Las incógnitas sobre el asesinato de Carrero Blanco a manos de ETA que cuestionan la versión oficial
La banda terrorista cometió uno de los atentados mejor preparados de su historia criminal. El 20 de diciembre de 1973 acabó con la vida del presidente del Gobierno Luis Carrero Blanco, uno de los hombres más duros del régimen franquista
Tres miembros de ETA activaron el artefacto que mató a Luis Carrero Blanco el 20 de diciembre de 1973 . Los jóvenes vascos José Miguel Beñarán, alias «Argala»; Ignacio Pérez Beotegui, «Wilson» y Javier María Llarreategui «Atxulo», que apenas contaban con 25 años, prepararon un atentado perfecto como jamás se ha registrado en la historia de la banda terrorista.
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«Operación Ogro» fue el nombre en clave con el que la organización vasca denominó está acción, la cual había comenzado a prepararse un año antes. La idea originaria era la de secuestrar al almirante, pero al final se decidió por su asesinato tras ser nombrado presidente del Gobierno meses antes del magnicidio. Al parecer, toda esta maniobra comenzó cuando Argala viajó a Madrid, en 1972, y recabó la valiosa información del itinerario que realizaba Carrero cada día tras acudir a misa. A partir de entonces, los tres etarras comenzaron a estudiar todos sus movimientos de cerca sin ser percibidos por la Policía del régimen.
El final del almirante
Corría el jueves 20 de diciembre de 1973. Pese al frío y la lluvia de ese día, el barrio de Salamanca amanecía con mucho movimiento en una jornada previa al comienzo de la Navidad, donde la gente ultimaba sus compras. Eran las 9.25 de la mañana cuando se oyó un fuerte estruendo cerca de allí, en la calle Claudio Coello. De repente se escucharon sirenas de policía en el lugar de la explosión.
«¡Gas, gas!», gritró alguien. La calzada estaba destrozada y desapareció por completo una zona del pavimento. Había un enorme cráter frente al portal 104, de donde afluyó gran cantidad de agua que anegó una amplia zona de las calles. Varios edificios colindantes sufrieron roturas de cristales y desperfectos en sus fachadas.
A los pocos minutos de la detonación e mpezó a circular la noticia de que había tres fallecidos. Uno de ellos era el presidente del Gobierno, Luis Carrero Blanco , su escolta y el conductor del coche en el que iba subido. Los etarras hicieron explotar el artefacto justo cuando el almirante pasaba por allí, al término de su misa diaria en la Compañía de Jesús.
La explosión lanzó el vehículo de Carrero Blanco, modelo Dodge 3700 GT , hacia arriba, hasta rebasar el tejado del edificio de los jesuitas y caer en la terraza del interior del mismo. Los dos policías del coche custodia que llevaba detrás llamaron por radio a la central de la Dirección General de Seguridad. Comunicaron no ver al presidente y que olía a gas.
Esa interpretación de que había sido una explosión de una bombona de butano fue descartada pocas horas después. Era evidente que se había cometido un atentado terrorista contra la vida de uno de los hombres fuertes del régimen. Esa misma noche, una rama de ETA reivindicó la acción .
Lo que se contó del atentado
La versión oficial atribuye la jefatura del magnicidio a Argala y Wilson. Estos recibieron una cita en la cafetería del hotel Mindanao de Madrid , donde un desconocido con una gabardina les entregó un sobre con las pautas a seguir para cometer el asesinato. A partir de entonces controlaron todos sus movimientos . Asistieron a misa disfrazados de curas y comprobaron con sus propios ojos los agujeros de seguridad del presidente. Se atrevieron, incluso, a ponerse en la misma fila para recibir la comunión después de él.
Seis miembros de la banda alquilaron un piso en el bajo de un edificio de Claudio Coello como centro operativo para preparar el homicidio. El 7 de diciembre, trece días antes de la explosión, iniciaron la construcción de un túnel desde el sótano de la viviendaal centro de la calle. Aparentemente, se hicieron pasar por «peones de albañil» para colocar el explosivo bajo la calzada y que nadie sospechase del ruido y los cables visibles que se iban a utilizar.
El sumario del caso situó a Argala en la esquina de Claudio Coello y Diego de León , con el pulsador de la bomba que activó la explosión en el túnel al pasar el coche de Carrero frente al número 104. Un compinche subido a una escalera le dio el primer aviso cuando el Dodge 3700 GT negro llegó hasta el Austin Morris 1300 aparcado en doble fila (el cual contenía otro artefacto que no llegó a activarse), para obligar al automóvil a pasar por encima de la cazoleta de explosivos.
