La mala opinión del padre violento y alcohólico de Franco sobre su hijo: «Es para echarse a reír»

Pilar Jaraiz, sobrina carnal de Franco, recordaría que siendo niña había oído al patriarca llamar «inepto» al dictador y que decía «que su hijo se consideraba un estadista y un político de primera clase, como le hacían creer sus muchos aduladores»

César Cervera

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Nicolás Franco y Salgado-Araújo (1855-1942) fue un hombre alcoholizado y poco apreciado por sus hijos. Un padre ausente . Un veterano de guerra atormentado . Abandonó en 1917 a su primera mujer para casarse de forma no religiosa con otra más joven. Su figura quedó a partir de entonces desdibujada, desterrada de la familia y limitada a un par de anécdotas difundidas por los detractores de su hijo.

El 24 de mayo de 1890 el contador de navío Nicolás Franco Salgado-Araújo se casó en la iglesia militar y familiar de San Francisco, en El Ferrol, con una mujer española diez años más joven que él, Pilar Bahamonde y Pardo de Andrade. Los perfiles sobre la madre, que ejerció una influencia crucial en su hijo Francisco Franco, son muy elogiosos: mujer de carácter dulce, melancólica y a la vez firme.

De aquel matrimonio brotaron cinco hijos: Nicolás, secretario general de la Jefatura del Estado español; Francisco, Jefe del Estado; Pilar, testigo silencioso y correcto de toda la historia; Ramón, héroe del «Plus Ultra», y Paquita, que murió a los cinco años. Hasta aquí el parte notarial y rutinario de una familia que, en verdad, tenía poco de rutinaria. Y es que el padre resultaba una anomalía por su carácter inestable y autoritario dentro del hogar, y disoluto, campechano y extrovertido fuera de él.

Un cambio en su relación familiar

Nicolás Franco se encaminó directo a una vida en la rama administrativa de la Armada. En 1877 ingresó en la Academia Naval , donde demostró «singular aplicación, clara inteligencia y notable amor al cuerpo, obteniendo siempre los más honrosos testimonios de estimación y aprecio por parte del jefe de estudios y profesor que suscriben». Su vida militar ascendió burocrática y formal hasta que Cuba se alzó en el horizonte. Una de las últimas colonias españolas estaba dominada –diría Ramón y Cajal – por «el tabaco, la ginebra, el juego y Venus». Nicolás dio sobrada cuenta de los cuatro vicios durante su destino allí, empezando por las mujeres.

De la disoluta Cuba saltó a Filipinas en 1886. Allí combatió con el resto de militares españoles una insurrección generalizada de los moros de Mindanao. En esas fechas se le achaca un hijo bastardo llamado Eugenio que tuvo con una mujer de buena familia, hija de otro militar, y con la que descartó casarse. Cosas de la soltería, dirían los rumores de la época para excusarle. En España fue destinado a El Ferrol , ciudad con casino y burdeles, lo bastante entretenida para un soltero mujeriego con un temperamento inconformista como era el padre de Franco.

Francisco y Ramón Franco, Marruecos, 1925

Con todo, Nicolás se casó en aquellas fechas con la hija de un intendente , quien se propuso hacer de su marido un hombre serio e inerte, al menos en lo que a las aventuras amorosas se refiere. Un liberal despreocupado, simpatizante de la masonería y crítico con la Iglesia católica casado con una mujer muy conservadora, católica y austera; un choque del que surgieron cinco hijos.

La diferencia abismal entre ambas personalidades resquebrajó lentamente el matrimonio y empeoró la relación del padre con los hijos, que en otro tiempo había sido buena. Se preocupaba por ellos, les hablaba, les incitaba a estudiar y los llevaba a pasear hasta la dársena del puerto del Ferrol, donde veían zarpar los barcos, o hacían excursiones por la costa. Franco Salgado Araújo , primo del dictador, guardaba buenos recuerdos de aquellos tiempos antes de que todos crecieran:

