Mario vs Germánico: ¿quién fue el mejor (y más revolucionario) general de las letales legiones romanas?

Carlos Díaz Sánchez analiza, en su nueva obra, la importancia que han tenido para la historia militar una docena de caudillos de la Antigüedad. Entre ellos destacan Cayo Mario y Nerón Claudio Druso

Manuel P. Villatoro

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Negar que los Julio César , Escipión Emiliano y Cneo Pompeyo Magno se hallaban entre los generales más exitosos de la Antigua Roma (ya fuera durante la República o el Imperio ) es obviar la realidad. Así lo atestiguan sus respectivas victorias en Alesia , Hispania y África . La grandeza de Cayo Mario y Germánico ( Nerón Claudio Druso ) fue otra. Ellos revolucionaron, de una u otra forma u otra, el sistema militar de la época en la que vivían y se enfrentaron a enemigos que podrían haber provocado el caos en la gloriosa Urbs con sus revueltas. Lo más triste es que, a pesar de ello, no lograron ganarse un hueco preponderante en la mente de la sociedad. Quedaron en un triste segundo plano a pesar de que fueron determinantes para la historia.

Al menos, hasta ahora. Contra este olvido se ha levantado Carlos Díaz Sánchez . Con su nueva obra ( «Breve historia de los grandes generales de la Antigüedad» , Nowtilus, 2019), este doctorando en historia busca desempolvar las gestas de los militares obviados por el tiempo y rendir su particular homenaje a los genios que han quedado ensombrecidos tras los nombres más colosales. Aunque, todo ello, sin olvidarse de los caudillos más mediáticos. Los dos ejemplos más claros son los que hoy nos ocupan: Mario (el arquitecto de las legiones como un contingente profesional -uno de los primeros de su tiempo-) y Germánico (que acabó con la revuelta de Arminio tras idear un nuevo sistema de combate que evitó que sus contingentes fueran destruidos por las emboscadas nativas). ¿Quién fue el mejor de ambos?

Cayo Mario: arquitecto de las legiones

Poco se sabe del origen de Cayo Mario , el militar que -además de destacar en el campo de batalla como un general correcto- se convirtió en el gran reformador de las legiones romanas. Pero vayamos por partes. Narra Díaz Sánchez que ni su madre ni su padre eran personajes influyentes entre los magistrados; todo lo contrario, más bien eran «unos completos desconocidos». Es decir, que tuvo que ganarse, desde que fue alumbrado en el año 157 a. C., su hueco en la élite de la Ciudad Eterna. Cejado en ser alguien, superó el no contar con un esclavo griego que le educara desde su infancia (sus progenitores no podían pagarlo) y se esforzó por despuntar entre sus coetáneos. Lo logró y el preceptor de su familia, Cecilio Metelo, le premió introduciéndole en el mundo militar. «Su única forma de promocionar era a través del ejército, donde sus hazañas podrían proporcionarle votos , dinero y fama », añade el experto.

No hay que negar que tuvo suerte, pues fue enviado a Hispania a las órdenes del gran Escipión Emiliano , el general que logró romper el candado de la ciudad de Numancia. En la Península, y con apenas 23 primaveras a sus espaldas, Mario bebió de la sabiduría militar del hombre que había destruido Cartago y fue testigo de los enfrentamientos entre dos de los contingentes más temibles de la época. A su vez, aprendió que la disciplina y el entrenamiento eran vitales para que las tropas estuvieran en una forma metal y física óptima. Así quedó claro cuando su superior prohibió que los legionarios pasasen buena parte de su tiempo rodeados de prostitutas e intensificó y amplió las escasas marchas con el objetivo de obligarles a ganar resistencia.

