El líder de Syriza proclama su inminente «asalto al cielo» del poder en Grecia

En su mitin de Atenas, Alexis Tsipras hace un llamamiento a acabar con «el viejo sistema»

El líder de Syriza proclama su inminente «asalto al cielo» del poder en Grecia efe

hermann tertsch

Era el mitin de final de campaña en Atenas de quienes se han declarado ya triunfadores. Con mucha épica revolucionaria, banderas, pancartas y cartelería, con los enemigos bien localizados y a punto de entregarse, con el «asalto al cielo» del poder en Grecia ya prácticamente en la mano y con advertencias y amenazas a los poderosos nacionales y extranjeros. Así se presentó ayer el líder de Syriza, Alexis Tsipras, a su último gran llamamiento a lo que parece serán millones de votantes que pueden convertirlo el domingo en el primer presidente del gobierno de extrema izquierda de la Europa democrática. Con él estuvo el líder de Podemos , Pablo Iglesias, que en un par de frases en griego llamó a los helenos a alzarse anunciando el próximo levantamiento de los españoles. «Sopla el viento de la democracia en Europa que en Grecia se llama Syriza y en España se llama Podemos».

El líder de Podemos es muy popular entre los griegos seguidores de Syria. Les da la impresión de que no están solos en Europa. Si conocieran a los otros populistas que hay en Europa, todos de extrema derecha, verían que aunque Syriza gobernará Grecia y Podemos España, estarían los dos pobres muy solos. Pero de eso no se habla en esta campaña. Iglesias había dicho antes que los vicepresidentes de Merkel, Samarás y Rajoy , están en retirada y pertenecen al pasado.

Tsipras insistió en que la suerte está echada, pero todos tienen que ir a ejercer su deber, es obligatorio, del voto. A ellos. Y les llamó a no dejar que se pierda uno solo. Que todos los griegos vayan a darle una amplia mayoría. Y otorgarle un rotundo mandato para liquidar el «viejo sistema» y enfrentarse a todos los que les han hecho la vida difícil a los griegos en los pasados años. «Os han robado todo, han robado las sonrisas a los niños, no dejes que os roben la esperanza». Con frases así quién no se enfada con el enemigo de clase. Allí estaba una nutrida representación, bastantes decenas de miles, del ejército de votantes del «hasta aquí hemos llegado», de los perdedores de la globalización, de la clase media pauperizada y la baja directamente exhausta, de todos los que durante esta crisis han llegado a la conclusión de que no pueden estar peor, que todo lo hecho ha sido malo y nada tiene sentido salvo romper con lo habido. Allí están, convencidos de que quien tienen enfrente hará morder el polvo a todos los enemigos de Grecia que están en la extrema derecha, en los bancos nacionales y extranjeros, en Berlín, en Bruselas, en Washington, en el BCE, en el FMI y Banco Mundial y sobre todo, en el primer ministro gobernante, Andonis Samarás. Ese ha sido el mensaje de un partido que ha logrado convencer a los griegos de que ellos no tienen ninguna responsabilidad de lo acaecido en su país y de que todos los reveses y dificultades son solo resultado de la codicia de unos y las perversiones imperialistas no curadas de Alemania. El éxito político es inmenso. Tsipras ha logrado fagocitar casi ya por completo al partido socialista Pasok y apenas se le resisten los viejos comunistas ultraortodoxos griegos, un fósil renovable, que ayer osó celebrar su mitin en la plaza Sindagma a la misma hora que quienes ya besan el poder.

Parece por tanto decidido el triunfador y si no fuera así habría una conmoción de consecuencias imprevisibles. Y según algunos observadores, hasta la mayoría absoluta de Syriza está ya decidida. Tsipras dejó claro que el lunes se ve ya comenzando los preparativos para el próximo gobierno de Grecia. Con lo que culmina lo que llamó ayer «liberación» del pueblo griego de los dictados de los prestamistas, de Angela Merkel, de Bruselas, de memorándum y rescate, de todo lo malo y odioso que tortura injustamente a los griegos desde hace unos años. Ni una alusión a reformas económicas, ni una mención de los esfuerzos, ni mucho menos baldíos, que han hecho lo griegos y gracias a los cuales se han equilibrado considerablemente las cuentas de un país quebrado.

Ahora les toca temblar a los prestamistas, dice Syriza. Y la gente es feliz ante semejante idea. El líder llamó a sus seguidores a una movilización permanente después de las elecciones. Según dijo, los necesitará en las calles. Se supone que para batirse con Bruselas y con sus enemigos en general, quizás también contra los interiores, entre lo que ayer en el mitin se refirió una y otra vez al primer ministro Samaras con alusiones que van bastante más allá del enfrentamiento electoral. Según Tsipras, Samaras tiene miedo porque sabe que ha perdido y porque el futuro le juzgará. No podía por tanto faltar la épica de la revolución victoriosa, aunque aun faltaran casi 72 horas para que cerraran los colegios electorales. Las columnas de seguidores de Syriza ayer por las grandes avenidas que confluyen en la gran plaza de Omonia parecían extras de Novecento, con tanta bandera roja, blanca o morada y muchísima pancarta. Esas cosas que ya no se veían en Europa desde hace décadas han vuelto a coger fuerza. Y lo han hecho con cierta lógica por el rincón donde nunca habían desaparecido del todo. La cultura política griega ha sido la de una extraña democracia no occidental, la de un país balcánico oriental que se salvó de la dominación soviética porque el Reino Unido se empeñó y su posición interesaba a los americanos. Ahora la sociedad griega, bajo la brutal arremetida de la crisis, ha roto definitivamente su consenso democrático, una especie de contrato social tramposo con el que ha vivido desde su ingreso en la Unión Europea. Se ha abierto la lucha entre aquellos que creen que no tienen nada que perder y otros aterrados por perder lo que tienen. Así se produjo ya una vez una guerra civil en Grecia. De la que últimamente se vuelve a hablar. Ayer mismo Tsipras acusaba a Samarás de guerracivilismo y de desenterrar el anticomunismo. Sus adversarios le reprochan a él haber desenterrado el comunismo antes.

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