Chiíes y suníes, lucha cainita en Yemen, Siria e Irak

Las dos grandes corrientes del islam, que hoy se enfrentan por razones geopolíticas, se acusan también mutuamente de apostasía

Chiíes y suníes, lucha cainita en Yemen, Siria e Irak efe

francisco de andrés

La hostilidad entre los musulmanes suníes (80 por ciento de la población mahometana) y los chiíes (poco más del 10 por ciento), cristalizada en guerras periódicas desde la muerte misma de Mahoma en el año 632, obedece a prejuicios históricos y a diferencias políticas y doctrinales. El detonante, un pleito sucesorio que produjo el cisma entre las dos comunidades tras la batalla de Kerbala (Irak) en el 680, se ha convertido con el tiempo en un problema doctrinal, y en un cúmulo de agravios históricos producidos por la hegemonía política suní. Ambas corrientes se acusan mutuamente de apostasía.

En estos momentos, chiíes y suníes luchan de modo abierto en Irak, Siria y Yemen. Los dos grandes movimientos yihadistas –Estado Islámico y Al Qaida– son suníes, y tienen también entre sus objetivos terroristas a personalidades o santuarios chiíes. La rivalidad entre las dos comunidades es latente y se salda con atentados esporádicos en Arabia Saudí, Pakistán y el Líbano.

En términos ideológicos, el cisma producido por la disputa sucesoria ha evolucionado con el tiempo en formas distintas de concebir la práctica del islam:

1. Los suníes son iconoclastas radicales y rechazan cualquier representación de la divinidad o mediación entre el hombre y Alá. Los chiíes, en cambio, creen en el poder de intercesión de sus santos y les rinden veneración en santuarios.

2. En el pensamiento chií, el líder religioso también ostenta el rango de caudillo político; el imán Jomeini constituye su tipo ideal, a la espera de que regrese a la tierra su duodécimo líder, desaparecido según ellos de modo milagroso. Los suníes, en cambio, han respetado casi desde los orígenes cierta separación entre el poder espiritual y el temporal.

3. Los chiíes creen en la necesidad del clero –los mulás y los ayatolás– que son guías de la comunidad. Los suníes rechazan el clero como principio de autoridad religiosa: solo creen en la relación directa del fiel con Alá y en la interpretación personal del Corán. Salvando las distancias, los chiíes se aproximan en este punto de su doctrina a los católicos, y los suníes a los protestantes.

Las guerras entre suníes y chiíes han sido en ocasiones devastadoras. Durante la era colonial y la Guerra Fría, la disputa permaneció en estado de hibernación. Dos grandes acontecimientos despertaron la fiera: el triunfo del ayatolá Jomeini en Irán (único país de abrumadora mayoría chií) y la invasión norteamericana de Irak.

Cierto espíritu de revancha

La victoria islamista chií en Teherán en 1979 hizo sonar entonces las alarmas en las monarquías suníes del Golfo Pérsico. Hoy, el prestigio ideológico y militar iraní extiende su influencia en Irak –donde instruye y dirige a las milicias del Gobierno de Bagdad para reconquistar el norte–, Yemen, Siria –en apoyo del régimen de Assad, perteneciente a la minoría chií– y el Líbano. Además, el pulso que libra Irán con Occidente para dotarse del arma atómica ha disparado las alertas, y no solo en Israel. Arabia Saudí posee los lugares sagrados de La Meca y Medina, pero su archirrival, Irán, puede convertirse en el primer país musulmán de la región en convertirse en potencia nuclear.

La geoestrategia se alimenta de afán revanchista, bajo el paraguas de nuevas doctrinas políticas fundamentalistas que aprovechan el vacío dejado por los experimentos anteriores. El modelo nasseriano de socialismo laico fracasó, y su lugar ha sido ocupado por el islamismo: uno de corte chií-iraní, y otro de corte suní-saudí, también denominado «wahabismo», inspirador de los movimientos yihadíes de moda.

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