Submarino en Suecia
Fin de la neutralidad nórdica
Pese a mantenter fiel a la tradicional política exterior escandinava, Suecia y Finlandia colaboran abiertamente con la OTAN
«Podemos asegurar que un minisubmarino violó el territorio sueco en octubre. De eso no hay duda». Así lo informó el comandante en jefe de las Fuerzas Armadas suecas, Sverker Göransson, el pasado viernes tras presentar el informe final al Gobierno del primer ministro socialdemócrata, Stefan Löfven. Löfven calificó la violación territorial de «muy grave» y de «completamente inaceptable», aunque no se aventuró a apuntar qué país se encontraba tras esas maniobras.
Suecia es un país asociado a la OTAN, aunque no es Estado miembro. Ello entroca con su tradición de neutralidad en el tablero de la política internacional, y con su política exterior, que tradicionalmente, ya durante la Guerra Fría, mantuvo equidistancia en la lógica de enfrentamiento entre Occidente y el desaparecido Bloque Socialista.
El último capítulo remarcable de esa política exterior es un buen ejemplo de la tradición propia del país escadinavo: a finales del pasado octubre, Estocolmo decidió unilateralmente, y sin esperar a una posición común de la Unión Europea (incapaz de poner de acuerdo a todos los países miembros), reconocer a Palestina como Estado independentiente . La ministra de Asuntos Exteriores dsueca, Margot Wallström, aseguró que este paso ayudaría a encontrar una solución negociada al conflicto en Oriente Próximo.
Esta última declaración de Wallström entronca precisamente con otras de las características tradicionales de la política exterior sueca: la mediación y el rol de factor estabilizador en casos de crisis internacionales. Su neutralidad le permite al país escandinavo ofrecerse para mediar en conflictos. No en vano, Suecia ha sido un país impulsor y escenario de diversas negociaciones de paz.
Una de las grandes razones de la actual neutralidad de países como Suecia y Finlandia hay que buscarla en la larga sombra que supuso en la región escandinava la existencia de la Unión Soviética durante la Guerra Fría, y en ahora, de su sucesora natural: la Rusia de Vladimir Putin. El caso finlandés incluso dio lugar a la acuñación de un concepto paradigmático en el campo de las Relaciones Internacionales: la finlandización, que hace referencia a la neutralidad pragmática y realista de Finlandia, que sólo así pudo sobrevivir a la vecindad de la Unión Soviética y a su naturaleza geográfica de Estado tapón.
Esa línea parece haber cambiado algo durante los últimos tiempos debido a las marejadas que está sufriendo el tablero europeo e internacional, con la guerra en Ucrania como principal ejemplo. Suecia y Finlandia siguen sin ser miembros de la OTAN y sus ciudadanías, rechazando ampliamente una eventual integración. Sin embargo, ambos países colaboran abiertamente con la alianza a través de un programa de eufemístico nombre: «Cooperación para la paz». «Fin de la neutralidad», rezaba el pasado agosto un artículo del diario alemán «Süddeutsche Zeitung»: «Si Suecia y Finlandia tuviesen que decidirse por un bando en un conflicto militar, no hay duda alguna de cuál elegirían».
Desde el estallido de la crisis ucraniana, algunos se preguntan si la relación entre ambos países escandinavos con la alianza militar irá en algún momento más allá de la simple cooperación. Una pregunta reforzada el pasado octubre por la violación de las aguas suecas de un submarino sobre el que muchos han especulado que podría ser ruso. Sea como sea, los analistas consultados por medios alemanes no tienen duda respecto a un punto: si Suecia y Finlandia deciden algún día integrarse de pleno en la OTAN, lo harán de forman conjunta, o no lo harán. Sólo así podrán asegurar una seguridad compartida en toda la región.
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