'Sacamantecas': el absurdo error que llevó al asesino más desquiciado de España a la cárcel

En el siglo XIX, Manuel Blanco Romasanta se hizo famoso por argumentar que se convertía en hombre lobo para acabar con la vida de sus víctimas

Recreación de Romasanta ABC
Manuel P. Villatoro

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Las desventuras de Romasanta , el autoproclamado licántropo gallego, cuentan con muchas luces y una infinidad de sombras. Hoy conocemos su vida gracias a la versión que él mismo declaró frente a los tribunales que le juzgaron entre 1852 y 1853. Y ese es el problema: que este asesino reconocido esgrimió teorías tan rocambolescas en el estrado como que se transformaba en un hombre lobo para acabar con sus víctimas o que atacaba en compañía de otros seres tan sobrenaturales como él. Sus palabras rodearon el caso de un halo de misterio que, todavía hoy, genera cierta desconfianza sobre la veracidad de sus actos. Pero es innegable que, más allá de los 'bibidis, badabis, bus' de la hechicera de la Cenicienta, la suya fue la historia de un criminal que estremeció a España.

Manuel Blanco Romasanta vino al mundo, según confirmó al juez, en la aldea Regueiro, ubicada en Ourense, el 18 de noviembre de 1809. Bebé rubio y delicado, en su partida de nacimiento fue anotado como Manuela… Según dicta la lógica, porque tanto sus padres como el sacerdote creyeron que era una niña hasta los ocho años. Este es uno de los muchos enigmas que rodean todavía al hombre lobo gallego. Un misterio sobre el que intentó poner luz en 2012 el responsable de Antropología Forense del Instituto de Medicina Legal de Galicia, Fernando Serrulla , con un estudio que confirmó que nuestro protagonista que padecía un síndrome de intersexualidad (« hermafroditismo », según los estudiosos clásicos) que le hacía segregar de forma exagerada hormonas masculinas y le provocaba episodios de recurrente agresividad.

Dudas iniciales

Dulce, retraído y con aficiones, por aquella época, más propias de una mujer, Manuel estudió de niño las vicisitudes de la elaboración del jabón y de la costura. También se hizo un gran conocedor de los bosques gallegos, dato clave para su futuro como asesino. No se le puede negar tampoco su capacidad para aprender a leer y escribir, algo que no era habitual en las zonas rurales de España. Tras una adolescencia de la que se conoce poco, contrajo matrimonio en 1831 con Francisca Gómez , un poco mayor que él. Su historia de amor se extendió solo durante tres años, cuando la mujer falleció de forma repentina. El golpe hizo que Romasanta abandonase la parroquia que había contenido a su bestia interior y se diese a una vida de buhonero y a la venta ambulante de baratijas en Galicia y Portugal , con la que ya había coqueteado antes.

Una de las recreaciones de Romasanta en la prensa de la época ABC

Tal y como dejaron patente los facultativos que le estudiaron durante el juicio, era un hombre apuesto: «La fisionomía de Blanco es nada repugnante, y sin rasgo característico: mirada ya dulce y tímida, ya feroz y altiva, y forzadamente serena». Aunque es imposible saber cómo era cuando sumaba una veintena de veranos, pues solo disponemos de la descripción física que los expertos hicieron de él a lo largo del proceso, cuando contaba 45 años. Entonces medía «cinco pies menos pulgada de talla», contaba « con tez morena clara, ojo castaño claro, pelo y barba negros , semi-calva la parte posterior de la cabeza » y mostraba una «salud floreciente».

Por enésima vez, en este punto nace la controversia alrededor de Romasanta. La mayor parte de los historiadores coinciden en que, cuando falleció su esposa, se le empezó a conocer como ' O home do unto ' (el hombre del sebo) o el ' Sacamantecas '. La razón era que se dedicaba a recoger sebo para venderlo en Portugal, donde era utilizado para elaborar extraños ungüentos que, decía la tradición, eran capaces de curar todo tipo de males. En los años 50, el diario 'El Balear' ya hizo referencia a que se había ganado este sobrenombre, 'el del unto', según 'La voz pública'. Años después, cuando se dieron a conocer sus crímenes, no tardó en generalizarse la idea de que aquella materia prima la sacaba de sus víctimas…

