Líbano recuerda al ex primer ministro Hariri en el décimo aniversario de su muerte
Su obsesión por la seguridad no pudo evitar la detonación de un coche bomba al paso de su convoy un 14 de febrero de 2005. Junto a él fallecieron otras 21 personas.
Rafik Hariri, uno de los políticos suníes más importantes de Oriente Medio, moría hace hoy diez años en una gigantesca explosión que sacudió el centro de Beirut y agitó los cimientos de toda la región. La obsesión por la seguridad del ex primer ministro libanés, que le hacía utilizar automóviles blindados que barrían incluso señales de móviles y contar con hasta 50 miembros de seguridad en sus desplazamientos, no pudo evitar la detonación de un coche bomba al paso de su convoy un 14 de febrero de 2005. Junto a él fallecieron otras 21 personas. Su muerte desencadenó un movimiento popular que unió milagrosa y brevemente a los libaneses y desembocó en la salida de las tropas sirias del Líbano tras 29 años de ocupación. Pero una década después de su asesinato, y a pesar de los millones de dólares gastados por el Tribunal de la ONU que investiga el magnicidio, la pregunta sigue sobre la mesa: ¿Quién mató a Hariri?
La alargada sombra de Siria
El multimillonario Hariri, primer ministro entre 1992-1998 y 2000-2004, había tenido sus más y sus menos con el régimen sirio, verdadero árbitro de la política libanesa. Los testimonios facilitados durante el último año por distintos ex ministros y colaboradores de Hariri ante el Tribunal Especial para el Líbano dibujan la triste imagen de un país apéndice de Siria y de un primer ministro cada vez más presionado por el presidente Bashar al Assad. Assad mostraba ya su desacuerdo en 2003 ante el premier libanés por el tono antisirio de las columnas de los periodistas Samir Kassir y Gebran Tueni. Ambos serían asesinados más tarde en extrañas circunstancias.
En agosto de 2004 Assad, según la versión del ex ministro de Economía libanés Marwan Hamadeh, acorrala a Hariri ante el temor de que el presidente libanés de aquel entonces, el prosirio Emile Lahoud, fuese sustituido por un candidato más próximo a Francia y Estados Unidos. «¿Crees que puedes dictarle un nuevo presidente a Siria? Te equivocas, somos nosotros los que decidimos eso» habría dicho Assad amenazando con destrozar el Líbano sobre las “cabezas” de Hariri y Walid Jumblatt. Jumblatt, el líder de la comunidad drusa libanesa, no solo ha confirmado esta versión de los hechos sino que recuerda también como aconsejó a Hariri dejar el Líbano por su propia seguridad. Ambos políticos bromeaban a menudo sobre cuál de los dos sería asesinado primero pero, de acuerdo con Jumblatt, nunca pensaron que Siria se atrevería a ir por los peces más gordos.
Las relaciones con Damasco se deterioran de forma definitiva en octubre de 2004, fecha en la que Hariri dimite como primer ministro para protestar por las injerencias del país vecino en la política de su país. La decisión de Hariri tenía lugar en una delicada fase en la que el régimen sirio se encontraba en conflicto abierto con Washington y la ONU, que reclamaban la salida de los sirios del Líbano y el abandono de las armas del grupo chií Hizbolá. Tras su renuncia, sus colaboradores explican como Hariri continuará su actividad política pergeñando la posibilidad de formar un bloque opositor a Siria que se presentaría a las elecciones parlamentarias de 2005. Pero ese momento nunca llegó.
Obligados a entenderse
El Tribunal Especial para el Líbano, creado con el fin de esclarecer el crimen, inició su espinosa andadura en enero de 2014 encausando a cinco miembros de Hizbolá, todos ellos en paradero desconocido hoy en día. El líder de Hizbolá, Hassan Nasralá, no solo se ha negado a colaborar con la investigación sino que además rechaza la autoridad de un tribunal al que considera como instrumento al servicio de los intereses de Israel y Estados unidos. En la misma línea se ha situado Siria, quien desmiente cualquier relación con el asesinato.
Marwan Hamadeh, él mismo sobrevivió a la explosión de un coche bomba en octubre de 2004, pocos meses antes de la muerte de Hariri, señala claramente al gobierno sirio como autor del asesinato del ex primer ministro libanés. El propio hijo de Rafik, Saad, que vive entre Paris y Arabia Saudí por miedo a ser también asesinado si regresa al Líbano, ha pasado en los últimos años de acusar directamente a Siria de la muerte de su padre a retractarse después para insinuar luego la mano ejecutora de Hizbolá.
Si bien la eliminación de Hariri agudizó, aún más, las tensiones sectarias entre chiíes y suníes, transcurridos diez años el país se enfrenta a la ausencia de un presidente desde el 25 de mayo pasado, a la par que a la violencia derivada de la guerra en Siria. Por ello, en estos momentos, los dos grandes bloques enfrentados, suníes y chiíes, buscan desde diciembre la consolidación de un diálogo serio que garantice la coexistencia nacional entre todas las fuerzas políticas del país. No parece probable que los libaneses, siempre pragmáticos, hablen durante las negociaciones de la muerte de Hariri.