Goodluck Jonathan, el presidente sin norte
Cristiano del sur de Nigeria, la sangría humana provocada por Boko Haram y la corrupción política arrojan serias dudas sobre su años de gobierno
Al mando de la nave nigeriana desde 2010, la presidencia de Goodluck Jonathan (57) camina de forma paralela al desarrollo de la milicia islamista al noreste del país: Solo en los últimos seis años, más de 13.000 personas han muerto a manos de los insurgentes y 3,3 millones han sido desplazados por la violencia.
Una mediática crisis que contrasta con el bajo perfil político que siempre ostentó Jonathan, un cristiano del estado de Delta del Níger, una de las principales regiones petrolíferas de Nigeria.
Vicepresidente de la nación entre 2007 y 2010, Jonathan asumiría el poder tras la muerte del mandatario Umaru Yar'Adua en mayo de 2010. Solo un año después, el delfín del Partido Democrático Popular (PDP) se imponía en los comicios presidenciales con un 58.89% de los votos, justificados por una abrumadora en el sur del Estado.
No obstante, las cartas parecen ahora diferentes.
El crecimiento económico del inicio de su mandato ha dejado paso a una crisis motivada, en parte, por la corrupción y la caída de los precios del petróleo. De igual modo, en las últimas fechas, dos de sus aliados históricos han cruzado hacia las filas de su rival político, Muhammadu Buhari.
Por un lado, Rabiu Kwankwaso, gobernador del estado norteño de Kano, así como Rotimi Amaechi, dirigente del estado de Rivers. Las deserciones han supuesto un serio golpe para las aspiraciones del actual presidente, sobre todo, en el segundo caso: Mientras que en Kano la derrota de Jonathan era previsible (difícil que un sureño cristiano sea elegido en un estado mayoritariamente musulmán), la región de Rivers se ha convertido ahora en uno de los principales campos de batalla de los comicios (como Adamawa o Gombe).
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