Lahares: cuando un infierno volcánico de lodo arrasó la ciudad de Armero y segó 29.000 vidas
El 13 de noviembre, la explosión del Nevado del Ruíz descongeló la nieve de la cima y provocó un aumento del caudal de los ríos. El triste resultado: la destrucción de Armero
Las palabras sobraban para describir la tragedia. «Una erupción provocó el deshielo y el desbordamiento de los ríos», publicaba ABC el viernes 15 de noviembre de 1985 . Solo dos días antes, el volcán colombiano Nevado del Ruíz , el más septentrional de los Andes, había despertado de su letargo y expulsado una cantidad de lava tan ingente que fundió el hielo de la montaña. Aquello derivó en una triste reacción en cadena: el agua recién descongelada aumentó el caudal de los ríos y generó una avalancha de lodo tal, que sepultó el cercano pueblo de Armero . Según las cifras oficiales, murieron más de 29.000 personas.
Aquel día, la destrucción vino de mano de los lahares , el término técnico para referirse a los torrentes de barro, agua y porquería que ha saltado estos días a la actualidad por su relación con el volcán de La Palma . Aunque vaya por delante que los ríos que se podrían producir en la isla poco tienen que ver con aquellos que sepultaron Armero. En el caso español, el director técnico del Plan de Emergencias de la Volcánicas de Canarias solo ha advertido a la población de que «evite exponerse a las vaguadas donde se pueden dar episodios que pongan en peligro la vida de las personas».
De hecho, y según desvela la Red Sismológica Nacional de Costa Rica, el lahar que produjo el Nevado del Ruíz se cuenta todavía entre los más gigantescos de la historia: «Uno de los lahares más grandes se dio el día 13 de noviembre de 1985, fluyendo aproximadamente a 80 kilómetros por hora». El organismo recalca también que este tipo de fenómenos los forman «fluidos compuestos de sedimentos volcánicos con una gran cantidad de agua» que provocan «el arrastre de material, ya sea por intensas lluvias o por deshielo». Aunque quizá la forma más sencilla de definirlos sea como «una avalancha de productos volcánicos que busca los cauces de los ríos para seguir su trayectoria».
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Pesadilla colombiana
La noche más larga de Colombia empezó casi un año antes de 1985. Según explican los geólogos Guillermo Alvarado y Sergio Paniagua en ‘La catástrofe del volcán Nevado del Ruíz’, a partir de diciembre de 1984 se observó un incremento de la actividad sísmica en la zona. No se puede decir que se previera lo que iba a suceder, pero sí que es cierto que los gobiernos locales iniciaron una serie de investigaciones en la región para evaluar los riesgos de una posible erupción. En los meses siguientes, casi como un preludio de la tragedia, se contaron varias emisiones de vapor y temblores.
Pero pasaron las semanas y, el 13 de noviembre, llegó la pesadilla. Esa jornada, a eso de las once la noche (23.20), el Nevado del Ruíz –a 5.200 metros sobre el nivel del mar– entró en erupción. El estallido consistió en la eyección de cenizas y el aumento de la temperatura de la montaña. Hasta tal punto, que, como bien explicaba ABC, « se derritieron las nieves ». Según los mencionados geólogos, el glaciar sufrió una fusión parcial de entre el 3% y el 10% . Los deshechos fueron directos a las corrientes de agua cercanas. «Se generó un alud sobre los ríos, que se desbordaron a 200 kilómetros», añadía este diario.
Edgar Hernández, el corresponsal de ABC en la región, describió aquellos primeros instantes como una verdadera pesadilla. «Fue de madrugada cuando una explosión retumbó en la zona. El volcán Nevado del Ruíz dejó escapar de su cráter, Arenas, con un gran estruendo, una lluvia que empezó con ceniza, prosiguió con piedras y lava, y terminó con lodo». También añadió que los ríos que se habían desbordado por culpa de los lahares fueron, entre otros tantos, el Guali , el Azufrado , el Lagunilla , el Chinchina y el Magdalena . «La riada que resultó fue de tal naturaleza que arrasó a su paso todo tipo de cultivos y edificaciones», completó el reportero el mismo 15 de noviembre.
Destrucción total
Fue el peor desastre natural de Colombia; uno que se cobró 29.000 víctimas. La mayoría, ubicadas en la cercana Armero. Esta quedó sepultada casi en su totalidad en las primeras jornadas. «Ahora se dice que la ciudad, de más de veinte mil habitantes, prácticamente ha desaparecido del mapa», confirmaba el periodista de ABC. Los testigos lo corroboraban. « Armero ha desaparecido », explicaba Ausberto Hernández, un habitante entrevistado por el diario que había perdido a toda su familia. «Donde estaba Armero ahora hay solamente lodo. La gente quedó enterrada en el barro». El hombre también contó que logró salvar su vida de milagro gracias a que huyó a una de las zonas más altas de la urbe.
Las palabras de las autoridades eran duras, pero cristalinas: « Por uno de los ríos bajan decenas de cadáveres ». Durante horas, los helicópteros enviados desde Bogotá buscaron y buscaron supervivientes, pero solo hallaron a unos pocos afortunados subidos al tejado de sus casas. El resto se asemejaba a un mar de lodo. O a una « plancha de cemento », como explicó otro policía a una emisora de radio local. Las comunicaciones quedaron cortadas, los daños materiales fueron incontables y el tráfico aéreo fue suspendido. « La tragedia es muy grande », precisó el alcalde, quien señaló además que los lahares habían arrasado la friolera de una setentena de viviendas. Ese número se multiplicó a toda velocidad.
Las cifras concretas del desastre las ofrecen los geólogos en su dossier. Según reseñan, Armero, situada a 60 kilómetros del cráter, fue destruida en un 90% en el lapso de tan solo cinco horas. «El número total de muertos superó los 25.000. El 35% de ellos menores de edad; los heridos sobrepasaron los 4.000 y las viviendas destruidas las 4.500. Los damnificados resultaron ser más de 8.000». Cifras escalofriantes que un periodista local resumió con unas sencillas frases: «Ingenua indiferencia o falta de previsión terminaron por dejar al paso devastador del agua, ceniza y lodo un pueblo indefenso que dormía a la espera de una mañana que nunca llegó».
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