Tras conseguir una épica victoria militar en el río Mutul, y ya popular entre la población, Mario dio el salto a la política y logró convertirse en cónsul en el 106 a. C. Con todo, las envidias de su antiguo (e influyente) valedor, Metelo , provocaron que el Senado solo le ofreciera la provincia de África y apenas una legión para defenderla. Necesitado de hombres capaces de combatir al general local Yugurta , nuestro todavía joven oficial revolucionó el sistema de reclutamiento en su favor. Si, hasta entonces, solo podían convertirse en soldados los hombres más pudientes de Roma (aquellos que tuvieran un patrimonio de 11.000 ases ), él admitió que los llamados « capite censi » (las clases más bajas) tuvieran posibilidad de entrar en el ejército. La decisión causó un gran revuelo entre los más adinerados de la Urbs. El mismo historiador Cayo Salustio cargó contra él y achacó su decisión a que sus orígenes se hallaban en el campo.

A su vez, acabó con la tradición de que cada combatiente se costeara su armamento (algo imposible para los «capite censi») y logró que este corriera a cargo del Estado (una ley motivada antes por Cayo Graco). «Su decisión comenzó a estandarizar el equipo del ejército y su estructuración », añade el experto español. Por otro lado, y a cambio de pasar un tiempo extenso en las legiones, los soldados obtenían una parcela de tierra al licenciarse. Acababa de crear, sin saberlo, el ejército profesional . Pero no fue su única revolución. Tras observar que los manípulos (la unidad sobre la que se formaba la columna vertebral de los contingentes de entonces, formada por dos centurias de hombres) era demasiado pequeña para enfrentarse a los númidas , impulsó la cohorte (creada antes, pero apenas utilizada). Formada por tres centurias (cien hombres más), favoreció que pudieran implantarse formaciones más efectivas.

Cayo Mario

Mención a parte requieren su llamada a filas a los « evocati » (veteranos que habían luchado en otras guerras) y la estructuración de los conocidos como « auxilia ». «Era población no itálica que combatía a la manera de cada pueblo. Estos “auxilia” se distribuían entre la infantería o la caballería romana según la especialización», añade el experto. A cambio de dejarse la juventud por Roma, obtenían la ciudadanía al licenciarse . Un suculento regalo que hizo que se unieran a filas por miles. Esta decisión redujo la presión que el reclutamiento ejercía sobre sus conciudadanos. A su vez, consiguió que -en la capital- no se abandonase la producción de las tierras cada vez que comenzaba una guerra. Todas estas premisas fueron las que, años después, hicieron que Julio César , su tío, tuviera a su disposición a los ejércitos más letales de Europa; una máquina engrasada a la perfección entrenada para aplastar al enemigo.

Germánico: el emperador que aplacó a Arminio

Si Cayo Mario sirvió durante los años de la República (la cual se extendió entre los años 510 a. C. y 27 a. C.), Nerón Claudio Druso , más conocido por Germánico (el « praenomen » -nombre de pila- que le granjeó su padre tras salir victorioso en Germania), lo hizo después de la dictadura de Julio César y la llegada del Imperio . El que, a la postre, sería uno de los militares más exitosos de la Urbs vino al mundo en el año 15 a. C. Díaz Sánchez afirma que, «aunque no tenemos muchas noticias de su infancia más allá de que fue un miembro muy joven de la familia imperial», estaba emparentado con Augusto , el primer «imperator». Aunque su infancia fue más ducha que la del arquitecto de las legiones en lo que a estudios se refiere, su vida cambió el 9 a. C., cuando su progenitor falleció y él fue adoptado por Tiberio Claudio.

En palabras del autor español, «la adopción por Tiberio le proporcionó la posibilidad de desarrollar la carrera militar desde épocas muy tempranas». Basta con saber que, ya en el año 6 d. C. (con 21 años) acompañó a su nuevo valedor hasta Panonia y Dalmacia para aplastar la revuelta que, en estas regiones, se había orquestado contra Roma. Durante la campaña, que se extendió hasta el 9 d. C., fue una pieza clave para acabar con Bato, el líder rebelde, y tomar su campamento. Su buen hacer le valió una infinidad de conocimientos tácticos, el cargo de pretor (concedido por el Senado poco después de su regreso a la capital) y una distinción militar. Corrían buenos tiempos para él y para Roma. O eso parecía hasta que el emperador Augusto recibió la noticia de que los germanos se habían alzado contra su poder y habían aniquilado a tres legiones (la XVII, la XVIII y la XIX) al mando de Publio Quintilio Varo en el bosque de Teutoburgo.

