Erdogan quiere entrar en Siria para atacar a Assad, kurdos y yihadistas
El presidente turco advierte a la comunidad internacional de que solo desde el aire no se podrá frenar la ofensiva del Estado Islámico, que ya casi se ha hecho com Kobani
«Han pasado meses, pero no se han logrado resultados. Kobane está a punto de caer». Con estas palabras describía el presidente turco Recep Tayyip Erdogan la situación en aquella ciudad siria, en la que los milicianos kurdos de las Unidades de Protección Popular (YPG) tratan de contener la ofensiva de los combatientes del Estado Islámico . El avance de estos últimos, hasta ahora, ha sido imparable: desde hace dos días, los yihadistas se encuentran en el perímetro urbano de Kobani , situado en la frontera que Siria comparte con Turquía, y la batalla ha pasado de una guerra de posiciones a una guerrilla urbana.
En esta situación, el conocimiento del lugar parece haberles dado cierta ventaja táctica a los milicianos kurdos. Pero nadie se hace ilusiones: el armamento de los islamistas, que cuentan con vehículos blindados, tanques y artillería, es muy superior al de los guerrilleros, armados con poco más que fusiles kalashnikov y su propia determinación. Ni siquiera los bombardeos de la coalición que lidera EE.UU. contra el Estado Islámico, que ayer volvieron a castigar las posiciones yihadistas, parecen capaces de detenerles.
«Se lo digo a Occidente: soltar bombas desde el aire no traerá una solución», declaró ayer Erdogan ante un grupo de sus seguidores en la ciudad de Gaziantep, muy cerca de la frontera siria. «El terror no se terminará hasta que haya cooperación para una operación terrestre», aseguró el presidente turco.
La posición de las autoridades turcas es clara: meter en el mismo saco al Estado Islámico, al régimen del presidente sirio Bashar Al Assad y a las YPG, vinculadas a la guerrilla kurda del PKK, que Turquía considera una organización terrorista. El primer ministro turco Ahmet Davutoglu aseguró el lunes en una entrevista con la reportera estadounidense Christiane Amanpour, de la cadena CNN, que Turquía podría aportar tropas para una intervención en Siria pero «solo si la estrategia de EE.UU. incluye también ir contra Al Assad».
«Estamos siguiendo los ataques contra Kobane y otras localidades donde viven nuestros hermanos kurdos con gran preocupación», aseguró ayer Erdogan. Unas palabras percibidas por los propios kurdos como una muestra extrema de cinismo: hasta ahora, el único signo visible de actividad de las fuerzas de seguridad turcas en los alrededores de Kobane ha sido el abundante uso de gas lacrimógeno contra aquellos activistas kurdos que trataban de cruzar la frontera para unirse a las milicias YPG.
Desde hace semanas, cientos de simpatizantes del PKK se han desplegado por la frontera y establecido controles informales de carretera en algunos pueblos, donde detienen los vehículos que se aproximan a la zona de combates. Con las manos enguantadas para no dejar huellas dactilares que permitan identificarles, registran los maleteros y comprueban los equipajes. «Es para asegurarnos de que nadie le pasa armas al Estado Islámico», declaraba a ABC un activista encapuchado venido de la ciudad de Malatya, en el sureste de Turquía, hace pocos días.
Es contra estos grupos contra quienes se están empleando a fondo la policía y la gendarmería turcas. Ante la imposibilidad de controlar esta zona, están optando por evacuar las aldeas de la frontera, alegando razones de seguridad. No sin motivo: en los últimos días, alrededor de una docena de obuses han caído en territorio turco, hiriendo a al menos seis personas.
Incidentes en Turquía
La situación amenaza con provocar una insurrección kurda generalizada en toda Turquía. Estambul y Ankara, las dos principales ciudades del país, han registrado disturbios en los dos últimos días, así como la mayoría de las grandes localidades kurdas del sureste del país. Cientos de personas han sido detenidas, y en la noche del lunes, se produjo un muerto y dos heridos por disparos de origen incierto. Las autoridades han decretado un toque de queda para las provincias de Siirt y Mardin, que afecta a seis localidades. En Adana y Diyarbakir, además, se están produciendo enfrentamientos armados entre militantes salafistas simpatizantes del Estado Islámico y activistas kurdos vinculados al PKK.
En estas circunstancias, el proceso de paz entre el gobierno turco y la guerrilla kurda parece más moribundo que nunca. «No hay nada que se parezca a una solución. Hablan de negociaciones, pero no hay negociación. Es una fachada falsa», declaró el encarcelado líder del PKK, Abdullah Öcalan, este fin de semana. «Esperaremos hasta el 15 de octubre. Después no quedará nada», afirmó.
Pero sus propios comandantes no parecen dispuestos a aguardar tanto: la semana pasada, la guerrilla lanzó su primer ataque en dos años contra una comisaría de la provincia de Bingöl, en el que murieron tres policías. Si nada lo remedia, las regiones kurdas del sureste de Turquía podrían volver a sumirse en la violencia muy pronto.
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