La mentira oculta del «lacayo de Stalin» que precipitó la construcción del Muro de Berlín
Walter Ulbricht, el «todopoderoso jefe de Estado de la RDA, acababa de asegurar públicamente que no había ninguna intención de construirlo cuando apareció, como a traición, el telón de acero frente a las casas de los berlineses
«El hombre que se ganó la confianza de Stalin », que «sigue con obstinación brutal su módelo», «el dirigente que sobrevivió a las purgas bolcheviques de la posguerra», «el cocodrilo político que no abandona a su presa» o el «lacayo del comunismo». Con todas estas expresiones describía ABC a Walter Ulbricht a principios de los 70, el todopoderoso jefe de Estado de la República Democrática Alemana (RDA) cuya mentira pública y descarada precipitó la construcción del muro de Berlín , que dividió a Europa durante casi tres décadas.
Ocurrió a finales de junio de 1961, durante una rueda de prensa en la Casa de los Ministerios en Berlín Oriental. Las preguntas estaban resultando de lo más monótonas, todo dentro de lo previsible. Según los periodistas de la época, Ulbricht no se salió en ningún momento del discurso habitual «contra las potencias fascistas» durante los primeros minutos de conferencia. Primero exigió la disolución de los campamentos de refugiados en la parte occidental y, después, pidió la conversión de los tres sectores de la mitad oeste de Berlín en una «ciudad libre» desmilitarizada. En ese momento, la corresponsal del diario « Frankfurter Rundschau », Annamarie Doherr, le preguntó: «¿La formación de una “ciudad libre” significa que la frontera nacional va a quedar erigida en la Puerta de Brandenburgo?».
La reportera en ningún momento pronunció la palabra «muro», pero el destacado líder comunista interpeló: «Según su pregunta, entiendo que hay gente en la Alemania Occidental que desea que movilicemos a los obreros de la capital de la RDA para que construyan un muro... ¿es eso?». Pero no dio tiempo a responder y continuó: «No tengo conocimiento de que exista tal intención, ya que los obreros de la capital están ocupados a pleno rendimiento en la construcción de viviendas». Y tras una pequeña pausa, nunca se supo si intencionada, Ulbricht sentenció: «Nadie tiene la intención de construir un muro».
Aquella frase no habría tenido mayor importancia si no fuera porque, tan solo un mes y medio después, el 13 de agosto de 1961, los berlineses se levantaban sorprendidos por 12 kilómetros de pared construidos frente a sus casas , con 155 kilómetros de alambrada provisional y 69 puntos de control cerrados en los que se apostaban cerca de 15.000 hombres armados de la Policía Popular. Visto y no visto. Acababa de nacer, en tan solo nueve horas y por sorpresa, el muro de Berlín que el presidente de la RDA había negado poco antes que se fuera a construir.
Ulbricht el «todopoderoso»
La trayectoria de Walter Ulbricht parecía haber sido dibujada por la URSS desde 16 años antes para que, una vez derrotado el fascismo en la Segunda Guerra Mundial, el comunismo se hiciera con el control de Alemania en aquella partida de ajedrez de la geopolítica mundial conocida como la Guerra Fría. En concreto, desde la misma mañana de la muerte de Hitler el 30 de abril de 1945 –ocho días antes, incluso, de la capitulación oficial del Tercer Reich–, en que este político nacido en Leipzig fuera enviado en un avión desde Moscú, junto a otros nueve hombres, hasta Berlín, para poner en marcha cuanto antes los planes de Stalin sobre el país vencido.
Ulbricht, todavía vestido con el uniforme de coronel del Ejército soviético, y los otros nueve hombres serían los encargados de organizar políticamente el territorio alemán que había sido conquistado en la guerra por el mariscal Gueorgui Zhúkov . El objetivo era poner en marcha lo que, con el tiempo, sería la RDA. Y la hoja de servicio de Ulbricht era perfecta para ello: había fundado el partido comunista alemán en 1919 junto a Rosa Luxemburgo, participado en las luchas callejeras contra los nazis antes de la llegada de Hitler al poder, ejercido de diputado en el Reichstag entre 1928 y 1933 y hasta combatido como voluntario contra Franco en la Guerra Civil española.
Poco antes de que fuera apartado del poder y sustituido por Erich Honecker al frente de la RDA, en 1971, era descrito así por ABC en un reportaje titulado « El último stalinista »: «Tiene al mismo tiempo la cara de los ladrones de relojes de péndulo de la guerra de 1870, el aire de lacayo y la perilla de Lenin, a quien se esfuerza en parecerse. Despreciado durante un cuarto de siglo, de pronto aparece como un verdadero hombre de Estado. Es Walter Ulbricht, el todopoderoso e implacable amo de la República Democrática Alemana».
¿Por qué mintió Ulbricht?
