Estalla la guerra religiosa en la ciudad sagrada de Jerusalén
Atentados y choques entre palestinos e israelíes se tiñen de fundamentalismo
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«Tercera Intifada» y «guerra religiosa» son las fórmulas empleadas por prensa y políticos para referirse a la última escalada de tensión que vive el conflicto entre israelíes y palestinos con Jerusalén como epicentro. La advertencia del riesgo de estar a las puertas de una «guerra santa» del presidente palestino, Mahmud Abás, desde que ultranacionalistas judíos intentan variar el estatus de la Explanada de las Mezquitas (Monte del Templo para el judaísmo) para poder rezar en lo que consideran su lugar más santo, ha resonado con fuerza tras el ataque mortal a una sinagoga al norte de Jerusalén. Armados con hachas, cuchillos de cocina y pistolas Abu Jamal y Odai Abu Jamal, primos del barrio Jabal Mukaber, irrumpieron en el templo y mataron a cuatro religiosos. Un agente israelí que acudió para reducir a los agresores también perdió la vida por las heridas sufridas.
Una semana antes colonos judíos quemaron una mezquita en Mughayer, cerca de Ramala, y unos desconocidos lanzaron un artefacto incendiario contra una sinagoga en Shfaram, ciudad árabe de mayoría musulmana y cristiana en el norte de Israel. El ataque a templos no es nuevo en Tierra Santa, en 2008 un grupo de ocho estudiantes fueron asesinados en una yeshiva (centro de estudios de la Torá y del Talmud) de Jerusalén y catorce años antes un extremista judío mató a 29 musulmanes que rezaban en la Tumba de los Patriarcas de Hebrón, pero el contexto regional con el ascenso meteórico del Estado Islámico (EI) en las vecinas Siria e Irak ha encendido las alarmas sobre la posibilidad de que el factor religioso se añada a la larga lista de diferencias entre ambas comunidades y convierta la situación en un choque abierto y confesional entre judíos y musulmanes.
El magistrado Mahmud Al Habbash, asesor de la Autoridad Nacional Palestina (ANP), cree que «el conflicto con Israel es político y nunca había tenido connotaciones religiosas. Pero que las actuales provocaciones llevarán a la región a una guerra religiosa mundial».
Jugar con fuego
El activista de los derechos humanos y miembro de Meretz, partido de la izquierda israelí, Meir Margalit, opina que «en este momento se puede hablar abiertamente de Intifada, aunque con unas connotaciones religiosas que no tuvieron las anteriores. Los radicales judíos quieren el Monte del Templo y esto es jugar con fuego; en tanto que por el lado palestino los jóvenes hartos de humillaciones buscan en las mezquitas recuperar el honor. A más miseria, más religión y esto sirve para ambos lados». Margalit es muy crítico con la política de «segregación sistemática» impulsada por las autoridades y advierte que «el EI (los yihadistas del Estado Islámico) y Hamás se han convertido en referencias para los más jóvenes, no tanto por su modelo político, sino por el coraje mostrado al hacer frente a Estados Unidos e Israel».
En una entrevista a The New York Times tras el último ataque en Jerusalén, el filósofo de la Universidad Hebrea, Moshe Halbertal, alertó de que «cuando incorporas la dimensión religiosa, absolutizas el conflicto. Puedes dividir la tierra, la seguridad… pero lo sagrado es indivisible. Esto ayuda además a globalizar la situación porque afecta a todos los musulmanes, trasciende al conflicto entre israelíes y palestinos».
La ANP condenó inmediatamente la matanza, pero en su mensaje Abás insistió en la necesidad de que los radicales judíos abandonen sus provocaciones en torno a la Explanada de las Mezquitas como paso imprescindible para calmar la situación. Hamás y Yihad Islámica, las dos grandes facciones religiosas palestinas, aplaudieron la operación contra la sinagoga y la enmarcaron dentro de la «resistencia» frente a la ocupación y al levantamiento popular reciente para la defensa de los lugares santos. Unos aplausos que alientan inevitablemente los ataques de «lobos solitarios».
El muro que Israel comenzó a levantar en 2002 ha servido para aislar Cisjordania, pero con los barrios de Jerusalén Este no hay barreras de ningún tipo y sus más de 300.000 vecinos se mueven con libertad por todo el país, una libertad de la que se beneficiaron los autores del ataque a la sinagoga que conocían la zona perfectamente, porque uno de ellos trabajaba en un supermercado próximo al templo, según la prensa local. La ANP ha silenciado en la última década todos los llamamientos a la lucha armada y ha colaborado activamente con Israel en la detención de elementos de Hamás o Yihad Islámica, pero poco o nada puede hacer al otro lado del muro donde las protestas no han cesado desde que en verano radicales judíos quemaran vivo a un adolescente de Shuafat en represalia por el previo secuestro y asesinato de tres seminaristas judíos en las cercanías de Hebrón.
Anexión
Israel se anexionó Jerusalén Este tras su victoria en la guerra de 1967, pero los palestinos y la comunidad internacional siguen considerando esta zona de la ciudad como capital del futuro Estado Palestino. Netanyahu, sin embargo, insiste en el carácter «indivisible» de Jerusalén, a la que denomina «capital eterna» de los judíos. Unas palabras que contrastan con una realidad marcada por la separación entre las dos partes de la ciudad, con un este donde el apoyo a colonos radicales para que establezcan asentamientos en medio de comunidades palestinas y el derribo administrativo de viviendas han servido de caldo de cultivo para la actual explosión de descontento.
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