Elecciones en Nigeria: historia de dos gobiernos
El país africano afronta este sábado a unos comicios presidenciales sin claro favorito
«En los últimos años, la corrupción se ha afianzado en ciertas esferas que rodean la Presidencia de Nigeria», asegura a ABC Oliver Dashe Doeme, obispo de Maiduguri, capital del estado nigeriano de Borno.
Doeme es solo uno más de los cerca de 69 millones de electores llamados a ejercer este sábado su derecho al voto en las elecciones presidenciales de Nigeria, uno de las comicios más reñidos de la historia.
En busca de la gloria política, dos políticos yuxtapuestos, dos formas de gobierno diferentes, dos historias humanas que ejemplifican la polarización del gigante nigeriano: más de 170 millones de personas divididos a partes casi iguales entre norte, musulmán; y sur, cristiano.
A un extremo de la arena, el aspirante, Muhammadu Buhari (72), musulmán del estado de Katsina y quien ya dirigió el país entre 1983 y 1985, durante el infame periodo de las dictaduras militares. Pese a que la corrupción disminuyó, también es cierto que los años de gobierno de Buhari fueron especialmente desastrosos para la economía local.
Al otro lado, el actual presidente, Goodluck Jonathan (57), cristiano de la región sureña del Delta del Níger y al mando de la nave nigeriana desde 2010. Un mandato que ha caminado de forma paralela al desarrollo de Boko Haram al noreste del país: Solo en los últimos seis años, más de 13.000 personas han muerto a manos de los insurgentes y 3,3 millones han sido desplazados por la violencia.
En su papel de obispo de Maiduguri, capital del estado nigeriano de Borno y epicentro de la violencia de Boko Haram, el religioso Doeme es partícipe de este dolor. En esta región, a finales de agosto, los rebeldes anunciaban la creación de un califato. En marzo, el grupo armado confirmaba su adhesión al Estado Islámico. «La corrupción en las fuerzas armadas ha dado alas a Boko Haram», denuncia el obispo Doeme.
El giro de Chibok
Durante la campaña electoral, el candidato Buhari ya ha prometido eliminar a los yihadistas, así como recuperar el «honor» de las tropas.
No obstante, sea cuál sea el resultado de esta guerra, una fecha continuará grabada a fuego. El pasado 14 de abril, miembros del grupo islamista atacaban un internado femenino de Chibok, en el Estado norteño de Borno. Más de 200 niñas fueron secuestradas ese día. Asabe Kwambura era la directora del centro.
«Desde entonces la escuela se encuentra cerrada», señalaba recientemente a este diario la profesora. «En estos meses no se ha producido ningún progreso. Las familias no saben nada. Estamos como al principio», reconocía la nigeriana, todavía abrumada por el recuerdo. La efeméride de las «jóvenes de Chibok» es capital para entender el giro mediático de Boko Haram: Desde el 14 de abril, menos de un año, cerca de dos mil personas han perdido la vida a manos de los islamistas.
Es cierto, ahora, la marea parece atenuada. En las últimas semanas, el Ejército nigeriano ha recuperado numerosos reductos en manos de Boko Haram al noreste del país. Al menos, ésa es la versión oficial.
Ayer, al cierre de la campaña, el comando miliar anunciaba la recaptura de la ciudad de Gwoza, considerada el cuartel general de los yihadistas. De nuevo, ni una sola imagen, ni una sola confirmación autónoma.
Es, precisamente, la falta de trasparencia del Ejecutivo en la cuestión Boko Haram una de sus mayores tumbas políticas del legado de Goodluck Jonathan.
Corrupción política y económica
Aunque no la única. Pese a producir cerca de 2,5 millones de barriles de crudo al día, ante la ausencia de refinerías eficientes, Nigeria importa prácticamente la totalidad del combustible que consume, sobre todo, desde Estados Unidos.
De igual modo, la caída del precio del petróleo ha contribuido a una abrupta depreciación de la moneda. «Nigeria necesita que los precios por barril sean superiores a los 100 dólares para que las finanzas del Ejecutivo no se hundan en el déficit (el petróleo representa más de un 70% de los ingresos del Gobierno)», reconoce el consultor financiero Rodger Ekemini.
En este sentido, estudios del Deutsche Bank y el Fondo Monetario Internacional establecen en 123 dólares el precio necesario para que Nigeria equilibre sus cuentas.
Si bien, la crisis local no se encuentra solo provocada por el descenso generalizado de la valía del crudo. Ya el pasado año, el gobernador del Banco Central de Nigeria, Lamido Sanusi, acusaba a la compañía nacional del petróleo -NNPC- de saquear de forma sistemática los ingresos del oro negro.
Durante una comparecencia ante el comité de finanzas del Senado, Sanusi aseguró que, de 67.000 millones de dólares vendidos de petróleo entre enero de 2012 y julio de 2013, 20.000 millones continúan «perdidos». Sanusi sería finalmente apartado de su cargo.
Sin embargo, ahora es uno de los más fieros críticos con la gestión del Gobierno, gracias a su elección como emir de Kano, la segunda figura más importante del islam en la región (tras el sultán de Sokoto, Alhaji Muhammad Sa’ad Abubakar) y cuyo peso consultivo y moral resulta determinante.
Mientras, a la espera del desenlace de este sábado, el candidato Buhari continúa afianzado su poder en las encuestas bajo la eterna promesa de liquidar a Boko Haram y acabar con la corrupción.
Que esto sea suficiente para alcanzar la Presidencia en Nigeria, eso es ya otra historia.
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