«A nuestro tutor, que contaría entonces unos 45 años, le gustaba mucho pasear con sus hijos por los alrededores de El Ferrol; como es natural, también íbamos mi hermano menor y yo (...) En nuestros largos paseos por tierra, por las carreteras, caminos y montañas de la ría ferrolana, fomentaba nuestra cultura y unión fraterna. Mi tutor, que era un hombre muy inteligente y ameno, hablaba constantemente, nos describía las diferentes clases de terrenos, árboles, pájaros, ganado, etc., todo cuanto consideraba de interés que supiésemos; lo mismo cuanto se relacionaba con las comunicaciones telegráficas y telefónicas, electricidad, etc. Si paseábamos por un camino costero y se divisaba de cerca un barco, se apresuraba a describirlo, pudiendo asegurar que nos aprendíamos la técnica marinera y la nomenclatura, lo que jamás olvidé. No olvidé tampoco las magníficas lecciones de historia naval ferrolana».

«Mi tutor, que era un hombre muy inteligente y ameno, hablaba constantemente, nos describía las diferentes clases de terrenos, árboles, pájaros, ganado, etc.»

En cuanto llegaron a la adolescencia, el veterano de guerra se fue haciendo cada vez más exigente y severo. Se convirtió en un hombre autoritario y malhumorado, que perdía con facilidad la paciencia si le llevaban la contraria sus hijos. Furioso y, a veces, hasta violento . Si bien la hija mayor, Pilar, diría que nunca pegó a sus hijos más de lo normal en aquella época, sin que nunca aclarara que era «más de lo normal».

«Los niños, un tanto atemorizados por la malhumorada presencia de su padre, vivían sometidos a una rígida disciplina que los obligaba a sacar excelentes notas escolares y a portarse bien en casa. Paquito, sumiso y obediente, se limitaba a satisfacer las escasas expectativas que su padre había depositado en él, cumpliendo en el colegio sin esforzarse demasiado, mientras el niño buscaba el amparo de su madre para sentirse a salvo», explica José Luis Hernández Garvi en su obra 'Breve historia de Francisco Franco' (Nowtilus) . Fue así como la madre terminó ejerciendo una poderosa influencia sobre la mentalidad infantil de su hijo.

Pero no con todos los hijos se comportaba igual. El padre, de humor variable y adicto al alcohol, fue severo con Nicolás , su hijo mayor y al que consideraba más inteligente. Con Francisco aún fue menos comprensivo , porque además era quien más le recordaba a su mujer. Mientras que con Ramón, travieso e inconformista , resultó más indulgente . Con sus hijas, se limitó a mantener las distancias.

El matrimonio que distanció para siempre al hijo

Tras quince años de matrimonio, Nicolás retornó su vida de libertino consumido por un sentimiento de nostalgia hacia su juventud y a un imperio militar del que, pasado el Desastre del 98 , ya ni siquiera quedaban las ruinas. Así volvió a frecuentar y alcoholizarse en tascas y cafés. En 1907, el traslado del militar a Madrid, previo paso por Cádiz, y las reservas de su mujer a abandonar su querido Ferrol llevaron al límite el matrimonio.

Nicolás Franco Salgado-Araújo y María del Pilar Bahamonde

La disputa estaba sin resolver cuando se cruzó en el matrimonio una joven llamada Agustina con la que se casaría en una ceremonia informal, no religiosa, y con la que vivió en la calle Fuencarral en Madrid hasta su muerte. La familia llamaría a esta joven, con el título de Magisterio , «ama de llaves» de forma despectiva. Con ellos vivió una niña a la que Nicolás adoraba y que se rumoreaba que era una hija ilegítima de Agustina, si bien ella la presentaba como su sobrina.

Marginado de su familia, el patriarca observó con escepticismo la aventura africana de sus dos hijos militares, Francisco y Ramón, puesto que estaba en contra de la postura española en las guerras de Marruecos. Cuando su hijo fue herido gravemente en Biutz, Nicolás y su mujer se reunieron de nuevo, en 1916, ocasión en la que se lanzarían una batería de reproches acumulados.

Para Nicolás resultó una sorpresa que su hijo Francisco, de voz aguda y carácter tímido, se revelara un héroe militar y un ejemplo de valor durante las guerras africanas. El día de su boda con María del Carmen Polo Martínez , convertido en un acontecimiento de Estado dada la popularidad de Franco y de que el padrino fue el mismísimo Alfonso XIII , el padre no asistió. Lo que hiciera aquel hijo le daba un poco igual, no así los otros dos: Nicolás, su favorito; y Ramón, que despertó el interés de su padre cuando dejó las tropas moras y se hizo aviador. Le alegró reencontrarse con su hijo más aventurero y descubrir que compartía con él aquel carácter indomable. Ambos siguieron viéndose incluso cuando Ramón se convirtió en otro marginado de su familia por sus afinidades republicanas.

