Desfilar en una escuela de samba

Para buena parte de los brasileños hay que desfilar al menos una vez en la vida

Desfilar en una escuela de samba afp

verónica goyzueta

Son muchos los brasileños que sueñan con desfilar en una escuela de samba. Algunos se pasan todo el año haciendo o pagando por una «fantasía», el disfraz que se confecciona para participar del desfile. Otros pasan el año trabajando en la escuela, gratis, en las horas libres después de la jornada laboral. Y es que para buena parte de los brasileños hay que desfilar al menos una vez en la vida.

Ya desfilé tres veces, y en el mejor escenario de todos, el sambódromo Marqués de Sapucaí, en Río de Janeiro, desde donde se transmite en vivo lo que los brasileños llaman el «mayor show de la tierra», y lo es realmente. Ver un desfile de carnaval de Río es una experiencia única, probablemente una de las más deslumbrantes que existen.

No se puede decir lo mismo de desfilar. A no ser que uno nazca con el ritmo de un tambor en las venas o se haya criado en el patio de una escuela de samba, la experiencia de desfilar puede ser muy tensa y cansativa.

Primero hay que ir a buscar la «fantasía», casi nunca cerca de donde uno se hospeda. La ropa es generalmente un disfraz caro, pesado, hecho de lentejuelas o materiales sintéticos, cocido a las corridas y mal acabado, caluroso para pleno verano, y que casi nunca viste bien. La mayoría de las «fantasías» llevan un casco o sombrero con adornos, que suelen cargarse sobre los hombros, y que pesan como el Mundo. Es necesario mucho equilibrio, físico y mental para mantener el casco en su lugar.

Comienza el desfile y cuando llega por fin la hora de entrar en la gloriosa avenida, más estrés. Es cuando se descubre que el desfile es un asunto serísimo que exige un desempeño espectacular en busca de la perfección. El desfile es una competencia entre escuelas que se gana por puntos decimales. Nada puede salirse del guión. ¿Pero el carnaval, no era la fiesta pagana de la diversión? Sí! fuera del sambódromo, y sólo para los que ven el desfile a lo lejos, con sus cervezas y whiskys en la mano. Quien desfila es un operario más de la fiesta, un actor en la masa de un gran espectáculo.

Mientras se suda ríos con el calor de la «fantasía», los responsables por el desfile piden sonrisas hacia las cámaras de televisión, que tienen que salir aunque los zapatos aprieten y el casco desequilibre. Cualquier salida del ritmo la resuelven con gritos y llamados de atención. Son 90 minutos eternos e infernales, que terminan cuando uno se arranca el disfraz y corre a tomarse una cerveza, en las graderías del sambódromo, donde la fiesta se ve mejor. Cada uno con su fantasía.

Desfilar en una escuela de samba

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