Cuatro años de guerra en Siria, «la mayor tragedia de nuestra era»

En este conflicto de difícil solución operan multitud de bandos de alianzas cambiantes

Cuatro años de guerra en Siria, «la mayor tragedia de nuestra era» afp

daniel iriarte

Cuando hace exactamente cuatro años la Policía siria utilizó la violencia para reprimir una manifestación antigubernamental organizada en la mezquita Omeya de Damasco, el régimen de Bashar Al Assad aún creía que podía escapar a la oleada de revueltas que aquellos días sacudían casi todos los países de la región. En Túnez, Egipto, Yemen, en Bahréin, se oía la consigna: «El pueblo quiere la caída del régimen». Pero los escolares sirios que, a mediados de marzo de 2011, osaron escribir lo mismo en una pared de la ciudad meridional de Daraa, ignoraban que estaban poniendo en marcha el que no tardaría en convertirse en uno de los peores conflictos armados de la época contemporánea.

Los estudiantes fueron detenidos y torturados, lo que a su vez provocó importantes movilizaciones en Daraa, disueltas a tiros. Poco importó que el Gobierno tratase de apaciguar a los manifestantes destituyendo al responsable de la seguridad local: en poco tiempo, las protestas brotaban también en ciudades como Homs o Idlib. El régimen decidió lidiar con casi todas ellas utilizando francotiradores contra los participantes. El que estos respondieran con las armas era cuestión de tiempo.

Cuatro años después, Siria se ha convertido en una salvaje guerra de difícil solución, en la que operan multitud de bandos de alianzas cambiantes, y con un importante componente internacional. El número de muertos confirmados supera los 220.000, según la ONU, aunque la cifra real es todavía más elevada.

El Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur) estima que 2,6 millones de niños dentro de Siria no van a la escuela y la mitad de los menores refugiados no están recibiendo ningún tipo de educación. «Es la peor crisis humanitaria de nuestra era, y debería estar provocando un clamor mundial pidiendo apoyo. En cambio, la ayuda es cada vez más escasa», protestó ayer el secretario general del organismo, António Guterres. «Con los llamamientos humanitarios, que son financiados solo en parte, no hay ayuda para responder a estas necesidades colosales», indicó.

En este tiempo, además, la forma del conflicto se ha modificado constantemente, lo que ha provocado que algunos de los actores principales, como los batallones rebeldes del Ejército Sirio Libre, agotados por las escisiones y las luchas internas, hayan caído en la irrelevancia tras perder su último gran bastión en Alepo y haberse disuelto entre milicias islamistas. Otros bandos han corrido la suerte contraria: el Estado Islámico ha pasado de ser un grupo relativamente marginal a convertirse en el principal ejército yihadista en la región. Y su enemistad con los kurdos ha terminado arrastrando al combate a las guerrillas YPG, creadas para proteger las regiones kurdas en el norte del país, y que en un primer momento trataron de mantenerse neutrales. Tras cuatro años de enfrentamientos, apenas quedan áreas del país que no hayan sido afectadas por la guerra.

Ciudades arrasadas

Por ello, Siria experimenta una devastación difícil de imaginar. La mayoría de las grandes ciudades han sido arrasadas y, según un estudio de imágenes por satélite realizado por la universidad china de Wuhan, el 83% de las luces eléctricas se han apagado en este tiempo. En lugares como Alepo, el porcentaje se eleva hasta el 97%.

En estos momentos, la dinámica de la guerra parece favorecer al régimen de Assad. Sus aliados, como Rusia e Irán, se han mantenido firmes durante estos años, mientras otros, como la milicia chií libanesa Hizbolá, han combatido junto al ejército regular sirio en la mayoría de los frentes importantes. Frente a ellos, la reticencia de los países occidentales a implicarse plenamente en el conflicto ha provocado la progresiva islamización de la insurgencia, que sí ha sido abiertamente apoyada por Turquía, Arabia Saudí y Catar.

Además, el fenómeno del Estado Islámico parece haber alterado las prioridades de las mismas cancillerías occidentales que hace cuatro años abogaban por la marcha de Assad. «Ninguno de nosotros, Rusia, los EE.UU., la coalición [anti-Assad] y los estados regionales, quiere ver el colapso del gobierno y las instituciones políticas en Damasco», declaró ayer el director de la CIA, John Brennan, en una entrevista televisiva, indicando que eso permitiría una expansión aún mayor del Estado Islámico y otras fuerzas yihadistas.

«Lo último que queremos es permitirles llegar a Damasco. Por eso es tan importante apuntalar a aquellas fuerzas dentro de la oposición siria que no son extremistas», afirmó. Se refería al programa conjunto iniciado por EE.UU. y Turquía a principios de mes, que pretende entrenar a unos 15.000 insurgentes moderados en los próximos tres años, para que actúen como fuerza bélica prooccidental capaz de nivelar el conflicto. Un proyecto que a estas alturas no parece que pueda producir otro resultado que la prolongación de la guerra.

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