Las promesas rotas de paz en Sudán del Sur
A pesar de que el Gobierno y las fuerzas rebeldes firman un acuerdo para poner fin las hostilidades, desde diciembre de 2013, el país más joven del mundo se ha enfrentado a anuncios similares
Más de un año después de asomarse al abismo, el presidente de Sudán del Sur, Salva Kiir, y el exvicepresidente Riek Machar (depuesto de su cargo en julio de 2013 y convertido ahora en líder rebelde) firmaban este fin de semana un acuerdo de paz para poner fin a los enfrentamientos generados entre bandos bandos.
El conflicto tiene su origen en diciembre de 2013, cuando Kiir (dinka) acusó a su histórico rival político Machar (nuer) de planear la toma del poder por la fuerza , lo que degeneró en una guerra inter-étnica en ciertas regiones del país. Desde entonces, más de un millón y medio de personas han sido desplazadas por la violencia.
Sin embargo, ahora, mediante el proceso firmado en la capital etíope, Addis Abeba, ambas partes acuerdan un status quo, donde Machar volvería a ostentar la vicepresidencia y se pondría fin a las hostilidades. La fecha límite para el proceso es el 5 de marzo próximo. ¿El problema? Que no es la primera vez que se realiza un anuncio similar.
Ya en verano pasado, los dos bandos en la crisis política -Kiir y Machar- reafirmaron su compromiso a un alto el fuego durante una cumbre regional celebrada también en la capital etíope. En virtud del «acuerdo» (uno más), tanto el presidente como su rival ratificaban su intención de formar un gobierno de transición en un plazo de 45 días. El ultimátum, sin embargo, expiró en octubre pasado sin ninguna resolución.
«Tras décadas de lucha por la independencia, la política es quien está destruyendo nuestro futuro» , lamentaba recientemente a ABC Okony Deng, antiguo niño soldado.
Matanzas étnicas, problema económico
La organización Human Rights Watch documentaba cómo en la noche del 15 de diciembre de 2013 las fuerzas del orden detuvieron en Juba, la capital, a cientos de hombres nuer (como Machar) y los condujeron a una dependencia policial del barrio de Gudele. Al día siguiente, según testigos presenciales, hombres armados comenzaron a disparar de manera sistemática a través de las ventanas del edificio y mataron a entre 200 y 300 personas.
«En realidad no es una guerra tribal. Es una guerra política y económica, que quieren convertir en tribal» , aseguraba recientemente a este diario Emmanuel Jal, uno de los músicos más reconocidos de Sudán del Sur y, como Deng, antiguo niño soldado.
Por ejemplo, el entonces líder del Ejército sursudanés (despedido a finales de abril), James Hoth Mai, es de etnia nuer. Mientras, entre los acusados como instigadores del golpe de Estado (gran parte de ellos, importantes figuras de la política local), se encuentran numerosos miembros de la etnia dinka o shilluk.
Como gesto político, a mediados del año pasado, eran retirados los cargos de traición contra los principales inculpados por la presunta asonada , tales como Majak D'Agoot, extitular de Defensa; Pagan Amum, histórico secretario general del Movimiento Popular de Liberación de Sudán; Ezekiel Lol Gatkuoth, antiguo embajador en Estados Unidos; o Oyai Deng Ajak, exministro de Seguridad Nacional.
No obstante, la miseria se multiplicó. Durante el pasado año, las agencias humanitarias advirtieron hasta la afonía que la pobreza extrema en la que ya vivían millones de familias, unida al conflicto que vive Sudán del Sur desde diciembre de 2013, había dejado a cuatro millones de personas –entre ellas 740.000 niños menores de cinco años- en una situación de inseguridad alimentaria con indicadores que rozan las fronteras de la hambruna. La situación no pillaba a nadie por sorpresa. En mayo, los mismos organismos habían denunciado que en la región se abría paso la «peor hambruna conocida hasta la fecha», similar a la que a mediados de los ochenta se cobró más de 400.000 vidas en Etiopía (el conflicto impidió, entre otras cosas, que se cultivara antes del inicio de la temporada de lluvias).
Es cierto que, tras más de un año de conflicto, la firma este fin de semana de un convenio para el cese de las hostilidades entre Kiir y Machar otorga cierta esperanza en la nación más joven del mundo. A pesar de ello, que algunos actores del proceso (como Ateny Wek, portavoz del presidente Kiir) ya califiquen el propio acuerdo de simple «hoja de ruta» para el futuro, no de tratado final , demuestra que, en Sudán del Sur, la paz se suele firmar en papel mojado.
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