Hong Kong: No sin mi «helper»
Con más de trescientas mil censadas y controladas, las empleadas de hogar, en su inmensa mayoría de origen indonesio y filipino, forman un grupo social propio y son de vital importancia
Hace algo más de una semana conocíamos la sentencia de un juez de Hong Kong que condenaba a seis años de cárcel a una empleadora por serios y continuados abusos a su empleada doméstica de nacionalidad indonesia. Esto, mas allá de ser un hecho lamentable, destapa la realidad de un colectivo, el de las trabajadoras domésticas, que sufre unas condiciones laborales terribles aquí.
Con más de trescientas mil censadas y controladas, las empleadas de hogar en Hong Kong, en su inmensa mayoría de origen indonesio y filipino, forman un grupo social propio y son de vital importancia en el desarrollo de la actividad profesional de la ciudad. Unos horarios laborales muy agresivos y una nula conciliación entre la vida familiar y el trabajo hacen que tener una «helper» sea la única solución viable si se tienen hijos y se quiere trabajar. Por ello desde hace décadas vienen de manera regular empleadas de hogar extranjeras, mano de obra realmente barata que se convierte en muchos casos en el alma de la casa y en el verdadero soporte para los más pequeños.
Su situación, en teoría, está regulada por ley de manera estricta. Solo se puede tener una empleada de hogar por medio de un contrato, que es el que le permitirá entrar en el país con su visado, previa aprobación del consulado de su país y de las autoridades inmigratorias de Hong Kong. En el contrato está especificado su salario mínimo, que supera por poco los 400 euros mensuales. Además, se les debe proporcionar vivienda y alimentación, y un billete de avión de ida y vuelta a su país.
Dormir fuera de casa
La realidad, en cambio, es muy diferente y el trato recibido dista mucho de ser ejemplar. Empezando por el propio Gobierno, que no concede los mismos derechos a una trabajadora doméstica que a cualquier otro trabajador extranjero. Ellas no tienen derecho, como sí tenemos los demás, a obtener la nacionalidad tras siete años trabajando de manera continuada en el país, y si tras terminar su contrato tardan mas de dos semanas en encontrar otra casa, se les deporta. Trabajan seis días a la semana, pero no se especifica en ningún lado un número máximo de horas por jornada laboral, lo que deriva en una disponibilidad casi total a cualquier hora del día o de la noche. Duermen en cuartos en los que nosotros como mucho pondríamos las cosas de la limpieza y les dan de comer lo justo. En su jornada libre no se les permite estar en casa, por lo que ver a miles de estas empleadas reunidas en parques y plazas es una imagen habitual de los domingos de Hong Kong.
Pero un simple vistazo a cualquiera de las webs de empleo locales o foros es suficiente para darse cuenta que existe una realidad paralela que el Gobierno no quiere ver. Muchos empleadores no son partidarios de esta política del «live in». Los hogares de Hong Kong no se caracterizan precisamente por ser espaciosos, y muchos empleadores eligen tener «helper» pero no en casa. Existe una ley no escrita por la cual esto es aceptable siempre que le pagues el alojamiento. Sin embargo, el alquiler de una vivienda es muy caro y nadie está dispuesto a pagarlo. Por ello surgen otro tipo de negocios alrededor. Personas que alquilan pisos como «refugio» de empleadas de hogar. Apartamentos viejos y pequeños en los que pueden vivir hasta cuatro o cinco personas en cada habitación, en condiciones deplorables, y por los que pueden llegar a pagar 200 euros al mes cada una.
Los ángeles del país
Con todo, la mayoría de estas mujeres se sienten privilegiadas en comparación con la gente en sus países de origen. Normalmente tienen hijos a cargo y una buena parte del sueldo se envía de manera regular a sus familiares. En Filipinas las llaman «los ángeles del país» porque su aportación a la economía local es verdaderamente relevante. Y también es decisivo su papel en la de Hong Kong, aunque se les discrimine. La mayoría de las familias no podrían llevar la vida que llevan sin una de ellas. Se convierten en amas de casa, educadoras y cuidadoras. Siempre con miedo a perderlo todo, siempre viviendo en tensión y, sin embargo, siempre ofreciendo a la vida una sonrisa.
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