Salafistas retornados, la pesadilla del Gobierno inglés

El 4,8% de la población británica es musulmana y 600 jóvenes británicos se han enrolado en la yihad

Salafistas retornados, la pesadilla del Gobierno inglés reuters

luis ventoso

El aparente triunfo del Reino Unido a la hora de construir una sociedad multicultural y multirracial bien integrada ocultaba una gran fisura, la dolorosa incorporación a la yihad terrorista de chicos británicos de padres y religión musulmana . Su retorno al país desvela a Cameron, que ha endurecido las leyes antiterroristas para los retornados de la yihad. La ministra del Interior, la veterana y eficaz Theresa Ma y, ha reconocido que el Reino Unido vive bajo la mayor amenaza terrorista de su historia.

Niñas de 15 años, «novias de la yihad»

Hace dos o tres años, una noticia así habría sido objeto de grandes titulares. Hoy es un suelto perdido en los periódicos y sus webs. Una adolescente londinense de 15 años ha sido interceptada esta semana por la policía en Heathrow, cuando su avión estaba ya en plena pista, porque trataba de volar a Turquía para desde allí ofrecerse a Estado Islámico. Era vecina del barrio de Tower Hamlets, en el Este de Londres, fuertemente islamizado y donde la etnia bangladesí es la dominante. Allí se ubica la East London Mosque, el mayor centro islámico de Europa . A raíz de su caso se ha descubierto que una segunda niña de su edad puede estar ya en Siria, a donde se trasladan para tratar de convertirse en lo que se ha dado en llamar «novias de la yihad», las esclavas sexuales de los guerreros de Alá, simplemente terroristas, según nuestros parámetros. No son las únicas que han hecho ese viaje. Se piensa que se encuentran allí las gemelas Zahra y Salma Halane, de 16, vecinas de Manchester; Yusra Hussein, de 15, de Bristol, y Samya Dirie, de 17, londinense.

En el caso de los varones, las cifras se abultan mucho más . Las fuerzas de seguridad repiten que unos 600 jóvenes musulmanes han viajado a Siria e Irak para combatir por el califato. El proceso de captación suele ser siempre el mismo: hijos de inmigrantes musulmanes, nacidos ya en Reino Unido , que van acumulando resentimiento hasta que de un día para otro adoptan el rigorismo religioso. El fanatismo salafista es inculcado por los predicadores radicales de algunas mezquitas, por compañeros de estudios, o de manera cada vez más frecuente, por las páginas de propaganda salafistas y las redes sociales.

Llamarse Mohamed

Los musulmanes suponen ya el 4,8% de la población del Reino Unido, casi cinco de sus 61 millones de habitantes. Estos días se han publicado algunas encuestas que aseguran que Mohamed es ya el nombre más común entre los recién nacidos británicos, pues hoy uno de cada diez bebés en Gran Bretaña es musulmán . Los árabes son omnipresentes en Londres, cuyos vecinos hacen gala de una exquisita tolerancia. Es usual encontrarse a todas horas con mujeres ataviadas de luto y niqab, que solo dejan ver sus ojos. Los árabes son también los nuevos soberanos de Londres. Por ejemplo, los cataríes son los dueños de Harrods, de la Villa Olímpica; de la Esquirla, el mayor rascacielos de Europa y muchos de sus hermanos de Canary Wharf, y hasta de parte del mercado alternativo de Camden Town . Además, aportan el gas que alivia los rigores del invierno inglés. Pero esos árabes opulentos, que hacen felices a las tiendas de hiperlujo de Knithgsbridge y a los concesionarios de Ferrari, conviven con el resentimiento suburbial de las segundas generaciones.

Padres coraje

El alistamiento de jóvenes británicos en las facciones del terror es fuente de grandes historias. Como la de Karim Mohammadi, que ha admirado a las propias fuerzas de seguridad británicas: «Ha demostrado un gran sentido del honor y de los valores familiares», dijo de él la policía. Este vecino de Cardiff, la capital de Gales, fue el primer musulmán británico que ha logró rescatar a un hijo de las filas de Estado Islámico . El hijo de Karim, Ahmed Mohammadi, de 19 años, viajó a Siria en compañía de tres jóvenes radicales galeses hace un año. Dos de ellos aparecieron el pasado junio en un vídeo de EI haciendo proselitismo de su causa. Karim recorrió los más de 3.000 kilómetros que separan Cardiff de Siria para salvarlo. Primero voló a Turquía y con ayuda de guías kurdos logró traer de vuelta a su vástago el pasado julio. Ahmed fue interrogado y puesto en libertad el mismo día. Fue incorporado, eso sí, al llamado programa Channel de reeducación contra el extremismo salafista , que ya se ha ofrecido a los 300 jóvenes que han retornado a Reino Unido tras haber viajado a Siria e Irak.

