La misteriosa muerte de Amílcar: el héroe cartaginés aplastado por la furia de los guerreros hispanos

Las fuentes no se aclaran; unas hablan de ahogamiento, otras, de que perdió la vida durante un combate contra los iberos... ¿Cómo dejó este mundo el padre de Aníbal?

Amílcar Barca
Manuel P. Villatoro

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La escena no tiene precio y es digna de cualquier película norteamericana. Corría el año 229 a.C. en la Península Ibérica cuando Amílcar Barca , el general cartaginés padre del mítico Aníbal, se presentó ante las murallas de Hélice con un gran ejército. Su estampa era la de un emperador; un militar imbatible con miles de hombres a sus órdenes. Parecía imposible que nada acabara con su legado y con sus conquistas. Sin embargo, toda aquella grandeza se esfumó de un golpe de espada íbera. O eso dicen algunos historiadores clásicos, ya que lo único que se sabe sobre su muerte es que aconteció tras una emboscada en la urbe hispana. La pregunta está clara: ¿cómo dejó este mundo el militar que expolió las riquezas de aquella España todavía por nacer?

El lío de fuentes está garantizado en lo que se refiere a la muerte de este personaje. Enrique Gonzalbes Cravioto así lo recalca en ' Hélice y la muerte de Amílcar Barca ', un documentadísimo dossier en el que la conclusión es que no hay conclusiones. Por cada historiador clásico que hace referencia al evento en sus escritos hay una versión diferente; decenas en total en las que cambian algunos aspectos o se exageran otros atendiendo a la relación que Roma tuviera en ese momento con Cartago. En ' Fenicios y púnicos en el norte de África y en el Mediterráneo occidental ', el catedrático Carlos González Wagner es de la misma opinión: «Solo es seguro que, en el invierno del 229-228 a.C., Amílcar moría en circunstancias aún no aclaradas». El enigma pervive dos mil años después.

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Devastar Hispania

Pero lo primero es lo primero. Cuenta el historiador José María Blázquez en un artículo sobre Amílcar Barca elaborado para la Real Academia de la Historia que nuestro protagonista nació en el año 290 a.C. en Cartago. Su familia era la de los Bárquidas, poderosa estirpe que apoyaba sus riquezas en las inconmensurables extensiones de terreno que atesoraba. Pasó su juventud en Sicilia, la misma que se puso en liza en la Primera Guerra Púnica. Y de ahí, a su tierra natal de nuevo, donde se vio obligado a plantar cara a la llamada ' Guerra de los mercenarios '. Su relación con la península arrancó poco antes del 237 a.C., cuando vio en la revoltosa Hispania un almacén de riquezas con el que reconstruir su viejo imperio a golpe de sable y rapiña.

Blázquez lo deja claro: «El plan que Amílcar proyectaba sobre Hispania estaba preparado minuciosamente. Cartago conocía bien las fabulosas riquezas de Hispania en minerales, en pesquerías y en agricultura. Podía proporcionar a todos los mercenarios que necesitase, y con las riquezas mineras podía pagar a los soldados». El general desembarcó con sus hijos, Aníbal y Asdrúbal , en Cádiz el mismo año 237 a.C. A partir de ahí comenzó una expansión por la península que se caracterizó por una máxima: la de la plata o la espada. Las tribus debían aceptar sus condiciones o ser aplastadas por el poderío de su ejército. Con todo, y eso es innegable, se ganó cierto respeto al perdonar la vida a los reos a cambio de que luchasen por él. Aquello de los dos pájaros y el tiro.

Aníbal, hijo de Amílcar ABC

Y no crean que el experto se basa en habladurías. Apiano de Alejandría, nacido en el siglo I a.C., recalca en su obra dedicada a los asuntos acaecidos en la Península Ibérica que Amílcar se dedicó a devastar el territorio hispano para sufragar su ejército. En este sentido siguió las máximas de Alejandro Magno , al que emuló al fundar la ciudad de Acra Leuca , ubicada hoy en Tossal de Manises. Desde allí se propuso dominar la península y acabar con sus enemigos, entre los que se contó, al poco, Hélice. A esa urbe cuasi mística –todavía se desconoce su ubicación exacta– le puso sitio en la década de los treinta, y a la linde de sus muros halló la muerte por sorpresa.