Las legiones son vencidas en el bosque de Teutoburgo

La nueva supuso un severo golpe tanto para el emperador (que, según las crónicas, se negó a afeitarse y asearse durante semanas) como para la sociedad. Germania, hasta entonces en segundo plano, adquirió un papel preponderante. Había que aplastar la revuelta. Y había que hacerlo mediante un golpe certero a pesar de que el terreno era desfavorable para sus soldados. Con todo, no fue hasta la muerte del propio Augusto en el año 14 d. C. cuando se planteó la invasión de la zona para evitar el crecimiento del movimiento de Arminio . Por entonces, nuestro Germánico había hecho ya carrera política (era proconsul ) y tenía, bajo su mando, ocho legiones (un tercio del poder militar de Roma, en palabras del autor español). Era, además, el encargado de acabar con los alzados después de que Tibertio heredara el trono.

Con todo preparado para la invasión, Germánico tuvo que hacer frente a su primer gran problema: el motín de la mitad de sus legiones ante el miedo que suponía que el nuevo mandamás no tuviera dinero para pagarles. Nuestro protagonista afrontó este problema de una manera absolutamente revolucionara. En primer lugar, se personó ante los alzados y mantuvo con ellos una asamblea. «No resultó muy bien y, al intentar escapar sin éxito, les dijo que, si debía morir en sus manos, lo haría», añade Díaz Sánchez. Aquella determinación hizo que no acabaran con su vida. El general logró, en los siguientes días, interceder por ellos y -ante el asombro de muchos senadores- desmovilizó a los más veteranos y redujo hasta los 16 años el servicio militar. Su capacidad para evitar una revuelta en el seno de Roma hacen que el doctorando le considere como uno de los mejores generales de su tiempo y de la Urbs.

Germánico

Pero no fue su única victoria. Ya en territorio enemigo, acometió de una forma más que novedosa la conquista de las tribus germanas. A pesar de que, siempre en palabras de Díaz Sánchez, ningún general se había enfrentado a una situación similar («las poblaciones no se concentraban en grandes centros ni el paisaje era idóneo para luchar porque era pantanosa y boscosa») ideó un nuevo sistema de lucha. El método, sencillo, fue replicado a la postre por otros tantos generales y consistía en formar al convoy de legionarios en un gigantesco cuadro en cuyo interior se ubicaban los víveres. Así obtenían dos ventajas. En primer lugar, protegían los suministros y no se veían obligados a saquear a los nativos. En segundo término, podían responder a las continuas emboscadas y ataques por la retaguardia que el enemigo organizada día sí y noche también.

Durante las campañas en Germania se valió también de un sistema revolucionario para combatir. «Atacaba dos puntos a la vez para evitar que hubiese refuerzos por parte de las tribus germanas», explica el experto español. Dio, a su vez, una gran importancia a la información que le otorgaban los exploradores y a la ubicación de los caminos y las sendas . Al final, aplastó la revuelta en el año 17 d. C. y fue recibido en Roma como lo que era: un héroe. «Germánico fue uno de los grandes generales de Roma. Arminio y la desaparición de las legiones habían dejado la situación muy difícil en Germania, llegando a generar un sentimiento de invencibilidad hacia los germanos. Él, gracias a su buen hacer, consiguió solventarlo consiguiendo atacar y tomar muchas aldeas germanas», explica el autor en su obra. Nuestro protagonista, a su vez, acabó con una crisis militar que podría haber provocado un efecto llamada hacia otros pueblos enemigos de la Urbs. «Está considerado como uno de los generales más exitosos de la historia de Roma», finaliza.

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