Algunas conversiones son asombrosas por lo rápidas y drásticas. Reyaad Khan, de 20 años, uno los jóvenes de Cardiff que viajó a Siria con Ahmed y que elogió la violencia en junio en el vídeo propagandístico de EI, era hace cinco años un alumno integrado. En una visita a su colegio del ministro de Educación de entonces, el laborista Ed Balls, declaró que aspiraba a ser «el primer británico de origen asiático que llega a primer ministro». Ahora su proyecto de vida es bien distinto, asegura en el vídeo del califato que combate «para derrotar al diablo» y que en Reino Unido «la integración es imposible para los jóvenes musulmanes».

Redadas contra el dolor

Reino Unido está en el segundo grado de alerta desde finales de septiembre, la mayor desde los días del 11-S. Se han comenzado a impartir cursos de seguridad a los empleados de los medios de transporte y se dan folletos y consejos a los viajeros en las estaciones de ferrocarril y aeropuertos. La calma es absoluta. Al menos en apariencia. Los ingleses son un pueblo estoico y no lo explicitan, pero todo el mundo sabe que tarde o temprano puede llegar el ataque , como aquel golpe de julio del 2005, con tres bombas en el metro de Londres y una en un autobús. Desde entonces las cámaras blindan la ciudad con una minuciosidad casi orwelliana. El rotor de los helicópteros militares que patrullan la metrópoli retumba en la calma de muchas noches. Las redadas que abortan el germen de células yihadistas son recurrentes, con cerca de 300 detenidos este año.

Pena ejemplar

El Gobierno ha reformado las leyes antiterroristas para intentar hacer frente al desafío de los retornados, los ataques de los que se ha dado en llamar «lobos solitarios» , que han protagonizado ya matanzas en Canadá y Australia. A finales de noviembre, en una sentencia de carácter ejemplarizante, la justicia británica condenó a siete años de cárcel a dos hermanos musulmanes vecinos del Este de Londres, que acudieron a Siria para entrenarse en un campamento yihadista y retornaron a casa. El juez basó su decisión en que «fueron a la yihad, a la guerra santa, y querían unirse a un grupo terrorista».

En el 2013 viajaron en coche de Lyon a Turquía y de allí entraron en Siria. A su regreso fueron detenidos en Dover, cuando salían del ferry de Calais. En su coche llevaban munición de armas AK-47, seis móviles, fotos de su instrucción con los terroristas y un horario del campamento . El programa revela que la instrucción en la causa fanática dura 17 horas al día. A las cuatro y media de la mañana empezaban los rezos, luego recibían lecciones de islamismo y tras el entrenamiento militar apagaban las luces a las diez.

Leyes más severas

La amenaza se mastica y se trata de responder. El Gobierno británico presentó el pasado mes sus nuevas leyes contraterroristas , muy contestadas por las organizaciones de derechos humanos y hasta por un letrado del Consejo de la Reina, que reclamó más presencia de los jueces en las decisiones. El debate seguridad/libertades es muy intenso en la que es la democracia en funcionamiento más antigua del mundo . Con la reforma, la policía puede retirar el pasaporte durante tres meses a los sospechosos de querer unirse a la yihad y vetar su retorno al país, si no aceptan las condiciones de vigilancia del Gobierno.

También se pondrán en marcha programas para evitar el proselitismo radical en escuelas y universidades. Se prohibirá a las aseguradoras firmar pólizas que cubran rescates y se forzará a las compañías de internet a que faciliten las identidades de sus usuarios sospechosos de relación con el terrorismo. Las compañías aéreas tendrán que facilitar la relación de viajeros antes del despegue para evitar la llegada de sospechosos, so pena de sanciones.

Silencio en Palo Alto

«Actualmente no llegamos a acceder a todo el mundo que tiene acceso a contenido ilegal en internet», reconoce la ministra, haciéndose eco de una queja reiterada del Gobierno inglés, muy molesto con que las multinacionales de Palo Alto se pongan de perfil ante una amenaza global. Estado Islámico ha hecho un uso maestro de las redes sociales para divulgar sus actos violentos y hacer apología del terrorismo. ¿Debe YouTube permitir que se suban a su plataforma vídeos del salvaje gore propagandístico de EI? ¿Puede admitir Twitter que los milicianos del califato lleguen a transmitir órdenes de combate a través de sus cuentas, o que alardeen sin problema de sus barbaridades, con fotos de cabezas cortadas en la mano? Son preguntas que chocan con la inhibición de los líderes digitales y se vuelven cada vez más pertinentes.