Raros crímenes

El siguiente capítulo de esta desconcertante historia hay que buscarlo en 1843, cuando se volvió a tener constancia de Romasanta. Esta vez en León, última parada de una vida de trashumancia con unto en lugar de bestias. Las crónicas narran que aquel año abandonó la región perseguido por el alguacil Vicente Fernández , que pretendía cobrarle una deuda que tenía con un comercio gallego. Cuando el cuerpo del agente fue hallado sin vida se cargó contra Manuel, entonces un anónimo vendedor ambulante. En su favor habría que decir que pocas pruebas había en su contra, pero eso no le sirvió de nada. Fue condenado en rebeldía a una década en prisión y tuvo que huir, una vez más, para salvar su libertad. Esta vez, hacia la parroquia de Rebordechau-Bilar de Barrio , en su amada Galicia.

En Rebordechau fue donde brotó la bestia. Y lo hizo tras la imagen de persona bondadosa y dedicada que Romasanta extendió entre los vecinos. Cosía junto a las ancianas del pueblo, se prestaba a ayudar en cualquier tarea cotidiana y, a cambio de unas monedas, siempre estaba dispuesto a acompañar a mujeres deseosas de atravesar los bosques y buscar una nueva vida en Santander. A la mayoría les prometía mediar para conseguirles un buen trabajo con algún ricachón local ávido de servicio doméstico. Según se determinó en 'Causa formada en el juzgado de 1ª instancia de Allariz contra Manuel Blanco Romasanta' (elaborada por el abogado que le defendió en 1852), fue durante uno de estos viajes cuando perpetró su primer asesinato en 1846. Las víctimas habrían sido Manuela García Blanco , de 45 años, y su hija Petronila .

A ellas las habrían seguido, en un plazo de cuatro años, Benita García y su pequeño Francisco ; Antonia Rúa y su chiquilla Peregrina y, para terminar, Josefa García y José. María Dolores , de 12 años e hija mayor de Manuela García, fue su último asesinato. Un cabo suelto con el que quiso terminar. La máxima de Romasanta, con todo, era no despertar sospechas. Por ello, entregaba a la familia de las fallecidas cartas falsas en las que insistía en lo bien que se vivía en Santander. Como de tonto no tenía un pelo, Manuel solía además camelarse a las chicas para que le vendieran todos sus bienes antes de marcharse. Una vez en el bosque, y tras el asesinato de rigor, se quedaba con el dinero de las difuntas.

El punto final de su maquiavélico plan lo explicó el diario 'El Balear' en una noticia publicada en 1853: « Muchas de las ropas de las personas asesinadas fueron vendidas por el reo a varios sujetos y efectivamente casi todas aparecieron ». Este último punto fue el que le condenó. Las habladurías sobre las desaparecidas, unidas a las sospechas por la venta de sus prendas, le obligaron a marcharse a toda prisa de Rebordechau hasta Toledo en 1852 con un pasaporte falso y bajo el nuevo nombre de Antonio Gómez. Pero, en este caso, la justicia le atrapó gracias a una «delación hecha por tres gallegos, en que manifestaron que otro paisano suyo que se hallaba con ellos en las siegas era al que se le atribuían los asesinatos» perpetrados en las sierras de San Mamed y Couso.

Romasanta fue cazado por las autoridades y obligado a confesar su verdadero nombre después de hallar pruebas suficientes en su nueva casa. Entre ellas, como se explicó en la causa, «una cartera que se le halló […] una bula de la Cruzada del año 51, con el nombre de Manuel Blanco». Ante la evidencia, el asesino tuvo que admitir la realidad. « Dijo llamarse Manuel Blanco y Romasanta, natural de Rigueiro , a su parecer del partido de Allariz, sin vecindad fija, ni residencia, por la clase de vida a que se había dedicado desde los trece años a esta parte, por lo que manifestará; de estado viudo, oficio tendero ambulante, y de 42 años de edad», confirmaba el documento oficial. El calendario se hallaba en el 25 de agosto de 1852.

