Locos por la India

La fascinación occidental por la espiritualidad en este país comenzó en el siglo XIX, especialmente en Alemania, y con las visitas de gurús indios a Estados Unidos

Locos por la India AFP

jaime león

La culpa de todo la tienen los Beatles. Los cuatros músicos viajaron a la India en un periplo espiritual en 1968. Hordas de turistas occidentales siguieron sus pasos en busca de la iluminación. Y todavía los siguen hoy con su uniforme de alpargatas de cuero, pantalones bombachos y camisetas de colores. El ashram donde los de Liverpool escucharon las revelaciones del gurú Maharishi Mahesh Yogi es hoy un sitio de peregrinaje en las cercanías de la ciudad de Rishikesh. El lugar carece de interés. Un viejo recinto en ruinas. Pero los buscadores de la iluminación hacen aquí parada para quizá imaginar a John Lennon y Paul McCartney componiendo las canciones del Album Blanco mientras levitan.

Si el lugar no tiene mucho interés, no ocurre así con quienes se acercan a verlo. «Tío, aquí estuvieron los Beatles. Siento su presencia ¿Tú, no?» No, ilumíname.

La religión en la India es otra cosa. Una forma de vida. El trajín diario y la realidad se mezclan con la religión. La frontera entre lo humano y lo divino es difusa. Cuando un taxista te cobra -después de estafarte- se lleva el dinero a la cabeza y musita una oración. En Delhi es posible ver a monjes jainistas caminando como dios -o dioses- los trajo al mundo. En el país asiático hay más lugares de rezo que hospitales y colegios juntos, según datos del Gobierno. Cuatro de las grandes religiones del mundo han nacido aquí: budismo, jainismo, sijismo e hinduismo. La India es religión en vena.

La fascinación occidental por la espiritualidad india comenzó en el siglo XIX, especialmente en Alemania, y con las visitas de gurús indios a Estados Unidos. Pero el viaje de los Beatles y el movimiento hippie hicieron explotar el interés.

Rishikesh es la capital mundial del yoga y la espiritualidad. Una especie de Disneyland donde los occidentales pueden cumplir sus fantasías. Hacen yoga al amanecer, viven en ashrams donde friegan el suelo de rodillas -si sus madres los viesen- e incluso se recluyen en cavernas con ancianos gurús. Son críticos con las religiones en las que nacieron, pero aceptan el hinduismo sin pestañear. Como el cruel sistema de castas no les afecta, lo pasan por alto. Alaban la pobreza -ajena-. «Estos niños son pobres, pero mira como sonríen. Son felices». Claro.

Y lo flipan en colores. Sin necesidad de drogas. Algunos de estos buscadores espirituales pierden literalmente la cabeza. Se conoce como el síndrome de la India y lo documentó el psiquiatra francés Régis Airault en su libro «Locos por la India». Es una suerte de de síndrome de Stendhal, pero en lugar de sentirse desbordados por la belleza de Florencia, la espiritualidad los supera.

Psicosis, alucinaciones y esquizofrenia

Psicosis, alucinaciones y brotes esquizofrénicos son algunos de sus síntomas. De repente le asalta a uno la convicción de que es una reencarnación de un dios azul con cuatro brazos. O que ha despertado su tercer ojo. O que con un poco de esfuerzo se puede levitar.

Aunque suene a broma, esto supone un problema para las embajadas extranjeras. Una diplomática europea afirma que no son pocos los casos de padres que han perdido el contacto con sus retoños en la inmensidad india. Muchos de ellos ya llegan con problemas mentales. Las delegaciones diplomáticas ponen en marcha sus dispositivos y muchas veces encuentran a los niños descarrilados meditando en ashram remotos o buscando puertas a otras dimensiones en Varanasi. Más «pallá» que «pacá». «La sensación es que pierden un poco el contacto con la realidad y les solemos localizar un poco confusos», dice la diplomática, que prefiere mantener el anonimato.

Hay personas espirituales perfectamente normales que practican yoga o meditación de forma sana. Pero he conocido a personajes que bordeaban el síndrome de la India.

«Mucho rollo con Vicente Ferrer porque da de comer a los pobres, pero nosotros aquí enviamos energía positiva al resto del mundo y nadie nos presta atención», asegura una habitante europea de la localidad de Auroville. Esta comunidad nació en el sur de la India en 1968 y sigue la filosofía de Sri Aurobindo, pensador y gurú que a través del yoga trató de acercar al hombre a lo divino. Unas 2.000 personas, la mayoría occidentales viven aquí. En el comentario de la vecina de Auroville no hay ni pizca de ironía. Es lo que pensaba. Vivía en un precioso chalet, impoluto gracias a las indias que la servían.

En el ashram de Amma -la madre- no abundan los lujos. Aquí hay abrazos. Esta mujer que nació pobre lleva repartidos más de 30 millones de espirituales abrazos. En Barcelona llena. Es una «superstar» de esto de la espiritualidad. En su base de Kerala se juntan cientos de jóvenes vestidos de blanco cada verano. Allí una mujer de cierta edad aseguraba que buscaba a su gato que se había reencarnado y todavía no lo había localizado en su nueva vida. Una joven nórdica hablaba con una muñeca réplica de Amma. Y se sentía comprendida por ella. Abrace a Amma. Me quedé tal cual. Prefiero los abrazos de mi madre.

El viaje indio de los Beatles acabó abruptamente. El Maharishi sobaba a Mia Farrow, que acompañaba a los cuatro «fabs», y sacaba dinero a los músicos. Lennon acabó desilusionado. El gurú preguntó por qué se iban. «Ya que te haces llamar océano de sabiduría deberías saberlo», espetó el músico. El genio de Liverpool escribió una canción titulada «Maharishi», pero George Harrison y los abogados consiguieron que no lo nombrase en la letra. «Sexy Sadie, ¿qué has hecho? Te burlaste de todo el mundo», fue la versión final.

Quizá la culpa no fue de los Beatles.

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