Ante quienes afirman que las nuevas medidas vulneran los derechos civiles, la ministra del Interior, Theresa May, reconoció que «en una sociedad libre y abierta no se puede erradicar totalmente la amenaza del terrorismo», pero  añadió que «tenemos que hacer lo posible para reducir los riesgos, en consonancia con nuestros valores compartidos». La ministra no ha tenido reparos en contar a la opinión pública que el país está afrontando la mayor amenaza terrorista de toda su historia.

El psicópata que iba para estrella de rap

Al fondo, como telón mortificante, late la lacerante implicación de británicos en los escalofriantes vídeos de las decapitaciones de Estado Islámicos. Rehenes liberados tras el pago de rescates –solución que rechazan Reino Unido y Estados Unidos- hablaron de un grupo de carceleros ingleses que se hacían llamar The Beatles. Abdel-Majed Abdel Bary , un ex rapero londinense de 24 años, puede ser Jihadi John, el repulsivo maestro de ceremonias de los asesinatos.

El joven, que vivía en Maida Vale, al Noroeste de Londres, es hijo de un abogado egipcio que en 1993 recibió asilo político en Reino Unido, pero que fue extraditado a Estados Unidos en 2012 por su relación con los atentados de Al Qaida contra las embajadas de Tanzania y Kenia en 1998, que provocaron 224 muertes. La detención de su padre pudo ser la espoleta final para la radicalización de Bary, que hasta entonces había cobrado una cierta atención de la prensa especializada como promesa del rap bajo el nombre de L Jinny . Viajó a Siria el año pasado, dejando a su madre la casa de Maida Vale, valorada en 1,3 millones de euros. Una vez allí se hizo llamar en Twitter «Abu Kalashnikov» y subió a la red social una foto sosteniendo la cabeza de un soldado sirio decapitado, acompañada de un comentario irónico. Los servicios de seguridad están convencidos de que es el oficiante de las muertes de James Foley, Steven Sotloff, David Haines, Alan Henning y Peter Kassig. Se basan para ello en que el asesino tiene acento londinense y en que el porte físico concuerda, además de los ojos.

El día que los musulmanes dijeron basta

El asesinato de Alan Henning marcó un punto de inflexión entre la comunidad islámica de Reino Unido, que se movilizó muy activamente para intentar salvar su vida, incluidos algunos clérigos de perfil filosalafista, que aparecieron en las televisiones británicas pronunciando apasionadas peticiones de clemencia. Las asociaciones musulmanas británicas reiteran una y otra vez que Estado Islámico contraviene las enseñanzas de Mahoma.

Hanning un hombretón de barriga prominente, trabajaba con su taxi para la compañía Mini Cabs de Bolton, cerca de Manchester. Un compañero del volante, que había participado en una misión de cooperación en Siria, lo animó a apuntarse. El de su secuestro era su tercer viaje a la zona . Volvió pese a que su mujer le imploró que no lo hiciese. Se acercaba la Navidad, pero sus amigos cuentan que Alan ya no la valoraba: «Decía que había dejado de creer en Jesús, que le estaba convenciendo el mensaje de Mahoma y que valorando convertirse al Islam».

Alan había dejado de beber y comenzaba a observar hábitos de vida islámicos. Pero cuando en el convoy humanitario sonaban letanías musicales en árabe había un vehículo que era una excepción: en la ambulancia de Alan siempre se oía a toda voz su ídolo, Phil Collins . Cuando los terroristas detuvieron el convoy, su condena fue el nuevo chip que llevan ahora todos los pasaportes. Al verlo, los yihadistas lo tomaron por un espía, pese a las explicaciones del resto de la comitiva, compuesta íntegramente por musulmanes excepto Henning.

Su mujer suplicó una y otra vez a los matarifes de Estado Islámico que lo liberen: «¿Cómo pueden secuestrar a alguien que llevaba su ambulancia llena de alimentos, y artículos de primera necesidad?» .

No sirvió de nada. Fue asesinato por un compatriota suyo, probablemente Bary, un veinteañero de Londres. Corazones helados y un nihilismo homicida que acabará golpeando en el corazón de su propio país, que aunque no lo parezca es el Reino Unido.

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