionalistas.
Hoy lucirá el sol en el Reino Unido, donde algunos estudios rocambolescos sostienen que el buen tiempo ayuda a los laboristas y perjudica a los conservadores. Ayer, en cambio, el día salió tory: ventoso, gris, con agua. En un país donde no existe la jornada de reflexión, Cameron y Miliband (34% y 33% de los votos en el último resumen de sondeos) buscaron el voto en las pequeñas circunscripciones casi desde el alba.
Sprint final
Cameron desayunó en una guardería de Gales, la foto entrañable con niños que todos los líderes cultivan. Poco después, ya estaba sentado para las cámaras en la cocina de unos granjeros ingleses, con rostro de máximo interés en una improbable conversación volandera sobre agricultura. En las 36 horas finales ha recorrido casi 2.000 kilómetros, con más de una docena de ardorosos mítines de proximidad. El cansancio va haciendo mella tras una campaña larguísima. Confunde los nombres de algunos conocidos periodistas televisivos de su caravana y en un mitin se equivocó al decir que su equipo de fútbol favorito era el West Ham United, pues siempre se había declarado del Aston Villa.
El sistema electoral “first past the post”, en el que quien gana en una circunscripción se lleva el único escaño en juego, obliga al puerta a puerta. Sorprende la pasión de los candidatos británicos en sus giras por beber algo, sea café o una pinta, y por simular que cocinan. Nick Clegg, la bisagra que todos se rifan, no pasa día sin la harina y el rodillo.
La primera ministra escocesa, Nicola Sturgeon, la gran ganadora de esta campaña, ha llegado al extremo de meterse con unas parvulitas de un colegio dentro de una casa de muñecas que recreaba el Número 10 de Downing Street. Toda una parábola, bien grabada por una nube de cámaras. Ella no vivirá allí, pero amenaza con elegir al inquilino: “No quiero que Cameron vuelva al Número 10. Si el viernes hay una mayoría anti-conservadora, quiero que se una para garantizar que se va”. Así de rotundo. De hecho mañana estará en Londres y ya ha dicho que quiere sentarse “en una mesa frente a Miliband”.
John Major, el sucesor de Thatcher, ha lanzado un dramático alegato: “Los británicos deben unirse contra la pesadilla que sería un Gobierno de laboristas y SNP, porque destrozaría nuestra nación”. Major ha sido desempolvado en esta campaña por el precedente alentador de 1992, cuando los sondeos lo daban por muerto y se alzó al final con la mayoría absoluta.
Nuevas reglas
La jornada de cierre de campaña solo sirvió para remachar los mensajes habituales. “¿Tenemos un país más fuerte que hace cinco años? Sí ¿Podemos hacer todavía más? Sí”, se preguntaba retóricamente Cameron, que ha alertado día tras día de que los laboristas serían un “caos” al frente de la economía. En un momento un poco Dante, ha llegado a decir que el acuerdo entre Miliband y Sturgeon sería “un pacto sellado en el infierno”.
Miliband se volvió a presentar como el paladín de las clases trabajadoras. Su hoja de ruta ha sido acusar a Cameron de “gobernar para los ricos” y asegurar que “quiere desmontar el sistema nacional de salud”.
El modelo británico estaba diseñado para fomentar mayorías sólidas. La coalición de 2010 fue la primera en 70 años. Pero la fragmentación, a la que también ayuda el eurófobo UKIP mordiendo a los tories, abre un panorama incierto en un país sin Constitución escrita. Cameron acusa a Miliband de querer llegar al poder “con trampas”. Pero Lord O’Donnell, que dirigió el equipo de funcionarios que tuteló el traspaso de poderes de hace cinco años, ha salido a corregirlo: “Vivimos en una democracia parlamentaria y las reglas son claras. Las normas de Manual del Gabinete dicen que tiene la autoridad para gobernar quien logra la confianza de la Cámara”. Así de fácil. Y esta vez, así de difícil.