Un curso en la universidad para poder contratar a una empleada doméstica
Por apenas trescientos euros al mes, más de 200.000 mujeres, mano de obra barata llegada de Filipinas, Indonesia, India o Malasia, se ocupan de las tareas del hogar
Por apenas trescientos euros al mes, más de 200.000 mujeres, mano de obra barata llegada de Filipinas, Indonesia, India o Malasia, se ocupan de las tareas domésticas y permiten que la sociedad de Singapur continúe con su vertiginoso ritmo de crecimiento económico.
Como en tantos otros aspectos de la vida, el gobierno regula la actividad y las condiciones laborales de estas empleadas que trabajan sin horarios y, hasta el pasado año, sin un solo día de descanso a la semana. Una de las medidas más sorprendentes es la obligatoriedad de aprobar un curso, online, o presencial en la universidad para que los empleadores conozcan los derechos y deberes de estas trabajadoras. Entre los consejos que los participantes reciben de un asistente social está el de no maltratarlas física ni verbalmente, la prohibición de que limpien cristales por fuera para evitar caídas desde los pisos altos de los rascacielos o la recomendación de alimentarlas y permitirles un descanso nocturno.
Sin embargo, son numerosos los casos de abusos y palizas, hasta el extremo de que el gobierno de Myanmar ha prohibido a sus mujeres trabajar en el país, al menos durante seis meses. Y es que apenas una tercera parte consigue tener el día libre o, en su lugar, y solo en el mejor de los casos, recibe una mínima compensación de seis euros por renunciar a él. El lujo de los rascacielos de la ciudad donde abundan las obras de arte, las inmensas piscinas, o garajes plagados de Rolls Royce y Ferrari, contrasta con los miserables e ínfimos cuartos de las empleadas domésticas, sin ventilación, ni luz y donde apenas cabe un colchón que se extiende durante la noche.
El gobierno trata de limpiar la imagen del país y ha prohibido que sean exhibidas como mercancia, ya que algunas agencias de colocación ubicadas en centros comerciales obligan a las jóvenes a fregar suelos o a planchar a la vista del público como un reclamo para futuros empleadores. A pesar de que la justicia condena con penas de cárcel los malos tratos a las empleadas, la lentitud de los procesos deja a muchas mujeres que denuncian a sus jefes en un limbo ya que ni pueden abandonar el país mientras dura el proceso ni pueden trabajar para otra familia, por lo que la mayoría retira los cargos y deja Singapur sin recibir ninguna compensación moral ni económica.
Todo ello sucede en una nación con una de las rentas per capita más elevada del mundo, pero que, en su carrera hacia el éxito, permite que algunos de sus hombres y mujeres olviden los más esenciales derechos del ser humano.
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