El día en el que surgió el amor entre Camus y María Casares
El 19 de marzo de 1944 el intelectual y la actriz española se conocieron en casa de Michel Leiris en la representación de una pieza de teatro de Picasso
Intimidades epistolares de Clarice Lispector, María Casares y Silvia Plath

La última carta de Albert Camus a María Casares está fechada el 30 de diciembre de 1959. Cinco días después, el 4 de enero de 1960, moría en el acto tras chocar contra un árbol el coche en el que viajaba a París junto ... a Marcel Gallimard, su editor. Tenía 46 años.
Camus le proponía cenar juntos al día siguiente tras su llegada a la capital: «Hasta pronto, esplendorosa mía. Estos tan contento de volver a verte que me río mientras te escribo. He cerrado mis carpetas y no trabajo ya. Un abrazo hasta el martes«.
La apasionada relación entre el filósofo, dramaturgo y novelista y la actriz española duró más de 15 años. Camus, que estaba casado y todavía sin hijos, conoció a María el 19 de marzo de 1944 en casa de Michel Leiris en París. Fue un flechazo a primera vista. Aquel último abrazo quedó pendiente para siempre, pero nos quedan las 1.200 páginas de correspondencia entre los dos amantes, publicadas por Gallimard y editadas en castellano por Debate.
María Casares, hija de Santiago Casares, el último jefe de Gobierno de la II República, había huido de la guerra junto a su madre. Llegaron a París en noviembre de 1936. Ella tenía 14 años. Se instalaron en un piso de la rue de Vaugirard y María empezó a estudiar arte dramático.
Cuando se conocieron, la actriz actuaba en el teatro de Les Mathurins bajo la dirección de Marcel Herrand, su mentor. María se había hecho amiga de Zanie Campan, a la que había conocido en las clases de Madame Dussane, profesora de ambas. Fue Zanie quien invitó a María a una 'soirée' en casa de los Leiris donde ella iba a actuar con un pequeño papel en una representación teatral.
Calurosa bienvenida
Los Leiris vivían en un piso del 53 bis de la rue des Grands Augustins. Zanie fue a buscar a María al teatro y tuvieron que recorrer andando la larga distancia hasta la casa de sus invitados, el otro lado del Sena. María era reticente a acudir a la cita porque estaba desfallecida de hambre y no conocía a ninguno de los invitados. Zanie argumentó que allí había bebida y comida abundante.
Subieron en ascensor a la casa de Leiris y él abrió la puerta con una gran sonrisa. «Amo España y la fiesta de los toros», le dijo a María. Un grupo de invitados llenaba el amplio salón. En la primera persona en la que se fijó era una mujer de unos 35 años que vestía con un pañuelo en la cabeza a modo de turbante. Era Simone de Beauvoir.

Zanie ya había explicado a María que lo que se iba a representar allí era una pieza teatral surrealista de Pablo Picasso, titulada 'El deseo atrapado por la cola'. Ella tenía que hacer de 'La Tarte', un pequeño papel en la obra en la que unos personajes mantienen una conversación absurda en un hotel. Picasso había escrito el texto hacía tres años, pero fue esa noche en casa de Michel y Louise Leiris donde se estrenó.
María observaba desde un rincón a aquel grupo de gente que iba a representar la pieza. De naturaleza tímida, no se atrevía a acercarse a nadie. La primera persona con la que entabló conversación fue con el joven novelista Claude Simon, futuro Nobel Literatura y entonces un desconocido, que había acudido por deseo de Beauvoir.
Allí estaban los actores que había invitado personalmente Picasso a actuar en su obra, casi todos amigos de Michel Leiris, etnógrafo y aficionado a la tauromaquia. He aquí los nombres del reparto: Jean-Paul Sartre, Simone de Beauvoir, Raymond Queneau, Dora Maar, Jean Aubier y Jacques-Laurent Bost. Entre la veintena de invitados a la representación, se hallaban en el salón Jean Marais, el actor más popular de la época, Georges Braque, Pierre Reverdy, Georges Bataille y su esposa y Jacques Lacan.
