La basílica perdida sobre cuyas ruinas será enterrado Benedicto XVI que dominó el Vaticano 1.200 años
El antiguo edificio fue construido por el emperador Constantino en el siglo IV y se mantuvo en pie sobre la tumba original de San Pedro hasta que el Papa Julio II decidió derribarlo en el siglo XVI

Todo empezó en la colina de los vaticinios, en la Roma imperial, sobre el margen derecho del río Tíber. Allí se encontraba esta elevación del terreno conocida en la época como 'mons Vaticanus', en la que se celebraban los ritos del culto a ... la diosa de la tierra: Cibeles. El escritor Plinio el Viejo describió aquel lugar como «insalubre», o peor aún, «infame», pues allí los zancudos diezmaron las tropas del emperador Vitelio en el año 69. En ese collado hubo alguna vez una pequeña población llamada Vatica o Vaticum, cuyos moradores se ganaban la vida extrayendo arcilla que les servía para fabricar tejas, platos y vasijas.
El lugar no daba para más, pues frecuentemente lo inundaban las aguas del río. Fue durante muchos años una zona pobre, hasta que, durante los años del primer imperio, varios personajes de la nobleza romana mejoraron un área importante, la más próxima al Tíber, al establecer allí casas campestres, parques y jardines en los que pasar tiempo con sus familias, como una burbuja urbanística en medio de aquella zona deprimida y azotada por las habituales crecidas del agua.
La tradición asegura que fue allí, en un cementerio construido por Calígula unos años antes y ubicado en la ladera escarpada de dicha colina, donde los cristianos sepultaron al apóstol Pedro después de haber sido crucificado boca abajo en el cercano barrio de los judíos, en el 67 d. C., cuenta Jesús Álvarez Gómez en su 'Historia de la Iglesia' (2001). Según el texto apócrifo 'Hechos de Pedro' escrito en el siglo II, el primer Papa de la historia «les suplicó a los verdugos que le crucificaran con la cabeza hacia abajo». Su cadáver permaneció luego olvidado en la citada necrópolis durante tres siglos, hasta que Constantino I decidió honrarlo.
En el 322, este emperador que detuvo la persecución de los cristianos y les dio libertad de culto ordenó, a su vez, que se edificara una gran basílica sobre el lugar exacto en el que creía que se encontraba, según sus datos, la tumba de San Pedro. El proyecto era de tales dimensiones que tardaron 30 años en construirla y permaneció en pie durante 1.200 más en los que se convirtió en un importante lugar de peregrinación. Aunque no todo el mundo lo sabe, sobre sus ruinas será enterrado este jueves Benedicto XVI, en la cripta que hay bajo la actual Basílica de San Pedro, que terminó de erigirse en 1626.

