El mito de la «bendición rifeña» que logró que Franco no fuese asesinado en incontables ocasiones
En la batalla de El Biutz, acaecida a finales de junio e 1916, el entonces capitán eludió milagrosamente la muerte. Ese episodio, así como otros tantos, hizo que los rifeños le atribuyeran un «toque divino» que le impedía morir

Desde evitar un terrible accidente de ascensor en febrero de 1965, hasta escapar de varios atentados perpetrados contra su persona. Francisco Franco eludió tantas veces a la muerte que se ganó a pulso la leyenda que le rodeaba y que se forjó a sangre ... y fuego en el norte de África. Aquella que afirmaba que tenía « baraka », una especie de bendición divina que, atendiendo a los musulmanes que combatieron junto a él en el Rif cuando no era más que un mero teniente de Regulares , impedía que nada ni nadie acabase con su vida. Él, por el contrario, prefería atribuir este «toque divino» a la Providencia.
Noticias relacionadas
Es innegable que la suerte le seguía. Pero, a pesar que vivió decenas de atentados y accidentes en los que logró esquivar a la parca, hubo una batalla en la que el entonces capitán Francisco Franco se consagró como un hombre tocado por el dedo de la divinidad. La contienda se sucedió en El Biutz entre el 28 y el 29 de junio de 1916 y, en ella, el pequeño « Franquito » (como le conocían algunos oficiales superiores debido a su corta estatura) logró sobrevivir a un disparo más que letal en el bajo vientre. Y lo hizo a pesar de que los médicos no daban un duro por él y de que parecía que iba a terminar sus días desangrado en Ceuta. No fue así y, desde aquel día, Francisco Franco entendió que había sido bendecido.

Lo cierto es que, más allá de supercherías, los datos avalan que tuvo algo de suerte. Así lo demuestra el que, de los cuarenta y dos jefes y oficiales que entre 1911 y 1912 se incorporaron a los Regulares de Melilla, él fuera uno de los siete que seguían ilesos en 1915. «El resto habían resultado muertos o heridos en acción de guerra», explica José Luis Hernández Garvi, experto en el franquismo, en su obra «Ocultismo y misterios esotéricos del franquismo». De la misma opinión son David Zurdo y Ángel Gutiérrez, quienes afirman en su obra «La vida secreta de Franco: el rostro oculto del dictador» que sus éxitos «crearon un aura de leyenda en torno a él» que afirmaba que «estaba protegido por fuerzas superiores».
Y otro tanto ocurrió cuando comenzó la Guerra Civil y los generales José Sanjurjo y Emilio Mola (ambos líderes destacados de la sublevación contra la República y con más solera que «Franquito» para dirigirla) murieron en sendos accidentes de aviación. El primero, mientras era trasladado a Burgos en avioneta y el segundo, como bien explicó el diario ABC el viernes 4 de junio de 1937, «a las nueve y media de la mañana», mientras «realizaba un vuelo de reconocimiento» y «a causa de la niebla». En este caso, Francisco Franco no solo no solo evitó la muerte, sino que tuvo la suerte de que esta atrapara a unos militares que, a todas luces, serían sus superiores en la contienda.
Mucha suerte... o no
Pero... ¿Qué era la «baraka» que tantas veces le atribuyeron a Franco en África? La mayoría de los autores coinciden en que el término es interpretado de forma errónea por los occidentales, quienes suelen asemejarlo a la mera suerte (un conjunto de hechos afortunados que suceden a un individuo a lo largo de una vida). Pero el halo que los rifeños creían que tenía el joven militar cuando combatía en África no tiene que ver con este concepto. Se corresponde con una especie de bendición que afecta a muchos ámbitos de la vida y que cuenta con varias aristas.
Cuando los musulmanes utilizaban este concepto, que ha sido heredado de la tradición mística sufi y chiita , para hacer referencia a un hombre, lo que afirmaban era que era alguien santo, de alma limpia y que había alcanzado un estado de conciencia elevada. Un sujeto que, según la tradición islámica, también tenía el poder de bendecir a todos los que se encontraban a su alrededor con su mera presencia en una relación de alumno y maestro. Ejemplo de ello es que, antiguamente, los musulmanes acudían a las tumbas de sus eremitas porque consideraban que allí reposaban unos restos con la capacidad de producir milagros.