Marginado de su familia, el patriarca observó con escepticismo la aventura africana de sus dos hijos, puesto que estaba en contra de las guerras de Marruecos

Salvo con Ramón , su relación con sus hijos fue deteriorándose como revela el hecho de que, en 1934, a la muerte de Pilar, la esquela de ABC ignorase el nombre de Nicolás Franco y Salgado-Araújo . Únicamente se cita «su viudo», pero sin dar su nombre. Explica Paul Preston en su biografía ‘Caudillo de España’ que la familia se reunió luego para la lectura del testamento de doña Pilar, incluido Ramón Serrano Suñer en calidad de abogado y cuñado de Francisco. Nicolás llegó tarde, con aspecto desaliñado y protestando por todo. «¿Abogado? ¡Picapleitos será!» , afirmó cuando le presentaron a Serrano Suñer, el cuñadísimo.

«Mi otro hijo»

Aquel desprecio hacia Serrano Suñer separó aún más a padre e hijo, si bien el resto de vástagos mantuvieron el contacto con el patriarca de Pascuas a Ramos . La correspondencia entre Francisco y Nicolás, publicada por ABC en 2018, demuestra que la comunicación por carta siguió viva, aunque muy tensa, incluso durante el conflicto español. La Guerra Civil sorprendió a Nicolás en Galicia, donde había ido a pasar el verano. Si ya le había asombrado que su hijo fuera un militar tan destacado en tiempos de la Segunda República, el ascenso meteórico de Francisco Franco hasta la cima del Estado le haría frotarse los ojos con insistencia.

Recuerda Preston en su biografía que «cuando le preguntaba la prensa por su hijo, perversamente hablaba de Nicolás, o a veces de Ramón. Solo cuando le presionaban, don Nicolás hablaba de la persona que llamaba 'mi otro hijo'». Su opinión de Francisco era pésima y nunca escatimó sus críticas hacia el ambiente que se vivió en la posguerra, aunque también lo hizo hacia la «infección comunista». Cuenta el historiador Bartolomé Bennassar en su obra 'Franco' (EDAF) que el padre, de convicciones liberales, «se declaró hostil al Movimiento del 18 de julio, deploraba la orientación totalitaria del nuevo Estado y la influencia creciente del clero, al que consideraba reaccionario». Toda la barbarie de la guerra y la represión posterior le dejó horrorizado.

Ramón, Pilar y Francisco Franco (1906)

Pilar Jaraiz , sobrina carnal de Franco, recordaría que siendo niña había oído al patriarca llamar «inepto» al dictador y que decía «que su hijo se consideraba un estadista y un político de primera clase, como le hacían creer sus muchos aduladores, y que eso era para echarse a reír». «¿A qué llamarán aquí un político?».

En su libro 'Francisco Franco: la conquista del poder' (Ediciones Júcar, 1976), el historiador Philippe Nourry justifica estos desahogos públicos contra su hijo en una mezcla de esnobismo y de un resquemor no resuelto con su antigua esposa:

«Este diablo de hombre debía sentir, en efecto, una satisfacción bastante mórbida en despreciar la figura todopoderosa de su hijo y la dignidad de su Estado, con el espectáculo que daba de sí mismo. Desde hacía tiempo mostraba un carácter agrio y algunos aseguran que esto tenía sus raíces en el esnobismo que demuestran los oficiales de Marin al encontrarse con funcionarios del cuerpo auxiliar. Es muy probable. Los Franco, por su profesión, pertenecían a una categoría social media que les había impedido siempre ascender realmente a los escalones más altos».

Murió en 1942 convencido de que su hijo no estaba cualificado para gobernar en España. El dictador se encargó de alejar a Agustina del sepelio y de montar una capilla ardiente en El Pardo, desde donde partió el entierro con Nicolás vestido de intendente general (grado superior en la rama administrativa de la Armada).

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