110 metros
Se conservan algunos planos de la antigua basílica, que con sus cinco naves, más de cien columnas de mármol, 110 metros de largo y 30 de alto dominó la ciudad del Vaticano hasta los primeros años del siglo XVI, cuando Colón ya había descubierto América y los Reyes Católicos comenzaban su periodo de esplendor como principal potencia del mundo. Su planta tenía forma de cruz latina y un techo de madera en el interior. El exterior del edificio no estaba especialmente decorado, como se ha podido comprobar por dibujos y grabados que han llegado hasta nosotros, como el fresco de Rafael Sanzio titulado 'El incendio del Borgo'.
Sabemos también que había un enorme mosaico conocido como 'La Navicella', que ocupaba la totalidad de la pared por encima del arco que daba al patio. Se atribuye al pintor italiano Giotto di Bondone, que en 1313 fue llamado por el Papa Benedicto IX para hacer este y otros trabajos dentro de la primitiva basílica. La obra representaba a San Pedro caminando sobre las aguas, que sobrevivió hasta que Julio II comenzó a construir la nueva basílica en el siglo XVI. Aún así, todavía se conserva una parte del mural restaurado.
Se conserva también un fragmento de un mosaico del siglo VIII, 'La Epifanía', que fue trasladado a la sacristía de la iglesia romana de Santa Maria in Cosmedin, como una prueba de la gran calidad artística que tenían el resto de los mosaicos que se perdieron con la destrucción de la antigua Basílica de San Pedro. Además, en las paredes, de once ventanas cada una, había otros frescos con escenas del Antiguo y el Nuevo Testamento. Y el altar contaba con varias columnas salomónicas que, según la tradición, Constantino cogió del Templo de Salomón para regalárselas a la Iglesia.
El nacimiento del Vaticano
Cuenta Mario Madrid-Malo Garizábal en 'Tú eres Pedro: el Papado en la historia' (Editorial San Pablo, 2006) que la basílica de Constantino llegó a convenirse, con el paso de los siglos, en el edificio más notable de un complejo arquitectónico en el cual se agrupaban lugares de culto y mansiones destinadas a la habitación del Papa y de su corte. Carlomagno, incluso,fue coronado allí en el 800. A todo ese complejo se llamó primero 'Villa Leonina', porque fue León IV (847-855) quien lo rodeó de una muralla extendida desde el Tíber hasta el mausoleo de Adriano. Su emplazamiento coincide hoy, aunque no totalmente, con la Ciudad del Vaticano.
A lo largo de los siglos siguientes, la impresionante primera basílica de San Pedro fue sufriendo reparaciones, sobre todo en el lugar en que los sucesivos papas ubicaban la tumba del 'Príncipe de los apóstoles'. Así lo explicaba en ABC el escritor y sacerdote José Luis Martín Descalzo en 1968, después de que la Iglesia confirmara que los huesos hallados en las excavaciones arqueológicas bajo la basílica eran los del primer Papa:
«La tumba era uno de los más curiosos documentos arqueológicos existentes: una especie de caja china en la que cada tumba encerraba siempre otra más antigua; así se descubrió que el gran altar de la Basílica de San Pedro era, en realidad, una funda del que en el siglo XII construyó allí mismo Calixto II. Este, a su vez, encerraba un tercer altar, construido a fines del siglo VI por San Gregorio Magno. Este altar, una vez más, encerraba dentro un monumento de pórfido rojo construido en el año 315 por el emperador Constantino. En el corazón de este monumento había aún una pequeña 'edícula funeraria' erigida en el año 150 para proteger una tumba muy humilde del siglo primero: un simple hoyo en la tierra cubierto por dos grandes tejas rojas».

La antigua basílica, en ruina
En el siglo XV, sin embargo, la basílica se encontraba ya en un estado ruinoso y, tras el Papado de Aviñón, empezó a discutirse la necesidad de reparar parte de su estructura. Los elegidos fueron los arquitectos Leon Battista Alberti y Bernardo Rossellino, que mejoraron el ábside y agregaron una galería exterior conformada por arcos sobre columnas que tenía varios pisos. Su construcción continuó de manera intermitente durante los siguientes pontificados hasta que comenzaron las obras de la nueva basílica.
El Papa Julio II, gran mecenas de las artes, decidió remodelar completamente el edificio. En un principio, tuvo la intención de conservar la vieja basílica, pero no tardó mucho en cambiar de opinión y optó por demolerla y construir una estructura nueva. El plan escandalizó a muchos cristianos de la época, incluso dentro de la Curia romana, bajo la idea de que la antigua basílica representaba la continuidad de los papas y de la sede de una Iglesia que se remontaba hasta Pedro 1.500 años atrás.
No hay nada que hiciera retroceder en su decisión a Julio II, aún sabiendo que la vieja estructura se hallaba repleta de tumbas pertenecientes a otros santos y pontífices, además de la de San Pedro, que finalmente se encontró en 1950. De hecho, durante la construcción de la actual basílica hasta 1544 siguieron encontrándose huesos. Eso hizo que el trazado variara un poco, intentando conservar todos los restos humanos que fueran posible, así como el altar original dentro de la nueva estructura que lo albergaría.
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