De mezquitas radicales a feroz represión policial: la caja de Pandora del yihadismo en el Cuerno de África

Los recientes ataques en la frontera entre Kenia y Somalia por parte de miembros del grupo armado de Al Shabab reabren el conflicto radical que sufre la región

EDUARDO S. MOLANO

Los recientes ataques en la frontera entre Kenia y Somalia por parte de radicales del grupo armado de Al Shabab han vuelto a reabrir la caja de Pandora islamista que experimenta la región.

A comienzos de mes, 36 personas eran asesinadas en el condado fronterizo de Mandera . Entonces, la milicia somalí se atribuía en un comunicado la responsabilidad de la masacre, al asegurar que ésta era una venganza por «las atrocidades cometidas por las fuerzas armadas de Kenia en territorio musulmán».

En este sentido, el crimen se producía apenas diez días después de que otras 28 personas fueron asesinadas en esta región por yihadistas en una emboscada contra un autobús. En ella, los atacantes obligaron a leer unos versos del Corán al pasaje. Aquellos que erraron en la recitación fueron ejecutados de un disparo en la cabeza.

Ese mismo día, Al Shabab confirmó que la matanza fue cometida en represalia por las redadas llevadas a cabo por el Ejército de Kenia en las mezquitas de la ciudad costera de Mombasa. En la operación, más de 150 presuntos simpatizantes del grupo fueron detenidos.

Desde entonces, Ahmad Iman Ali, quien está considerado el líder de la rama keniana de Al Shabab (Al Hijra), ha amenazado al país africano con nuevos ataques en protesta por la situación de la comunidad musulmana en las poblaciones costeras.

Pobreza como caldo de cultivo

A mediados de 2012, un informe del Grupo de Vigilancia de las Naciones Unidas sobre Somalia ya denunciaba el reclutamiento masivo llevado a cabo por el centro islámico «Consejo de la Juventud Musulmana (MYC)» en los asentamientos populares de la capital de Kenia, Nairobi.

Como asegura a ABC el analista local Abdihakim Haji, la organización basaba su éxito en dos premisas.

Por un lado, la «depresión social de la región», caso de la localidad de Garissa, en la frontera entre Kenia y Somalia, que cuenta con un 90% de desempleo juvenil. De igual modo, para el experto, se uniría otra variante: «la promesa económica».

Las cifras no dejan lugar a la duda. Durante los meses más fructíferos de la milicia, Al Shabab llegó a ofrecer hasta 350 euros mensuales a sus nuevos miembros. En un país como Somalia, con una renta per capita no superior a los 500 euros anuales.

Por ello, no resulta extraño que las raíces del reclutamiento de Al Shabab en su vecina Kenia tengan origen en los barrios más deprimidos de Nairobi y Mombasa.

Éste es el caso del asentamiento de Majengo, donde los esfuerzos por la captación de simpatizantes han sido dirigidos históricamente por el carismático predicador Ahmad Iman Ali.

Precisamente, en octubre de 2013, otro clérigo radical acusado de reclutar jóvenes para la milicia islamista somalí de Al Shabab, Ibrahim Omar, perdía la vida junto a otras tres personas cuando el vehículo en el que viajaban fue tiroteado en la ciudad keniana de Mombasa.

Su muerte se producía tan solo dos semanas después del ataque al centro comercial Westgate de la capital de Kenia, Nairobi , en el que fallecieron al menos 72 personas (cinco de ellos, terroristas).

Omar estaba acusado de haber recogido el testigo del predicador Aboud Rogo (incluso había heredado su apellido como apodo), quien, en agosto de 2012, también fallecía durante un tiroteo registrado en la misma localidad costera y cuya muerte desató importantes disturbios en los barrios humildes de Mombasa.

Sin embargo, las conexiones se extienden en el espacio. Y a tres bandas. Rogo -que se encontraba en una lista de sanciones de Estados Unidos por «participar en actos que ponían en peligro la estabilidad de Somalia»- habría servido, presuntamente, de líder espiritual a uno de los dos detenidos por el asesinato del soldado británico Lee Rigby en Londres en mayo del pasado año.

En aquel tiempo, el Ministerio británico de Asuntos Exteriores confirmaba que Michael Adebolajo fue arrestado a finales de 2010 en Kenia. En este sentido, las primeras hipótesis aseguran que éste se reunió con familiares y socios del clérigo Aboud Rogo, ante su intención de unirse al grupo rebelde Al Shabab en Somalia.

Detenciones feroces con base étnica

Aunque la represión solo ha contribuido a agitar aún más el conflicto. Ya el pasado 2 de abril, el Gobierno de Kenia iniciaba una campaña para acabar con el islamismo radical (en especial, con simpatizantes de la milicia somalí de Al Shabab) donde, al menos, dos mil personas fueron arrestadas y conducidas a diversas estaciones de Policía, así como al estadio Kasarani de la capital, Nairobi, convertido entonces en un improvisado campo de detención. La mayoría de los encarcelados eran residentes del barrio de Eastleigh, hogar de 350.000 personas, principalmente, de origen somalí.

Las redadas comenzaban dos días después de que seis personas fallecieran en una explosión en el suburbio, caldo de cultivo, según la Policía keniana, del islamismo radical que opera en la región. Y la represión fue atroz.

Entre los arrestados se encontraban decenas de mujeres y niños. «Las detenciones demuestran una actitud xenófoba», destacaba entonces a este diario Al Amin Kimathi, quien preside el foro musulmán de los Derechos Humanos de Kenia. «Sin una sola prueba, se está culpabilizando a todos los refugiados somalíes de los ataques terroristas en el país», añadía.

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