María Casares, de naturaleza tímida, no quería ir a una representación donde no conocía a los invitados, pero Zanie Campan la convenció
El último en llegar fue Pablo Picasso, que entró en la casa con un cuadro bajo el brazo. Depositó el lienzo en una repisa del salón. Era el retrato del poeta Max Jacob, su gran amigo, fallecido en el campo de concentración de Drancy dos semanas antes. Jacob había enseñado francés al pintor cuando se instaló en el Bateau Lavoir. Los nazis ocupaban París en aquel marzo de 1944, aunque por poco tiempo porque el desembarco de Normandía se produciría tres meses después.
Algunos se sentaron y otros se quedaron de pie, en un respetuoso silencio, cuando comenzó la representación. Junto a una contraventana, había un hombre joven, apuesto y con aire de autoridad que leía el texto y daba entrada a los actores. María se fijó en él. Era Albert Camus, joven periodista y dramaturgo que había vivido en Argelia y militaba en la Resistencia.
Perfil altivo
«Parecía que quería eclipsar su figura en la penumbra de la ventana», escribió María Casares en 'Residente privilegiada', sus memorias, publicadas en 1980. «Vi un perfil altivo cuya mirada se perdía en la calle y donde sólo la frente alta y la nariz recta y corta seguían sosteniendo no sé qué fatiga u orgullosa indolencia«, observó.
Tras concluir la obra, la anfitriona Louise Leiris la presentó a Picasso. Éste no sabía quién era y tampoco la identificó con su padre. Pero reaccionó con reflejos: «Pasa cuando quieras a verme en mi estudio. Luego podemos ir a comer ostras. ¿Te gustan?«. El pintor le preguntó si había visto el 'Guernica', a lo que María respondió que no.
Como el toque de queda comenzaba a las 23.00 horas, María y Zanie abandonaron la casa de los Leiris antes de esa hora. Al día siguiente, ella acudió a los ensayos de Les Mathurins. Marcel Herrand comentó que era amigo de Albert Camus, con el que compartía el amor al teatro.
Dos o tres semanas después, Marcel recibió en un grueso sobre un texto escrito por Camus. Era 'El malentendido' y su autor quería estrenarlo en Les Mathurins bajo la dirección de Marcel Herrand. Ambos se citaron en un café del faubourg Saint-Germain para discutir el trabajo y establecer un plan de trabajo.
A mediados de abril, en una fecha indeterminada, Herrand entregó 'El malentendido' a María Casares, que quedó muy impresionada. «Hay algo que me conmueve en la obra», dijo. Herrand afirmó que había pensado en ella para representarla y pidió que asistiera a una lectura que iba a llevar a cabo el autor.
El 24 de junio María subía al escenario para estrenar 'El malentendido', de Camus. El 20 de agosto fueron vistos juntos en París
Antes de acabar el mes, María estaba ya memorizando el papel y asistiendo a los primeros ensayos. Camus estaba prendado del talento y la belleza de María y ella había sucumbido a la personalidad de Albert en aquella reunión en casa de los Leiris. Pero ninguno de los dos se atrevía a tomar la iniciativa.
Fue el 6 de junio de 1944, poco más de dos semanas antes del estreno, cuando se encontraron en una fiesta del actor Charles Dullin. Salieron juntos y ella se subió a la bicicleta de Camus. Llegaron al estudio que había alquilado Albert en la rue Vaneau, en el mismo inmueble donde residía André Gide. Allí pasaron la noche. El 24 junio María subía al escenario para estrenar la obra de su amante. El 20 de agosto fueron vistos juntos en las calles de París para celebrar la entrada de los aliados en la capital.
Un amor pasional
No se separaron hasta dos meses después cuando Francine Faure, la esposa de Camus, llegó a París desde Argelia. Se habían casado en 1940 y era la segunda mujer del escritor. Quedó embarazada y daría a luz a los mellizos Jean y Catherine en septiembre de 1950. Albert y María interrumpieron su relación durante casi tres años. Pero volvieron a verse en 1948. Y, de forma intermitente, siguieron juntos hasta la muerte del autor de 'El extranjero'.
«Nos conocimos, nos reconocimos, nos entregamos mutuamente, logramos un amor ardiente de cristal puro», escribió María en una carta datada en junio de 1950. «Somos suficientemente fuertes para vivir sin ilusiones. Nada puede ni sorprendernos ni separarnos», había consignado Albert en otra carta escrita unos meses antes. No hay mejor testimonio de ese amor desesperado y romántico que la correspondencia donde quedó grabada la pasión que les consumió.
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