Moneda, ministros y leyes propias: la extraña Asturias independiente que irritó a España en la Guerra Civil

Un grupo de socialistas, con el «presidente» Belarmino Tomás al frente, decidió separarse de aquella España que enfrentaba a franquistas y republicanos, para convertirse en un estado propio que concentró todo el poder civil, económico y militar durante dos meses. Azaña entró en cólera y Franco aprovechó para terminar de conquistar el norte

Billetes de 25 céntimos que emitió el Consejo Soberano de Asturias y León en 1937

Israel Viana

En agosto de 1937, el País Vasco, Santander y Asturias estaban ya rodeados por las tropas de Franco. Incluso por mar, desde donde los sublevados bombardeaban sin descanso desde sus barcos. España se encontraba en uno de los momentos más decisivos de la Guerra Civil, pero el Gobierno republicano, que esta estaba volcado en la defensa de la costa mediterránea y Madrid, apenas ayudaba al norte, que resistía como podía a las ofensivas de los sublevados. Todo el mundo daba prácticamente por perdido ese frente, al que historiadores como Gabriel Jackson calificaron como «La guerra separada».

Esa fue la razón de que un grupo de partidos y sindicatos de izquierda declararan unilateralmente la independencia de Asturias el 24 de agosto de ese mismo año. Una proclamación que pilló por sorpresa tanto a sus enemigos franquistas como a sus camaradas republicanos. El resposable de tan extraña y singular decisión fue el Consejo Interprovincial de Asturias y León , la autoridad regional en la que estaban representados PSOE, Partido Comunista (PCE) e Izquierda Republicana, además de UGT, CNT y FAI, entre otros. Un conjunto muy variopinto que decidió asumir el poder de su comunidad en contra de la legalidad del Gobierno de Madrid y las órdenes de su entonces presidente, Juan Negrín .

Pero no solo no dieron marcha atrás en su decisión cuando llegaron las primeras protestas de los mandamases republicanos de la nación, sino que siguiendo adelante con su experimento durante dos meses. La primera decisión fue cambiarse el nombre por el de Consejo Soberano de Asturias y León , establecer su capital en Gijón y crear una serie de comisiones que funcionaban a modo de «ministerios» con sus respectivos «ministros»: Guerra, Interior, Obras Públicas, Hacienda, Industria, Comunicaciones, Asistencia Social, Agricultura, Sanidad, Instrucción Pública, Marina y Pesca.

La noticia en ABC

Fue la edición madrileña de ABC quien informó de ello tres días después de la declaración: «Quedan íntegramente sometidos a este consejo todos los organismos civiles y militares que funcionen en lo sucesivo», decía, mientras otros diarios como «Nosotros» o «La Libertad» hacían lo propio en titulares como «La lucha en el norte». En ellos podía leerse el difícil contexto donde producía: «A las tres de la tarde de ayer, nueve aparatos facciosos sobrevolaron Gijón y arrojaron treinta bombas que cayeron en el barrio de La Guía. Causaron algunos destrozos, seis muertos y diez heridos. Más tarde lanzaron otros artefactos en la parroquia de Somió».

Belarmino Tomás

La razón esgrimida por estos independentistas coyunturales, presididos por el socialista Belarmino Tomás , fue la imposibilidad de comunicarse con el Gobierno republicano instalado en Valencia, puesto que estaba dividido y en su mayor parte rodeado por los franquistas. Aún así, la noticia sacó de sus casillas al ministro de Defensa, Indalecio Prieto. Tal y como escribió Manuel Azaña : «Prieto está indignado y dolido por la disparatada conducta de los asturianos». Él mismo montó en cólera y convocó de inmediato en Valencia al nuevo presidente asturiano, pero este se negó a acudir.

Nada de eso importó, porque el nuevo Gobierno asturiano siguió implantando medidas y organizando su «Estado» a sus anchas. Por ejemplo, prohibió terminantemente la salida de nadie de Asturias, ni siquiera con las bombas cayendo. Según recoge el historiador Octavio Cabezas en su biografía de Indalecio Prieto , la expresión que utilizó Belarmino Tomás fue: «De aquí no sale ni Dios». Y después comenzó a gobernar haciendo oídos sordos de lo que se ordenaba desde Valencia o Madrid, gestionando él mismo la escasez de avituallamiento y armas y el aumento de los refugiados vascos y santanderinos.

