¿Quién quiere ser voluntario?

De los creadores de «radiadores africanos para Noruega», llega una nueva campaña satírica sobre el negocio humanitario

¿Quién quiere ser voluntario? rusty radiator

EDUARDO S. MOLANO

En las navidades de 2012, la campaña satírica «Africa for Norway» sacudía las redes sociales. ¿Su objetivo? Simple: el envío de radiadores desde el continente africano hacía Noruega para paliar el duro invierno que sufrirían los jóvenes escandinavos durante esos meses.

Por supuesto, la obra (realizada por la organización The Norwegian Students’ and Academics’ International Assistance Fund, SAIH ) tan solo pretendía denunciar la «pornografía» de la miseria que sufre un continente, quizá demasiado acostumbrado a luchar contra los estereotipos.

Ahora, dos años después, SAIH vuelve a la actualidad con una parodia sobre los jóvenes que realizan voluntariado en África en nombre de la caridad, pero sin un auténtico sentido moral del altruismo y con escasos conocimientos sobre la realidad en el terreno.

En el vídeo, «Who wants to be an Africa volunteer?» , se polemiza sobre estas actitudes gracias a una sátira en forma de concurso televisivo.

«Queremos luchar contra la comunicación estereotipada y negativa usada por otras organizaciones de ayuda», reconoce el líder de SAIH, Jørn Wichne Pedersen.

En la actualidad, se estima que cerca de 40.000 organizaciones humanitarias operan internacionalmente (no limitadas al país de origen). Un número que, sin embargo, se proyecta sobremanera si ampliamos esta definición a organismos locales; ya que en Kenia -por ejemplo- hasta 5.000 «organizaciones sin ánimo de lucro» han sido registradas -sólo- en la última década.

Pero pese a las innumerables ventajas que ofrecen estas organizaciones; como un mayor grado de especialización y mano de obra cualificada; el negocio humanitario muestra, de igual manera, algunos claroscuros.

Especialmente, porque muchas de estas «empresas» que operan en el continente africano sufren un vacío legal que impide que (en ocasiones) sus cuentas se hagan públicas, así como demostrar quiénes son sus inversores.

De acuerdo con cifras ofrecidas por el Banco Mundial, en 1994, el 12 por ciento de toda la ayuda extranjera a países en vías de desarrollo se canalizaba por medio de organizaciones no gubernamentales. Sin embargo, sólo dos años después, este porcentaje ya se había doblado, hasta obtener una facturación cercana a los 7 mil millones de dólares.

Sólo en África, las ONGs gestionan (crisis aparte) cerca de 3.500 millones de euros en «servicios humanitarios». Aunque, según un reciente informe realizado por la Universidad John Hopkins, en 2005, sus gastos tan sólo fueron de 1.600 millones.

¿Dónde queda el resto?

En 2010, Aquilino Aciita -director jurídico del Consejo Nacional de ONGs kenianas-, reconocía que la corrupción es una de las grandes lacras a las que se enfrentan estas organizaciones, y a la postre, los inversores extranjeras que tienen como destino el continente africano.

«Actualmente, la mayor parte de los actores que nutren el negocio humanitario se comportan como empresas, el problema es que ninguno de ellas está regulado como tales», aseguraba el experto.

Ya en 2005, un informe keniano destinado a monitorear la eficiencia de todo un Gabinete presidencial reveló un incipiente abuso generalizado de los fondos proveniente de organismos humanitarios.

De igual modo, para Aciita a día de hoy es demasiado sencillo registrar organizaciones «fantasma» o que rozan la ilegalidad y que posteriormente recibirán subvenciones de donantes con buenas intenciones, pero con nulo conocimiento del terreno.

Por ello, para el empresario, resulta necesario que los propios donantes se impliquen en la supervisión y evaluación de los proyectos que financian, así como realicen un seguimiento a posteriori.

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