Hombre lobo

Ese verano se inició un juicio que duró aproximadamente un año y que se sucedió primero en Allariz (Orense) y luego en La Coruña. Romasanta no solo confirmó que había acabado con la vida de las nueve personas que se le atribuían, sino que desveló que también había asesinado a otras cinco más, así como a otras tantas que ni siquiera recordaba. El proceso podría haber pasado por alto en la prensa de no ser porque afirmó que solo mataba cuando se convertía en lobo. «Pretende que en algunas temporadas tiene la desgracia de convertirse en lobo y entonces, contra su voluntad, se ve obligado a desgarrar a su prójimo con uñas y dientes; para lograrlo se revuelve en la arena, condición antecedente a su transfiguración», se destaca en la causa.

En sus palabras, la culpa de esa transformación la tenía una extraña maldición que le habían lanzado cuando no era más que un adolescente y cuya existencia le explicaron otros dos hombres lobo con los que se topó por casualidad. «Le consta que sus acciones criminales eran efecto de la maldición de que va hecho mérito, porque una vez en el valle de Couso en la Sierra, se encontró con dos lobos y se volvió lobo también, y anduvo con ellos cuatro o cinco días, volviendo al cabo a tomar forma de personas, y entonces fue cuando conoció a D. Genaro y Antonio, quienes le dijeron que hacía tiempo tenían aquella desgracia; cuyo éxito convenció al deponente de que era víctima de una maldición», recoge el informe del juicio.

«Pretende que en algunas temporadas tiene la desgracia de convertirse en lobo y entonces, contra su voluntad, se ve obligado a desgarrar a su prójimo con uñas y dientes; para lograrlo se revuelve en la arena, condición antecedente a su transfiguración»

A lo largo del proceso, Romasanta tuvo la sangre fría de afirmar que le constaba «que el día de San Pedro concluyó la maldición, porque en dicho día dejó de sentir los deseos» de matar. Hasta entonces, insistió, la sed de sangre y carne humana le había obligado a acabar con sus víctimas cuando adquiría su forma animal. «Declaró que para ejecutar estos asesinatos no se valían de arma alguna, pues después de […] tomar dicha forma acometían y devoraban a cualquiera », se completa en la causa. Sus palabras hicieron que periódicos de todo tipo, desde 'La Ilustración' hasta 'El Heraldo'. Otro tanto sucedió con medios internacionales como el 'Diario de gobierno de la República Mexicana', el cual dedicó algunas de sus páginas al caso.

El juicio desenmascaró en parte las incongruencias del lobo gallego. ¿Si perdía la consciencia cuando se volvía animal, cómo era posible que, tras los asesinatos, arrebatara a las mujeres sus pertenencias?, ¿por qué solo se convertía al llegar al bosque y no antes? Por estas y otras tantas dudas, el juez dictó sentencia el 6 de abril de 1853 : garrote vil . Pero su abogado tenía una última baza. Apoyado por un tal Doctor Philips , quien no ha podido ser identificado todavía, alegó que no había pruebas suficientes para condenarle y apeló a instancias superiores. Y en parte llevaba razón, pues solo habían sido hallados un coxal de una mujer y un cráneo fracturado.

'El Faro Nacional' publicó que el abogado, Rua Figueroa, sostuvo también que su protegido era víctima «de una enajenación mental, que, así como le hacía creer que se convertía en lobo, así podía hacerle estar convencido de que solo cometía crímenes que estaban en su mente enferma». Sobre dichos pilares solicitó a la reina Isabel II que le conmutara la pena. En el mismo afirmaba que la «verdad no ha podido ser hallada» y que Romasanta solo había sido condenado porque el juicio había « excitado el celo de los tribunales » y de la sociedad. «No pudo averiguarse legalmente sino que cuatro de las víctimas habían sido devoradas por lobos que infestan el país montañoso de aquellos distritos», completaba. Funcionó y, el 16 de noviembre de 1853 , el 'Diario oficial de avisos de Madrid' corroboró que no moriría, sino que sería encerrado de por vida. Su licantropía fue estudiada, pero este curioso personaje desapareció a partir de ese momento de las luces de la actualidad y falleció bajo el más estricto misterio.

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