El drama adulto de los niños soldado
En su comparecencia ante La Haya, Dominic Ongwen, comandante de alto rango del LRA, denuncia ser una víctima más del grupo armado, ya que fue secuestrado cuando era menor de edad
De niño soldado a cabecilla en una de las guerrillas más infames de África. En su primera comparecencia ante el Tribunal Penal Internacional, Dominic Ongwen, comandante de alto rango del Ejército de Resistencia del Señor (LRA) -guerrilla acusada de matar, secuestrar y violar a miles de personas en la región de los Grandes Lagos-, ha asegurado ser solo una víctima más del grupo armado.
El juicio de Ongwen, quien fuera detenido a comienzos de año en República Centroafricana y transferido después a La Haya, es el primero de un miembro del LRA desde que la Corte emitiera en 2005 una orden de busca y captura contra el líder de la guerrilla, Joseph Kony, y cuatro de sus lugartenientes: Raska Lukwiya, Vincent Otti (ambos ya fallecidos), Okot Odhiambo (en febrero pasado, fuentes del Ejército de Uganda anunciaban su muerte, aunque ésta no pudo ser confirmada), así como el actual encausado.
No obstante, Ongwen apela a la empatía del tribunal, ya que denuncia ser producto de la ola de raptos de niños del LRA a lo largo de su historia.
«Fui secuestrado en 1988 y tomado por el grupo cuando solo tenía 14 años», reconocía en su comparecencia.
No es el único, eso sí. En sus más de dos décadas de enloquecida lucha por «una Uganda gobernada bajo los Diez Mandamientos», el LRA ha asesinado en la región de los Grandes Lagos a cerca de 10.000 civiles. De igual modo, más de 5.000 niños han sido secuestrados por el grupo. El halo de misticismo que envuelve la figura de Kony es la principal arma utilizada por la milicia para expandir su legado de terror.
Moses Rubangangeyo fue uno de ellos. El 22 agosto de 1996 este joven ugandés era capturado en su escuela de las afueras de Gulu, norte de Uganda, por una decena de miembros del LRA. Tenía solo 16 años. Durante cerca de ocho años se vio obligado a vivió con esta delirante guerrilla africana. Y de secuestrado pasó a convertirse en uno de los principales comandantes del grupo con el que combatió en el sur de Sudán. «Cometimos todo tipo de crímenes», aseguraba recientemente en conversación con ABC, rehabilitado ya de su pasado.
Los niños de Boko Haram
La táctica comienza a ser importada por otros grupos armados regionales.
Esta semana, Al Urwa al Wuthaqa, una organización ligada a los islamistas nigerianos de Boko Haram, publicaba dos imágenes de un presunto centro de entrenamiento de menores de edad utilizado por los radicales. En ellas, se observa a al menos una decena de niños realizando prácticas de tiro.
El uso de menores de edad, no obstante, es relativamente novedoso en las filas de Boko Haram. Aunque comienza a abrirse paso con rapidez.
Ya a comienzos de año, la milicia nigeriana llevaba a cabo dos atentados suicidas sirviéndose de tres jóvenes diferentes.
En el primero de ello, el pasado día 10, al menos una veintena de personas perdían la vida en un ataque en la ciudad de Maiduguri, capital del estado de Borno. La autora de la acción armada, que contaba con varias bombas adheridas a su cuerpo, era una niña de apenas diez años de edad. Al día siguiente, otras cinco personas fallecían en un mercado de Potiskum, en el norte de Nigeria, después de que terroristas colocaran chalecos explosivos a dos niñas de unos diez años (algunas fuentes elevan a 15 sus edades).
El primer caso de mujeres suicida, en esta ocasión, de mediana edad, por parte del grupo radical se remonta al pasado 8 de junio. Entonces, un soldado perdía la vida en un control militar después de que la terrorista se inmolara en la ciudad de Gombe. Solo un mes después, en julio, cuatro niñas realizaban otros tantos atentados simultáneos en diferentes puntos de la localidad de Kano, una de las más importantes del país, dejando seis muertes. De forma paralela, el Gobierno de Abuya reconocía entonces que tres adolescentes -de edades comprendidas entre los 10 y 18 años- habían sido detenidas en el estado de Katsina con explosivos en su cuerpo.
El cielo, «premio» de los ataques
Recientemente, Zahra'u Babangida, otra menor de apenas 14 años, ofrecía un dramático relato sobre esta nueva forma de proceder del grupo islamista.
«Me dijeron: “irás al cielo si lo haces”. Y yo les dije: “no, no puedo hacerlo”. Entonces me aseguraron que me fusilarían o me encerrarían», reconocía en una rueda de prensa organizada por la Policía (y cuya fiabilidad no pudo ser contrastada de manera independiente).
La joven fue capturada el pasado 10 de diciembre en la localidad de Kano, tras un atentado de dos terroristas, presuntas compañeras suyas, que dejó al menos una decena de muertos. A raíz de ello, la niña confesó que sus padres la habían ofrecido como voluntaria para participar en un ataque suicida. Durante este encuentro, realizado en uno de los escondrijos de Boko Haram al norte de Nigeria, uno de los líderes del grupo islamista aseguró a Babangida que iría al cielo si participaba en el ataque a un mercado. Sin embargo, en el último segundo, la menor rehusaría hacer uso de sus explosivos, aunque resultó herida en la detonación de una de sus compañeras.
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