Los sueños ahogados del Mediterráneo
La situación que atraviesa Eritrea ejemplifica algunos de los dramas de los que huyen los inmigrantes en ruta hacia Europa
Si hay un país que ejemplifica los sueños ahogados en el Mar Mediterráneo y la razón de esta huida, ése es Eritrea. Pese a que en los últimos meses se ha registrado un repunte de personas provenientes del oeste de África (en las recientes tragedias se encuentran ciudadanos de Senegal, Ghana o Nigeria), en la actualidad, se calcula que más de 1.500 personas huyen mensualmente de Eritrea, uno de los regímenes más brutales y opresivos de África.
Ya el pasado mes de junio, cuatro de los principales obispos de Eritrea lanzaban una inusual crítica interna a la situación que atraviesa la nación africano, mediante una carta distribuida de forma pública.
En la misiva, de 36 páginas y difundida en lengua tigrinya, los obispos airean la fuga masiva de jóvenes que experimenta la región.
«(La juventud de Eritrea va en busca de) países pacíficos, países de justicia, de trabajo, donde uno se expresa en voz alta, un país donde uno trabaja y gana (dinero)», asegura el documento firmado por los cuatro religiosos pertenecientes a la iglesia ortodoxa: Mengsteab Tesfamariam, de la capital, Asmara, Tomas Osman (Barentu), Kidane Yeabio (Keren) y Feqremariam Hagos (Segeneti).
Ya en 2013, la relatora de la ONU en la región, Sheila B. Keetharuth, denunciaba que la obligación de realizar un servicio militar indefinido (en lugar de los 18 meses que marca la ley) fue citado como la razón principal de los propios eritreos para abandonar su país de origen. «Este sistema mantiene a los eritreos en cautiverio en una situación de desesperación, lo que les obliga a tomar riesgos inimaginables en busca de libertad y un refugio seguro», afirmó la experta, tras realizar una gira por Malta y Túnez.
En virtud del artículo 8 del acta de proclamación de 1995, todos los ciudadanos eritreos de edades comprendidas entre los 18 y los 40 años tienen la obligación de realizar el servicio militar, que consiste en seis meses de entrenamiento en un centro de capacitación y 12 meses «plenamente activos». Sin embargo, los 18 meses resultantes es habitual que se amplíen de forma indefinida.
Y las consecuencias son inmediatas.
Según datos de la Agencia de Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur), solo en 2012, al menos 305.723 personas se vieron obligadas a dejar el país. Entonces, la media de huidas mensuales eran de entre 2.000 y 3.000.
Precisamente, el 3 de octubre de 2013, al menos 359 inmigrantes (la mayoría, eritreos) perdieron la vida tras hundirse una embarcación en la isla italiana de Lampedusa.
Sin oposición
Desde su independencia en 1993, al menos 10.000 presos políticos, buena parte de ellos sin acusación formal, han sido encarcelados por Asmara como parte de su cruzada para acallar a las voces críticas. Y en este sentido, especialmente llamativa es la red de prisiones con la que cuenta el país africano, centros de detención donde la tortura es ley de vida.
«Todos los medios de comunicación en Eritrea están en manos del régimen dictatorial. De igual modo, las comunicaciones por Internet se encuentran limitadas y controladas», aseguraba recientemente a ABC Isayas Sium, coordinador de un periódico clandestino de nombre «Meqaleh Forto», que comenzaba a distribuirse en la capital de Eritrea, Asmara, doce años después de que el Gobierno del país africano prohibiera todos los medios de comunicación privados.
Junto a la huida hacia el Mediterráneo vía Libia, el estrecho de Bab al Mandeb («La Puerta de la Pena y el Dolor») es la ruta de escape habitual elegida por los inmigrantes eritreos hacia la esperanza. Éste es el punto más corto en la ruta de huida hacia Yemen, desde donde intentarán escapar hacia cualquier otro país.
A lo largo de su trayecto de huida, estos refugiados son víctimas de una vil explotación laboral e incluso sexual a manos de mafias sin escrúpulos.
Hasta ahora estos inmigrantes solían dirigirse a Arabia Saudí y emiratos del Golfo. Algunos iban también a Kenia. Ahora intentan llegar también a Europa.
Huyen de un régimen paranoico y represivo, que acalla brutalmente la menor disidencia. Poco o nada queda ya de aquel otro país considerado, en los años noventa, ejemplo de libertad y lucha por la igualdad.