Inglaterra, las series de televisión como asunto de interés nacional
Producciones propias como «Broadchurch» de la ITV o «Wolf Hall» en la BBC son motivo de orgullo y objeto de sesudas críticas
El fenómeno es común a todo el mundo Occidental: las series de televisión doblándole la mano al cine . Ya no solo logran audiencias mayores que las películas , sino que además con frecuencia las superan en calidad, sobre todo en la originalidad de los guiones. El Reino Unido no es ajeno a esa moda, pero la diferencia es que las series propias se viven como un asunto de interés nacional. Los periódicos de referencia hacen críticas de cada uno de sus capítulos y copan páginas en los suplementos reservados a la alta cultura. Si las producciones son buenas, sus logros se celebran como si se tratase de una gesta patriótica, un ejemplo de la calidad de la cultura británica. Las mejores arrastran millones de espectadores y se exportan a medio mundo. Y aunque el chovinismo se nota y se tiende a un poco a la hipérbole, hay que convenir que algunas de ellas son magníficas.
En el último mes dos son las producciones de calidad que han concitado la atención: la segunda temporada de «Broadchurch» en la ITV (la primera la emite Antena 3 en España) y «Wolf Hall», serie histórica de la BBC basada en el reinado de Enrique VIII.
La primera temporada de «Broadchurch» se emitió en el Reino Unido entre marzo y abril del 2013. Fue un fenómeno social, con una audiencia media de 9,3 millones de espectadores. Contaba la investigación del asesinato de un adolescente, Danny Latimer, en una pequeña ciudad costera de una gran belleza. Pero más que el relato policíaco, el guionista Chris Chibnall fascinó a los ingleses con su reconstrucción del microcosmos de una población de apariencia idílica, que en realidad escondía toneladas de veneno moral tras su hermosa fachada. La ITV, la primera cadena privada que existió en el Reino Unido, tomó además una decisión arriesgada. Puso al frente de la producción, haciendo de policías amargados, a dos actores de trayectoria como cómicos, David Tennaty Olivia Colman. Fue un acierto, con dos interpretaciones memorables, sobre todo ella, que llenan de verosimilitud a unos personajes en realidad bastante increíbles, que parecen salir de la pantalla.
«Broadchurch» es evidente que estaba pensada para una sola temporada, con la descorazonadora resolución del asesinato. Pero visto el éxito se rodó una segunda, que acabó el pasado lunes. La audiencia ha ido haciendo tobogán, pero la media fue también entorno a los nueve millones de espectadores. Sin embargo la crítica le ha pegado duro, porque la historia está estirada como un chicle. «Estamos siendo víctimas de nuestro propio éxito», dijo a modo de defensa el actor protagonista. El asunto ha abierto un interesante debate cultural: ¿Tiene sentido ampliar las series por un ánimo mercantil asesinando su valor artístico? Y el ejemplo que viene a la boca de todos es la estadounidense «Homeland», con un arranque deslumbrante y una segunda temporada bastante infame.
Por lo de pronto, ITV lo tiene claro: habrá incluso una tercera parte de «Broadchurch». ¿Para qué matar a la gallina de los huevos de oro? Quienes estén enganchados en España a la primera parte, sin duda excelente, pueden ver ya la segunda íntegra y gratis en la web de ITV, donde se han subido todos los capítulos (en inglés, pero hay subtítulos, pues seguirla a palo seco a veces cuesta hasta a los propios británicos: ha habido quejas de espectadores adultos por los susurros y mala pronunciación de algunos actores , que hacen difícil entender ciertos pasajes).
«Wolf Hall», una serie de la BBC 2, la cadena pública, está basada en las exitosas novelas históricas del mismo nombre de Hilary Mantel, que cuentan el reinado de Enrique VIII, el rey que rompió con Roma -y con las cabezas de dos de sus esposas-, a través de la mirada de su canciller, Thomas Cromwell. La serie ha costado 9,3 millones de euros. No se ha escatimado. A diferencia de los «Tudor», que sacrificaba el rigor al espectáculo, esta vez se ha mimado el detalle, con un director experto en dramas históricos, el pulcro Peter Kosminksy, y un gran reparto , que incluye a Damien Lewis en el rol del rey (el actor que encarnó al sargento Brody de «Homeland», que no es americano como se suele pensar, sino un inglés que estudió en el distinguido Eton). Los productores han contado con asesores para guardar fidelidad al mundo de los Tudor y al siglo XVI de Enrique VIII, un universo frío, rudo y poco confortable. Se rodó en los parajes donde tuvieron lugar los hechos y se decidió, y aquí empiezan los problemas, rodar con velas las escenas de interiores.
El primer capítulo fue aclamado por la crítica y contó con 3,9 millones de espectadores, un 16,5% de cuota de pantalla, lo que lo convirtió en la emisión más vista del segundo canal de la BBC en diez años. Pero la corporación pública ha recibido muchas quejas por la penumbra que impera en las escenas de interiores. Muchos televidentes lamentan que en favor de la verosimilitud se haga difícil seguir las escenas. «No me entero de lo que pasa», es la frase que más se ha repetido en las redes sociales. Tan detallistas han sido en la BBC que incluso han empleado velas de sebo, que eran las de la era Tudor, y no de cera, que dan más luz. Las de sebo, hechas con grasas animales, levantan más humo e iluminan menos.
El alarde de apego a la realidad de la época ha llevado a algunos críticos a señalar algo absolutamente increíble: todos los protagonistas tienen unos dientes estupendos, hecho casi milagroso en el XVI, un siglo de bocas desdentadas, por falta de higiene bucal y mala alimentación.
«Wolf Hall» es una producción muy lenta, que a veces parece teatro. Pero tiene algo que te mantiene pegado a la butaca absorto en cada detalle: la interpretación del formidable Mark Rylance, actor desconocido en España, una gran figura en la escena teatral del Reino Unido, que para muchos críticos es hoy el mejor intérprete inglés vivo. Rylance, pura contención, lo dice todo con su mirada. En su día fue el director del Teatro Globe, la reproducción del escenario de Shakespeare reconstruido a orillas del Támesis. Un oficio peculiar para Rylance, pues está abonado a la teoría de la conspiración y es de los que sostienen que Shakespeare no escribió realmente sus obras.
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