Vivos pero no libres

El centro de refugiados de Mineo, en Sicilia, el mayor de Europa, acoge a 3.200 inmigrantes con un futuro incierto

Vivos pero no libres luis de vega

luis de vega

Están en la tierra prometida, la soñada Europa. Y están vivos, que no es poco. Pero no se sienten libres. Hasta 3.200 extranjeros habitan en el centro de acogida de Mineo, en la isla italiana de Sicilia. Con capacidad para 4.000, es el mayor de estas características levantado en Europa. Los últimos en llegar son 25 supervivientes del mayor naufragio ocurrido en la historia moderna de las migraciones. Más de 800 personas perdieron la vida en la madrugada del domingo cuando volcó y se hundió el barco con el que pretendían llegar desde las costas de Libia a las de Italia. Solo se han recuperado 24 cadáveres. De los 28 supervivientes, uno está en un hospital, dos detenidos como presuntos responsables de la expedición y el resto son los 25 trasladados al centro de Mineo.

Este martes estaban siendo tratados por un equipo de psicólogos. «Físicamente se encuentran relativamente bien, pero han llegado con mucho estrés. Nos preocupa su estado psicológico» por la dramática situación que han vivido, señala al enviado especial de ABC Isidoro La Espina, uno de los mediadores que les ha atendido. Todos son hombres jóvenes de entre 18 y 25 años y provienen de Bangladesh, Sierra Leona, Senegal, Malí y Eritrea. Ninguna mujer y ningún niño se salvaron. Y podría haber más de 200 en el pasaje.

La muerte de esos cientos de personas ha llevado a las autoridades italianas a permitir el acceso al centro de inmigrantes, al que no se puede entrar normalmente. Se trata de una enorme parcela con 440 viviendas adosadas, pintadas de colores ocres y dispuestas en una veintena de hileras. Un aire artificial rodea el lugar, casi un decorado en medio del paisaje siciliano. Todo, incluidas las instalaciones deportivas, conforma un pequeño pueblo solo que rodeado por una valla que custodian miembros del Ejército. En grupos, los reporteros llegados a Sicilia tienen unos minutos para caminar por el lugar, tomar imágenes y charlar con los trabajadores. No está permitido ni pasar a las casas ni entrevistar a los internos si no es en el exterior, aunque alguno, al olor de la expectación generada, se acerca al periodista y habla. Hacerse el remolón frente a las advertencias de los empleados sirve para alargar hasta casi una hora la visita. Por supuesto, en todo ese tiempo tampoco es posible acceder al lugar donde se hallan los 25 supervivientes.

En la puerta de la vivienda que ocupa con algunos de sus compañeros de aventura, el nigeriano Michael Dilka, de 22 años, mata el tiempo sentado en un banco de madera. Se le ve relajado. Claro, es un recién llegado con únicamente una semana en el centro. «Tras tenernos escondidos en un garaje de Trípoli , adonde llegué el 28 de septiembre pasado, tardamos tres días en llegar a Sicilia. Íbamos 46 en la barca. Todos africanos», cuenta hasta que un trabajador corta amablemente su relato. «Me gustaría quedarme a trabajar en Italia», añade a modo de despedida mientras el periodista es invitado a alejarse.

Prefieren que se tome testimonio al director del centro, un hombre aparentemente tranquilo pese al vendaval mediático. «Tenemos abogados, mediadores culturales, psicólogos y médicos. Están todos atendidos en todos los sentidos», afirma Sebastiano Maccarrone. El director reclama que todos los países integrantes de la Unión Europea se hagan cargo del problema y que los emigrantes puedan ser distribuidos. «Sicilia está muy expuesta y es necesario que haya un reparto más equitativo. Esto no puede ser un problema solo italiano por motivos geográficos. Hace falta más voluntad política», zanja.

A unas decenas de metros, la luz del atardecer ilumina el rastro de polvo que levanta la pelota al rodar sobre el campo de fútbol de tierra. Las porterías, de hierro forjado, son diminutas y en lugar de red tienen mantas, pero la veintena de jugadores, con camisetas de lo más variopinto, disputan una buena pachanga. Por las calles, limpias y amplias, circulan vecinos andando o en bicicleta y se escuchan decenas de lenguas. Apenas hay mujeres. Casi todo son hombres de aspecto subsahariano. Los asiáticos son muchos menos, al menos por la zona que este reportero pisa.

La legislación italiana no prevé plazos de estancia superiores a los 35 días, pero numerosos inmigrantes llevan más de un año en el centro de Mineo. Para dar veracidad a su testimonio, muestran la tarjeta de acceso con la fecha de expedición, su nombre, su foto y su país de origen. Uno de ellos es Romeo, un ghanés de 25 años, que no esconde su hastío a pesar de que, como todos los internos, puede entrar y salir sin problemas. Pero el paso de los meses se le atraganta y multiplica la incertidumbre. Cree que ha transcurrido demasiado tiempo desde que apareció en Sicilia el 12 de febrero de 2014, cuatro días antes de ingresar en el centro de Mineo. Llegó con vida a Europa, pero no para quedarse en el limbo de los sin papeles.

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