Así nació en el monasterio benedictino de Cluny el Día de los Difuntos hace mil años

A día de hoy, mucha gente confunde el día de Halloween con el Día de los Muertos. A diferencia del primero, de origen celta, este último fue instaurado en el 998 por el abad san Odilo, quien pidió que se celebrase un oficio al día siguiente de Todos los Santos por «la memoria de todos aquellos que reposan en Cristo»

«El día de los muertos», pintado por William-Adolphe Bouguereau en 1859

ABC HISTORIA

Contaba Juan Gómez-Jurado a ABC en 2014, una curiosa escena del día de los muertos acaecida en una tarde brumosa en Navia de Suarna (Lugo). A su cementerio se llega cruzando un puente medieval y allí conversó el escritor con Balbina, que le dijo: «Cada vez que voy a dejar flores en la tumba de mi marido [muerto 30 años antes en un accidente de coche], siento que está aquí a mi lado. No ahí abajo, no. A mi lado. En noches como la de Difuntos, siento un calor aquí». Entonces se señaló el hombro y esbozó una sonrisa. «Es su mano», insistió.

Este relato de Gómez Jurado no es una excepción. En toda Galicia, especialmente, y en toda España se vive con mucha intensidad la Noche de Difuntos , aunque pocos de los que celebran Halloween conocen que su auténtico origen no es anglosajón, sino la noche celta del Samhain , una festividad anterior al cristianismo que en el año 840, por orden del Papa Gregorio IV, se transformaría en la Fiesta de todos los Santos. Y muchos, incluso, lo confunden con el Día de los Muertos, aunque su procedencia y origen son diferentes.

En el caso de Halloween, su nombre viene del inglés: «All Hallow’s Eve». Era un intento de mitigar la influencia pagana mezclándola acertadamente con la cristiana. Y funcionó, hasta el punto de que se consiguió borrar el recuerdo del Samhain con el paso del tiempo. En concreto, fue un proceso iniciado por los romanos en el siglo I d. C., cuando llegaron hasta Britania de manos de Claudio y sus legiones Augusta, Hispana, Gemina y Valeria Victrix. Después de pisar tierras isleñas, estos «civilizaron» la festividad erradicando los sacrificios humanos. En su lugar, sustituyeron a los condenados por efigies. Posteriormente, y en un intento de romanizar todavía más la celebración, la cambiaron por el festival de Pomona (en honor de la diosa de las manzanas y el otoño).

Con el paso de los años, y usando como vía de entrada la civilización romana, la Iglesia Católica trató de dar una vuelta de tuerca más al festival para acabar definitivamente con las creencias celtas. Así fue como, en el año 610, el Papa Bonifacio IV instauró la fiesta de los «Mártires Cristianos» el 13 de mayo. «Esta medida no tuvo mucho éxito, por lo que en el siglo VIII d.C. el Papa Gregorio III, implantó la fiesta de los Mártires Cristianos el día 1 de Noviembre, haciéndola coincidir de esta forma con la fecha de la celebración de Samhain, y más adelante, el Papa Gregorio IV amplió esta celebración a todos los santos del panteón cristiano», explica doctora en historia Margarita Barrera Cañellas en su tesis «Halloween, su proyección en la sociedad estadounidense». En esos años fue cuando se cambió el nombre del festival a «All Hallow's Eve», término que derivaría posteriormente en el actual Halloween.

Día de los Difuntos

A día de hoy, aún hay mucha confusión, sin embargo, entre este día, el Día de Todos los Santos y el Día de los Difuntos . Es cierto que durante las etapas anteriores, la tradición de rezar por los muertos se había manifestado de diferentes maneras desde los comienzos mismos del cristianismo. Y todos los poderosos de este mundo, príncipes, reyes y obispos, suplicaban en sus testamentos oraciones por la salvación de su alma.

Pero en lo que respecta a este último día, el que nos interesa, nació en el año 998, cuando el monasterio benedictino de Cluny instauró la conmemoración de todos los hermanos difuntos el día 2 de noviembre. Fue el abad san Odilo, quien pidió a todos los monasterios que dependían de su abadía que celebrasen un oficio al día siguiente de Todos los Santos por «la memoria de todos aquellos que reposan en Cristo».

La práctica se extendió a otros monasterios y, después, a las parroquias regidas por clérigos seculares. En el siglo XIII, Roma inscribió este día de conmemoración en el calendario de la Iglesia universal. La fecha se mantuvo, de manera que todos los difuntos, en la comunión de los santos, fuesen recordados al día siguiente: los santos elevados a la gloria del cielo el día 1 de noviembre y, el resto de creyentes, el día 2.

A finales del siglo XV, los sacerdotes dominicos españoles establecieron la tradición de celebrar tres misas el 2 de noviembre. Luego fue Benedicto XIV, entre finales del siglo XVII y principios del XVIII, quien otorgó este privilegio a los sacerdotes de España, Portugal y América Latina. Y, por último, Benedicto XV extendió este privilegio a todos los sacerdotes en 1915. Esta tradición ha continuado así hasta el día de hoy y suele celebrarse en España con la visita a los cementerios para poner flores a los seres queridos que han fallecido.

En España

Cuenta Gómez-Jurado que en muchos lugares de Castilla se cree que hoy, día 2 de noviembre, los muertos salen de las tumbas para asustar a quienes vuelven tarde a casa por caminos poco transitados y oscuros. En Zamora, esta tarde tiene lugar la procesión de las ánimas, aledaña a los cementerios, a la luz de las velas. Las mismas que se colocan desde hace días en muchas ventanas de Alicante para marcar el camino a las almas perdidas. En Valencia, muchos realizan hoy la Ruta del Silencio por el cementerio, cuyo museo posee una importante muestra del patrimonio funerario de la capital del Turia, lo que le ha valido ser incluido en la ruta europea de camposantos, como otros 63 lugares de descanso de 50 ciudades diferentes repartidas por 20 países.

A todo esto hay que sumar la tradición de comer buñuelos de viento, que con cada uno que te comes salvas un alma del purgatorio; huesos de santo, que te ganan la intercesión de todos los que no están en el santoral y a los que recordamos ayer; panellets, que en Aragón, Valencia, Baleares y Cataluña son tradición desde hace siglos, y, por último, las castañas asadas, tan populares en todo el norte de la península.

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