Uno de los pocos cronistas que dejó constancia de lo allí acontecido fue Diodoro Sículo , nacido en el siglo I a.C.: «Amílcar, que se había establecido junto a la ciudad de Hélice, poniéndole sitio, permaneció allí con el resto de sus efectivos, tras enviar la mayor parte de su ejército y los elefantes a los cuarteles de Acra Leuca». En sus palabras, después de la marcha del grueso de sus tropas arribó a la zona «el rey de los orissos, que había llegado al mismo tiempo en ayuda de los sitiados tras haberse realizado un fingido pacto de amistad» con los cartagineses. El resultado fue el esperado: el general africano fue empujado hacia «un caudaloso río» con sus hombres. Allí murió, aunque no se sabe si por ahogamiento, por el filo de una espada o por ahogamiento.

A vueltas con las fuentes

Hete aquí que nace el enigma; uno que analiza a la perfección Gonzalbes. La versión más extendida de su muerte es la que ofrece Apiano, aunque es también la más fantástica. Según sus escritos, los íberos lanzaron contra el general cartaginés decenas de carros tirados por bueyes. Y vaya si les salió bien. «Llevaron carros cargados de troncos a los que uncieron bueyes y los siguieron provistos de armas. Los africanos al verlos se echaron a reír, pero cuando estaban muy próximos, los íberos prendieron fuego a los carros y los arrearon contra el enemigo. El fuego, expandido por todas partes, provocó el desconcierto. Al romperse la formación los íberos cargaron y dieron muerte a Amílcar», desvela el autor clásico. No explica, eso sí, cómo se dejó la vida el militar ni quién acabó con él. Todo intrigas.

Esta pintoresca teoría fue recogida siglos después por el historiador Juan Zonaras allá por el siglo XII. No hay duda de que es la más popular por remarcar el tradicional ingenio hispano, pero también es cierto que ha sido una de las más criticadas por los expertos. Uno de sus máximos detractores ha sido el arqueólogo Adolf Schulten , quien la calificó de «historia disparatada» originada por un «analista particularmente detestable». Gonsalbes es el que más afila la pluma contra la estratagema. El experto confirma en su dossier que, mientras que cronistas como Livio o Polibio dejaron constancia de tretas similares en años posteriores –una de ellas, utilizada por Aníbal en el desfiladero de Falerno–, no pusieron sobre blanco esta al hacer referencia a la muerte de Amílcar entre los años 229 y 228 a.C.

Otra de las versiones más populares de su muerte es la que ofrece el ya mencionado Diodoro . El historiador siciliano es partidario de que, tras poner en fuga al ejército cartaginés, el rey de los orissos persiguió sin descanso al general cartaginés. Anhelaba su cabeza, acabar de raíz con la presión que sus hombres ejercían sobre las tribus hispanas. Sin embargo, nuestro protagonista prefirió morir a caer en sus garras. «Amílcar procuró la salvación de sus hijos y amigos, desviándose por otro camino, y así, perseguido por el rey, se arrojó con su caballo a un caudaloso río, y bajo su montura pereció a causa de la corriente. Pero el grupo en el que iban sus hijos Aníbal y Asdrúbal fue conducido hasta Acra Leuca», añade el autor clásico. Las traducciones de este fragmento se cuentan por decenas, cada una con sus variaciones; la esencia es la misma.

Elefantes cartagineses ABC

La tercera posibilidad ensalza también el ardor guerrero de los íberos. Según el historiador romano Marco Juniano Justino , alumbrado en el siglo II d.C., Amílcar Barca cayó en el error de creerse un dios. Su fortuna, su fortaleza y la ingente cantidad de hombres con las que contaba su ejército le avalaban, pero no le hacían invulnerable antes el puntiagudo extremo de una lanza. En palabras de este autor, aquel sentimiento de inmortalidad hizo que combatiese hasta el final contra los soldados enemigos: «Tras llevar a cabo grandes empresas, mientras se deja llevar irreflexivamente por la fortuna, es empujado a una emboscada y es matado». El poeta Silo Itálico es de la misma opinión, aunque apenas se limita a señalar que murió en combate. De la misma opinión es también Apiano de Alejandría.

La última versión es esgrimida por el erudito bizantino del siglo XII Johannes Tzetzes y la recoge Gonsalbes en su dossier. Según la misma, los íberos traicionaron a los cartagineses y cargaron contra ellos frente a Hélice. Amílcar ordenó entonces la retirada masiva, pero decidió quedarse en retaguardia con un pequeño contingente para retrasar el avance enemigo. Los hispanos reconocieron al militar y se lanzaron de bruces contra él. El plan del africano salió bien a medias. Sus hijos, Aníbal y Asdrúbal, escaparon, pero se vio obligado a luchar hasta el final. «Dice la fuente que, totalmente rodeado, cayó con su caballo en las turbulentas aguas del río Iber. Allí fue alcanzado por una jabalina y murió ahogado. Su cadáver no pudo ser encontrado por los indígenas puesto que fue arrastrado por la corriente», desvela el español.

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