Moneda y sellos

En el tiempo que el Consejo Soberano ejerció el poder en Asturias, entre sus actuaciones más importantes destacaron la emisión de sellos de correos y moneda propia, los billetes conocidos popularmente como «belarminos», que iban firmados por el nuevo presidente. Promulgó 52 edictos, muchos sobre cuestiones económicas o de seguridad ciudadana. Celebró 51 causas políticas que se saldaron con 17 penas de muerte, de las cuales al final solo se ejecutaron tres.

También organizó con la vida diaria. Dictaminó el cierre de cafés, restaurantes, bares y tabernas. Estableció el toque de queda a las 22.00 y extendió el Estado de sitio a toda la región. Prohibió la posesión de armas, los aparatos de radio y el traslado por carretera sin el correspondiente permiso. Y por si fuera poco, algunos de sus consejeros iniciaron contactos internacionales con organismos como la Sociedad de Naciones, como si fuera un estado. Comunicaron que, de continuar los bombardeos sobre Gijón, fusilarían a todos los presos políticos. Esto sentó muy mal en el Consejo de Ministros de la República, que hizo llegar a Tomás su «sorpresa y disgusto». Todo este autogobierno llevó al hispanista Hugh Thomas a calificar a la región como la «República de Asturias».

Como explicación a tan atrevida decisión, el historiador Jesús Ángel Rojo explica en su libro «Grandes traidores a España» que Tomás y sus camaradas no siempre fueron leales a los diferentes gobiernos de la Segunda República. De hecho, el socialista fue uno de los líderes de la Revolución de 1934 en Asturias , donde murieron cerca de 2.000 personas durante los enfrentamientos con las autoridades y el Ejército español. Fue condenado a muerte, incluso, aunque luego fue amnistiado. Según el autor, parecía evidente que aprovecharía la coyuntura política de la guerra para alcanzar su beneficio personal.

La cuarta declaración de independencia

Aquella situación fue motivo de muchos disgustos entre las autoridades de la República, que habían sufrido ya tres intentos fallidos de proclamar el Estado catalán durante la Primera y Segunda República. A pesar ello, Indalecio Prieto no se atrevió a intervenir por temor a que un desacato a sus órdenes por parte de los separatistas diese mayor relieve a esa declaración, que solo parecía justificada por el nerviosismo de los asturianos ante la rápida caída de Santander y las deserciones militares.

Los ministros republicanos, por su parte, se movían entre el estupor y la indignación. En Madrid denominaron a aquel Gobierno asturiano, con desprecio, el « Gobiernín ». Un apelativo promovido, al parecer, por el propio presidente Azaña, que rechazaba aquella proclamación. Veía en ella el primer paso de una insurrección mucho mayor y criticaba el supuesto ansia de poder de Belarmino, a quien veía como una amenaza secesionista para la República.

El presidente asturiano, sin embargo, envió varios informes al Ejecutivo central a lo largo del mes de septiembre. En ellos exponía la situación que le había llevado a él y sus compañeros a tomar aquella decisión. Hablaba de «un ejército en derrota y carente de moral; una retaguardia resignada ante los avances del enemigo y convencida de su impotencia para impedir que continúe el bloqueo que impide el aprovisionamiento, y un inmediato panorama de hambre. Con estos factores puede producirse un desmoronamiento total en unas horas».

Y así fue, porque Asturias cayó en manos de Franco el 20 de octubre de 1937, 57 días después de que se hubiera formado el Consejo Soberano. Tres días antes, el Ejecutivo independiente asturiano celebró su última reunión. En el acta se recoge el pesimismo del coronel Adolfo Prada: «No es posible resistir más». Y propone concentrar todas las tropas posibles en los puertos de Avilés, Candás y Gijón para que sean trasladadas en barco, «a ser posible hoy, puesto que mañana será tarde». Belarmino Tomás y el resto de miembros de su Gobierno abandonaron la ciudad en barcos de pesca, en una dura travesía hasta las costas francesas. Al final de la guerra, todos se dispersaron por diferentes países. El presidente del «Gobiernín» se instaló en México y se ganó la vida vendiendo alpargatas.

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