Un millón de emigrantes esperan en la costa libia para zarpar hacia Europa
Según el fiscal de Palermo, «hay un tráfico imparable de seres humanos» desde las costas del norte de África
«Llegamos a Trípoli el 1 de febrero tras pagar 230 euros por el viaje desde Mali. Dormíamos en la calle y hacíamos solo una mala comida al día. Además, la policía libia nos maltrataba continuamente. Logramos embarcarnos pagando 700 euros », confiesa Ibrahima, de 24 años, estudiante de Derecho en la Universidad de Bamako, en Mali, que llegó a Sicilia la pasada semana acompañado por su hermano Jemba.
Todos los que llegan a las costas italianas coinciden en su relato. Han sufrido en Libia malos tratos, sin apenas comida, hacinados como animales en campos de prófugos o en casas casi destruidas. Así viven centenares de miles de personas esperando la oportunidad de embarcarse y partir hacia Europa. El sacerdote eritreo Mussie Zerai , nacido en Asmara en 1975, fundador de la agencia humanitaria Habeshia que ha logrado salvar a miles de refugiados y ha sido propuesta al Nobel de la Paz, nos ofrece en conversación con ABC detalles del infierno que pasan los prófugos antes de poder embarcarse en las costas libias.
En el camino por el desierto, diversas bandas de traficantes se pasan a los prófugos de mano en mano como mercancía, cobrándoles una cantidad por cada pasaje; todo un calvario que muchos hombres, mujeres y menores no llegan a superar y mueren en el camino.
Algunos testimonios son especialmente dramáticos, como el de un joven de 17 años, de Gambia, cuyo testimonio fue ratificado por Amnistía Internacional: «He comenzado a pagar desde que abandoné mi poblado. Mi madre me dio el dinero por la venta de cuatro cabras y sus pocas joyas. Poco después me quedé sin nada y los traficantes me encerraron en una casa, obligándome a trabajar para pagarme el resto del viaje. Pasé de unas manos a otras, hasta llegar a Trípoli, en un interminable viaje que duró un año y medio. Cuando has acabado con todo tu dinero, tienes que pagar en especie. Había una joven eritrea de mi edad, que era muy bella y se quedó sin nada. En una de las casas en las que nos metían, con 400 ó 500 personas hacinadas, los traficantes la cogían por turno cada noche. No logró sobrevivir. Ella ni siquiera llegó a las costas libias».
Nos señala el sacerdote Mussie Zerai que se trata prácticamente de un éxodo de dimensiones bíblicas que no se parará . En los países subsaharianos hay poblados donde solo se han quedado los viejos. Los jóvenes, los que aún están en edad de soñar, han partido o aspiran a cumplir su sueño. Y para ello están dispuestos a dar todo lo que tienen.
Lágrimas de cocodrilo
«Cuando llegué a Italia desde Somalia en 2008, el viaje costaba de 1.500 a 2.000 dólares. Ahora esa cantidad suele ser el precio mínimo del primer tramo del desierto», declara Adbullahi, hoy voluntario de la Cruz Roja italiana dedicado en estos días a socorrer a supervivientes.
Ha tenido que ocurrir la hecatombe del domingo en el Mediterráneo , con más de mil muertos al hundirse un pesquero, para que Europa, que hasta ahora solo ha utilizado palabras y lágrimas de cocodrilo, tome conciencia de que a sus puertas un millón de personas soporta un infierno a la espera de poder entrar en Europa. El fiscal de Palermo, Maurizio Scala , confirmó ayer las peores sospechas: «Por los datos que tenemos en nuestro poder, en las costas libias habría un millón de inmigrantes listos para partir hacia Europa. Es un tráfico imparable de seres humanos», ha dicho el fiscal.
Durante el régimen de Gadafi , éste tenía el control de los traficantes patrullando las costas y aceptando los barcos que cargados de emigrantes eran interceptados cuando intentaban la travesía por el Mediterráneo. Hoy Libia, ingobernable y en guerra civil, se ha convertido en el país ideal para el tráfico de seres humanos. ¿La solución? Mussie Zerai señala que «Italia, España y Grecia no pueden hacerse cargo de los prófugos que quieren llegar a Europa. Se debe dar asilo a los que tengan derecho, y los países europeos deben hacer un reparto por cuotas justas».