Cuando los berlineses vieron el muro levantado frente a la puerta de sus casas en la mañana del 13 de agosto de 1961, como a traición, cientos de periodistas llegados de todo el mundo se acordaron de aquella declaración del «lacayo». «Nadie tiene la intención de construir un muro», había asegurado. La frase había pasado desapercibida entonces, pues parecía una idea absurda, descabellada. Pero allí estaba ahora, frente a sus ojos. ¿Por qué había ocultado Ulbricht aquella decisión tan importante? ¿Por qué había mentido? ¿Le había fallado el inconsciencia al referirse al «muro»? A lo largo de las últimas décadas se han planteado teorías de lo más variadas, pero lo que está claro es que, con su negación, había revelado precisamente su más preciado secreto: la intención de construirlo para evitar la huida de los 30.000 berlineses de la RDA que mensualmente se fugaban a la zona Este de la ciudad.
Más tarde se supo que Ulbricht, un estalinista sagaz y metódico, capaz de influir sobre la cúpula soviética como pocos, llevaba varios meses defendiendo ante sus homólogos del Pacto de Varsovia –la alianza militar firmada en 1955 por los países del Bloque de Este– la necesidad de establecer una barrera física que frenara esta fuga de ciudadanos . En 1959 habían sido 143.000; en 1960, 199.000; en 1961, los 30.000 mensuales mencionados, y en la primera quincena de agosto, una media de 2.000 al día. En total, casi 2,7 millones desde que finalizó la Segunda Guerra Mundial. Aquello era demasiado para una economía tan debilitada como la de la RDA, que necesitaba mano de obra.
Hay expertos que opinan que aquella declaración fue premeditada, mientras que otros apuntan que fue un lapsus con el que dejó entrever sus oscuros planes. El politólogo alemán Hannes Adomeit, por ejemplo, cree que Ulbricht fue consciente. Por un lado, pudo querer incitar a más berlineses a huir del país como medio de presión para que la URSS le diera su consentimiento. No hay que olvidar que, a mediados de junio, Kruschev era el único mandatario soviético que no había dado el «sí» a la construcción del famoso muro. Por otro, Adomeit cree que también podría haber estado buscando el efecto contrario, es decir, tranquilizar a la población, aunque se equivocara y provocara el aumento del número de huidos.
La historiadora estadounidense Hope Harrison sostiene en su libro «El muro de Ulbricht» que aquella declaración fue un despiste en el que el líder comunista se delató inconscientemente. No había hecho públicas sus intenciones ni había empleado la palabra «muro» en ninguna de sus intervenciones, pero era conocido por todos su postura absolutamente contraria a la normalización de las relaciones con la República Federal de Alemania (RFA). Y qué mejor manera de conseguirlo que levantar una enorme barrera de hormigón entre ambos.
Sea como fuere, durante la noche del 12 al 13 de agosto de 1961, las autoridades reclutaron por la fuerza y de manera furtiva a más de 52.000 hombres entre ciudadanos: albañiles, policías y soldados. Su objetivo: levantar cuanto antes el «muro de resistencia antifascista», como le llamaron. Cientos de camiones tomaron las calles del Berlín Este llenos de ladrillos, escombros, cemento y alambres de púas, abundantes aún en los almacenes militares.
Varios miles de policías fronterizos comenzaron levantando el pavimento de las calles que conectaban el este y el oeste de Berlín, para erigir con él barricadas defensivas. Después, cortaron el tráfico de vehículos e interrumpieron todos los medios de transporte público. Y, por último, levantaron los 12 kilómetros de muro y colocaron los 155 kilómetros de alambrada. Solo fue el primer estadio de una construcción que, durante los siguientes años, fue sufriendo continuas reestructuraciones y ampliaciones.
Acabó convirtiéndose en una verdadera obra de ingeniería bélica contra la fuga de personas, donde los avances tecnológicos estaban presentes. A las planchas de hormigón de entre 3,5 y 4 metros de altura, con cables de acero incrustados para aumentar su resistencia, se fueron sumando kilómetros de rejas de contacto que producían una descarga eléctrica al que se acercaba a ellas. También contó con 131 búnkeres, 272 áreas con perros policía y una «franja de control» («franja de la muerte») perfectamente iluminada y vigilada por 289 torres con policías armados que, por si acaso, se encontraba además sembrada de minas antipersona.
El corresponsal de ABC en la zona la calificó como la «obra de albañilería más criticada de la historia reciente», la cual dio pie no solo a que fueran desalojadas muchas familias cuya casa se encontraba en la línea de construcción de este, sino a que 136 ciudadanos murieran en un intento desesperado por cruzarlo. Aproximadamente la mitad a causa de los disparos, mientras que los otros ahogados, tras sufrir accidentes o suicidándose al ser descubiertos. Y eso que «nadie tenía la intención de construir ningún muro».
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