«Lobo solitario», el psicópata fascinado con las hazañas yihadistas
El terrorista que ataca en Occidente con machete o pistola cree que su «misión» es una avanzadilla de la yihad
En febrero de 2010, nueve años después de los ataques de Al Qaida contra Estados Unidos, el entonces director de la CIA, Leon Panetta, presagió que el fenómeno del «lobo solitario» , el terrorista que ataca fuera de la manada, iba a constituir la principal amenaza para la seguridad interna de los Estados Unidos. El diagnóstico, válido también para Europa, no pudo ser más acertado, como demostraron en poco tiempo los ataques llevados a cabo por radicales aparententemente aislados a ambos lados del Atlántico.
Bin Laden gastó menos de un millón de dólares en sus ataques del Once de Septiembre. Concentrados hoy en batallas más convencionales en Oriente Próximo, los dos grandes grupos yihadistas mundiales — el Estado Islámico y Al Qaida — cuentan con la quinta columna gratuita de los «lobos solitarios» en Occidente, a los que convocan con periódicos llamamientos a través de internet para que golpeen a los «infieles» allá donde se encuentren. Son golpes episódicos, artesanales , con frecuencia escasamente letales pero con un poder inmenso de terror y de propaganda por su eco en los medios occidentales, que lógicamente encuentran mucho más espeluznante, por su proximidad, el secuestro en una cafetería de moda de Sídney que el atentado salvaje en un zoco de Yemen.
¿Quién responde al llamamiento al «martirio» en una gran urbe occidental? El retrato que tratan de formarse expertos en terrorismo y criminología subraya la dificultad de elaborar una tipología exacta. Pero sí existen elementos comunes.
Caldo de cultivo
El «lobo solitario» padece casi siempre un trastorno mental significativo. Puede ser musulmán de nacimiento o converso, y sufre habitualmente algún tipo de desarraigo; por lo general reside en barrios deprimidos o en cinturones urbanos, no tiene estudios ni trabajo fijo. El terrorista de Sidney tenía una amplia ficha policial, pero es habitual que el «lobo solitario» sea un desconocido para la policía, lo que facilita enormememente su proyecto terrorista. Su habitual desconexión con las organizaciones o células islamistas «durmientes» resta «profesionalidad» y carga letal al método de ataque, pero ofrece como contrapartida otro elemento de discreción y soledad que facilita llevarlo a cabo sin ser detectado por las unidades antiterroristas occidentales.
Para el analista del centro de análisis «Stratfor» Scott Stewart, los métodos sanguinarios utilizados por el Estado Islámico en Irak y Siria con sus prisioneros «resultan mucho más atractivos para los psicópatas que los que ofrece Al Qaida». No es por eso extraño, que entre el material confiscado a los «lobos solitarios» abunden los textos de clérigos islamistas y fotografías y vídeos de decapitaciones subidos a la red por el «califato terrorista» decretado en Oriente Próximo.
El ejercicio retórico de radicalismo en las redes sociales puede ser un indicio, pero no siempre apunta a la existencia de un «lobo solitario» en potencia. Del dicho al hecho hay un buen trecho, y los buenos servicios policiales deben saberlo. Es muy elevado el número de radicales —musulmanes o no— que inundan las páginas de Facebook , Twitter y las ediciones digitales de diarios con sus exabruptos, o con sus fanfarronadas de energúmeno que normalmente se quedan en eso.
En tierra de infieles
Sí suele ser más eficaz la información confidencial procedente del entorno de amistad o de los familiares, porque —a lo largo de su proceso— el psicópata alevín de terrorista suele presumir de su alocado proyecto de «castigo». «Los problemas mentales contribuyen a que en muchas ocasiones los potenciales terroristas llamen la atención antes de tiempo», afirma Javier Jordán , profesor de Ciencias Políticas de la Universidad de Granada y experto en terrorismo islámico.
Junto a la fascinación por los grandes atentados de Al Qaida, y el morbo excitado por las decapitaciones de rehenes del Estado Islámico, planea sobre el «lobo solitario» un universo mental producido por una información acelerada y autodidacta de doctrina islámica, en particular la relacionada con la yihad , la «guerra santa». El ácrata del siglo XIX que pretendía levantar los sesos al capitalismo con una bomba artesanal ha sido sustituido hoy por el barbudo islamista, que apenas ha cambiado de método y de proyecto alucinante.
Para el terrorista urbano que atenta con machete o pistola en Londres, Ottawa o Bruselas, el sentido de «misión» entronca con la interpretación radical musulmana de la guerra contra los infieles, los habitantes de «Dar al-barb», la «Casa de la Guerra» donde es obligada la yihad. El mandato de Mahoma se dirigía contra los ateos y politeístas, no contra los cristianos, con los que el islam desarrolló una cohabitación siempre que fueran sumisos. Hoy es, sin embargo, habitual que muchos predicadores radicales consideren que Occidente ha dejado de ser cristiano , por lo que también rige la obligación de hacer la guerra en sus tierras.
En un mensaje subido el pasado mes de septiembre a internet, un portavoz del Estado Islámico urgía a los «lobos solitarios» a atacar de modo indiscriminado en cualquier punto de Occidente. «Si podéis matar a un descreído norteamericano o europeo, especialmente si es un despreciable y sucio francés, o un australiano, o un canadiense, entonces confiad en Alá y matadle del modo que sea». Otro mensaje, distribuido por el califato terrorista a través de Twitter, daba alguna pista más para los tuercebotas: «Podéis buscar soldados, encontrar donde viven, localizar sus fotos en la red, y después aparecer por sorpresa y sacrificarles».