El gran estudioso del franquismo José María Zavala también es partidario de ello. Así lo afirma en «Franco con franqueza: Anecdotario privado del personaje más público». En este libro, el también periodista y escritor afirma que, con el paso del tiempo, «todo el mundo quería estar cerca de él en el frente para beneficiarse de esa “baraka” suya». Como ejemplo, señala el del futuro general Andrés Saliquet, quien estaba obsesionado con no alejarse de Franco aunque «en el campo de batalla, su oronda figura [...] le dificultaba guarecerse en los llamados “embudos” provocados por las explosiones junto al escuchimizado “Frasquito”».
Por último, cabe señalar que, según la tradición, la «baraka» suele caer sobre un sujeto elegido para llevar a cabo un objetivo de gran evergadura. Y Francisco Franco, precisamente, siempre se consideró como un general que combatía en una cruzada contra las «hordas rojas».
Se forja la «baraka»
Pero la «baraka» no le llegó a Franco en su juventud. De hecho, cuando entró como cadete en la Academia de Infantería de Toledo no era más que un novato de baja estatura y voz aguda. Un objetivo perfecto para las burlas. Tampoco le ayudó esta supuesta bendición musulmana a ser un prodigio en los estudios, pues se graduó en el puesto 251 de un total de los 312 oficiales que componían su promoción.
Sin embargo, todo eso quedó a un lado cuando fue destinado, allá por 1913, a un tabor de Regulares como jefe de sección. Por entonces la situación era más que peligrosa para España, pues varias tribus locales se habían sublevado en favor de El Raisuni (un caudillo local) y clamaban en contra de las autoridades españolas. En ese momento de tensión, aquel teniente de voz aflautada logró, para sorpresa de todos, hacerse respetar entre sus hombres. Sus armas fueron los gritos, la severidad y hacerse ver antes sus nuevos subordinados como un personaje inflexible.
Su primera gran actuación militar se produjo en junio. Por aquel entonces, el Ejército reclamó la presencia de los Regulares de Melilla para sofocar las revueltas que provocaban el caos en Tánger. Franco participó en primera línea en esta campaña y protagonizó todo tipo de heroicidades (para muchos, suicidas) contra los rifeños. La más destacada fue el desalojo junto a un grupo de jinetes de una unidad de tiradores rifeños que daban problemas a sus compañeros.

Además de valerle el ascenso a capitán en 1915, sus actuaciones le granjearon ser conocido (tal y como explica el historiador Paul Preston en su obra «Franco (Edición revisada)» ) como un «oficial de campo meticuloso y bien preparado, interesado en logística, en abastecer sus unidades, en trazar mapas y en la seguridad del campamento».
A su vez, en aquellos años se ganó fama de inquebrantable e imperturbable ante el fuego rifeño. Pero no solo eso. También se empezó a generalizar la idea entre sus enemigos de que el militar andaba sobrado de una «baraka» que le hacía inmune a las balas enemigas. Y puede que sí pues, durante los 32 meses que permaneció en los Regulares de Melilla , hubo 35 bajas entre los 41 oficiales.
La fortuna de no morir
Sin embargo, la contienda en la que Franco se ganó su «baraka» sucedió en junio de 1916. Por aquel entonces, el Ejército español se propuso acabar con las tribus que amenazaban las comunicaciones en África. Para ello, se estableció que había que destruir el cuartel general de los sublevados, ubicado en lo alto de una colina que, a la postre, sería conocida como la Loma de las Trincheras . Con esas órdenes, el 27 de junio de 1916 partió de Tetuán hacia Ceuta un Tabor de Regulares al mando de Enrique Muñoz Güi, en la que se hallaba encuadrado nuestro protagonista.
En la noche del 28 al 29 de junio de 1916, las tropas tomaron posiciones para llevar a cabo el ataque contra los rifeños. A eso de las tres de la mañana se dio la orden de atacar.... y las desgracias comenzaron a sucederse. Para empezar, una bala rifeña acabó con la vida del capitán Palacios, superior de Franco. Este no tuvo más remedio que tomar el mando de la compañía y dirigirse hacia la cima de la colina. Todo ello, bajo un intenso tiroteo en el que, al poco tiempo, cayó también el oficial que ostentaba el mando conjunto del Tabor: Güi.

Franco, como era habitual en él, no estaba dispuesto a ordenar retirada, así que continuó el avance en cabeza y se decidió a lanzar un ataque frontal a pesar de que el enemigo trataba de rodear a sus fuerzas. Tras una primera victoria, ordenó asaltar a bayoneta calada la última posición rifeña. Y fue en ese instante en el que una bala impactó en su cuerpo. Dónde le dio es, a día de hoy, un misterio histórico. Algunos historiadores afirman que en el bajo vientre, mientras que otros como Preston señalan que fue en el estómago.
Más allá del lugar exacto, el capitán fue evacuado hasta el campamento de Kudia Federico a pesar de que todos consideraban que su vida había tocado a su fin. Él mismo solicitó un sacerdote para confesarse. Sin embargo, el destino quiso que, el 15 de julio, Franco se hubiese recuperado lo suficiente como para ser trasladado al hospital militar de Ceuta. Allí se determinó que la bala no había tocado ningún órgano vital. El capitán salvó aquella prueba del destino. Algo que hizo válida la frase que repitió en más de una ocasión: «He visto pasar la muerte a mi lado muchas veces, pero, por fortuna, no me ha reconocido». Sobrevivió.
Fue así como su «baraka» se hizo, para muchos, palpable. Una suerte divina que admitió su propia hermana Pilar. Aunque ella, como el mismo Franco, siempre atribuyeron esta supuesta bendición a la Providencia, y no a ningún tipo de tradición musulmana. «Los moros decían de él que tenía “baraka”. Yo me atrevería a decir que quizá fue más importante la Virgen del Chamorro que la superstición de los moros», explicaba su familiar.
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete