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Los disparates de Erdogan sobre el descubrimiento de América
El primer ministro turco se hace eco de una mamarrachada inventada hace tiempo por algunos árabes americanos
Es sabido que los políticos dicen cualquier disparate si piensan que en ese momento les conviene. Y no me pidan ejemplos de España porque sería un no parar. Pero si los turcos pretenden que se les tome en serio y hasta entrar en la Unión Europea , como miembros de pleno derecho, una de las primeras cosas que deben hacer es omitir las tonterías, por lo menos en sus discursos oficiales. Que el primer ministro Erdogan se descuelgue repitiendo, como gran hallazgo, la mamarrachada inventada ya hace tiempo por algunos árabes de América sobre musulmanes en el continente suscita un asunto grave, el de la consistencia intelectual, moral y hasta racional de ese dirigente y de todo el imaginario religioso, social y político que lo sustenta, en todos los países islámicos: ojo. El fanatismo y la propensión a creer en cualquier fabulación hacen el resto.
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Decía el clásico que toda historia es irremisiblemente contemporánea y yo no lo creo (si se trabaja con honradez y seriedad), pero sí podemos admitir que lo sea la utilización inmediata de la Historia, con objetivos por lo general poco dignos. También decía otro clásico, con fines bien feos, «repite una mentira cien veces y se convertirá en verdad», lo cual dio pie a que G. García Márquez, en un alarde de cinismo imperdonable en uno de nuestros mejores escritores, lamentase que la novela «Chacal» no terminara con la muerte de De Gaulle en el atentado. A la objeción de que el general, de hecho, no murió en la ocasión, el escritor contestó: «Si así lo hubiera contado la novela, dentro de cien años todo el mundo estaría convencido de ese final». Antecedentes de campanillas en una actitud mixtificadora muy extendida: a la vuelta de un siglo el mundo entero estará persuadido de que los franceses inventaron la fiesta de los toros. Y ya andan brujuleando por tales rumbos, a partir de la universalidad, la mediterraneidad y el hecho innegable y amistoso hacia nosotros, en el fondo, de que en Francia también hay corridas. Y los españoles del tiempo, o los bípedos implumes que vegeten por acá, serán los más convencidos de todos. Si, a fin de cuentas, hasta el gentilicio «español» lo crearon ellos (esto va en serio, aclaro), ¿por qué no habrían de maquinar igualmente los mitos y ritos del toreo?
No hubo presencia del islam hasta la llegada de libaneses y sirios en el siglo XIX
Pero ahora Tayyip Erdogan, ante la Primera Cumbre de Líderes Musulmanes Latinoamericanos, recoge la demencial pretensión (tomando como base la nada más absoluta) de presencia del islam antes de 1492. Y podemos afirmar sin riesgo alguno de error: no hubo tal, ni antes ni después, hasta la llegada de inmigrantes sirios y libaneses en la segunda mitad del siglo XIX.
Si el lector quiere perder el tiempo, como lo perdí yo –eso sí, por honradez profesional– recolectando un collar de perlas de la estulticia y la credulidad humanas, puede ver mi libro «La quimera de al-Andalus» (perdón por la autocita, pero no hay mucho más escrito al respecto), o el del argentino Hernán Taboada«La sombra del islam en la conquista de América» (México, 2003), o, si son decididos masoquistas, acudan a las fuentes, la joya bibliográfica de Juan Yaser (árabe argentino, ya fallecido) «Fenicios y árabes en el Génesis americano» (Bogotá, 1992), del cual avanzamos un anticipo: «… descubrieron una isla fenicia: Guanahaní. Semanas después, quizá meses [sic], los descubridores ya estaban en Yucatán: un mundo fenicio de cuarenta ciudades aztecas y mayas, con habla, escritura, mitología y arquitectura fenicia (…) comprobar que el americanismo o el habla regional americana, fue fundada por los andaluces “mozárabes y mudéjares” [sic], quienes llegaron con Colón y después de Colón hablando, además del español, su lengua árabe…».
El Quijote
Si no perecen del susto, o el ataque de risa, podrán ustedes enterarse de las cosas que circulan tranquilamente en simposios, jornadas, congresos, radios, televisiones, entrevistas entre los árabes de América (ahora numerosos, en algunos países) y los hispanos, criollos o mestizos que los oyen, indiferentes o divertidos porque la cosa les parece exótica y llamativa. Y nuestra gente de allá se apunta a un bombardeo si les excita la imaginación. Lo mismo que he conocido árabes que se tomaban en serio, como gran descubrimiento, la broma de Cervantes de asegurar, a través de la figura de Hamete Benengeli, que el Quijote lo escribió un árabe, podrán ustedes aprender que los gauchos eran/son de origen árabe porque montaban a caballo, vivían al raso y componían poesía; que el nombre Brasil deriva de los Banu Barzal de Msila (Argelia), como afirmaba tan feliz el profesor argelino Fakhar; y, desde luego, que la mención –reiterada, añado yo– de «mezquitas» por los castellanos probaría la presencia de musulmanes, no solo la supuesta mezquita aludida en el primer viaje del Almirante cuya naturaleza real aclara bien D. Iriarte (ABC, 16 nov. 2014).
Quien entienda correctamente el español enseguida se percata de que los cronistas, al decir mezquita, están utilizando una palabra inteligible para los lectores, que designa un ara o templo no cristiano al cual no se aprecia mucho. El problema no estriba en que haya quien diga tales patochadas, insostenibles a la menor crítica, sino que hay quien las toma en serio, favorecido el chiste por los vacíos culturales, cada vez mayores, que deja España.
El halo legendario que envuelve en el continente americano a cuanto se relaciona con musulmanes, desde la Conquista, proporciona algunas sugerencias que serían mera mala poesía de no repetirse tanto: los moros son un eco que sirve de término de comparación a distancia ante realidades nuevas que no se sabe cómo analizar y clasificar, hechos escasos, confusos e inconexos.
Mezquita en La Habana
Y, a propósito de la mezquita que, según el artículo mencionado , quieren construir las autoridades cubanas y que sería la primera de la isla, no más aclararemos que desde hace más de quince años, en la calle Oficios de la Habana Vieja, se encuentra un palacio del siglo XVIII destinado a la función propagandística de ser «La Casa de los Árabes», donde hay una mezquita más que suficiente, en la cual el Historiador (Conservador) de la Ciudad –Eusebio Leal– no permitió, con buen criterio, se construyeran dos alminares descomunales que romperían todo el conjunto urbano, cosa que a los musulmanes suele importar un bledo, en especial si se trata de que sus edificios de culto sobresalgan por encima de los cristianos.