Los autores lanzaron un grito de «¡Gas, gas!», y así despistar a la gente que pasaba por las calles contiguas. Huyeron corriendo sin ser vistos y consiguieron escapar de Madrid.
Numerosas incógnitas alrededor del crimen
Muchos periodistas, historiadores y jueces han cuestionado durante años la versión oficial del caso . Es más, el sumario estuvo parado y andaba a trompicones, incluso llegó a desaparecer. Lo que se había dicho de los asesinos no cuadraba para nada con el ambiente de aquellos últimos años del Régimen.
La llegada de Henry Kissinger a España puso en alerta máxima a todos los servicios de la CIA, que tampocó se percataron de lo que estaban tramando los terroristas
Franco había cumplido 81 años el 4 de diciembre. Los rumores sobre su sucesión circulaban por todos los estratos del franquismo. En verano, el almirante Carrero Blanco había sido nombrado presidente del Gobierno y se convirtió, a ojos de todos, en el principal candidato para suceder al caudillo a su muerte y así proceder al continuísmo . Sin embargo, su desaparición propició, para muchos, el inicio de la Transición .
¿Quién se benefició de este crimen? ¿Por qué se perdió el sumario del caso? ¿Fue ETA la única implicada o había alguien más? Sucesivas incógnitas que se abren a la hora de explicar la muerte del almirante propiciaron el estudio y el análisis del criminólogo Francisco Pérez Abellán . En su trabajo «El vicio español del magnicidio» (Planeta, 2018), el autor trata de desmontar la versión oficial y consigue brindar unas rigurosas respuestas.
Desmontando la versión oficial
«ETA solo fue el chico de los recados»,afirma Abellán . Fue un crimen demasiado perfecto para haber sido ingeniado por un grupo de jóvenes inexpertos. ¿Cómo fue posible que un chico de 24 años adquiriera conocimientos para hacer una perforación en una vía pública por la que pasaba continuamente tráfico? El vuelo del pesado vehículo hasta una altura de tres pisos debido a la explosión, solo podía ser obra de ingenieros profesionales. Es más, la banda terrorista nunca había cometido un atentado a tales niveles técnicos, más bien eran especialistas «en el tiro en la nuca», explica el autor. Lo que hacen supuestamente los etarras es ser el cabeza de turco, «hacer de cortina de humo». Si reivindicaron el atentado era porque les convenía a ellos también.
Otro de los interrogantes es cómo pasaron desapercibidos estos terroristas en una sociedad dominada por el control férreo de la Policía político-social franquista , que se encargaba de impedir la entrada clandestina de comunistas y, evidentemente de etarras que en los últimos tiempos habían aumentado su acción . Era muy raro que, de repente, unos chiquillos como ellos entraran en la capital y se pasearan con total tranquilidad como si nada. Según Abellán, estos individuos no se comportaban de forma sutil, sino que eran ruidosos y tenían un acento vasco que los delataba.

Se suele pasar por alto la visita del secretario de Estado norteamericano, Henry Kissinger , durante esos días. Su llegada puso en alerta máxima a todos los servicios de la embajada estadounidense, incluidos los de la CIA , que se situaban en la calle Serrano. Pero parece ser que tampoco se enteraron de lo ocurrido y los terroristas pudieron excavar el túnel, pese a estar a decenas de metros de la sede blindada norteamericana, «algo que resulta increíble».
Abellán no termina aquí, sino que saca a relucir otra supuesta mentira. Fuentes oficiales plantean que los terroristas recibieron de alguien la «fascinante» información de que Carrero iba todos los días a misa. «Quisieron tomar a la gente por tonta. Todo Madrid sabía que era algo muy común en Carrero», aseguró. «Sin embargo, los libros de historia lo plantean como si hubiese sido un descubrimiento de los terroristas y que, a partir de ahí, fraguaron el crimen».
¿Una desgracia para el régimen?

Carmen Pichot , la viuda de Carrero, declaró en una entrevista a Julio Merino, el que fuera subdirector de «Pueblo», que el crimen había sido demasiado perfecto. «Todavía hay gente que se pregunta cómo pudieron prepararlo todo tan bien […] Creo que los vecinos de Claudio Coello protestaban por los ruidos […] y que algunas personas se habían extrañado de aquellos cables que tenían por la calle», declaró. Esas quejas de los vecinos fueron, de nuevo, pasadas por alto por el portero y la policía del barrio.
La respuesta del régimen fue del todo desconcertante. Torcuato Fernández Miranda , quien asumió la presidencia inmediata a la muerte del almirante durante once días, no decretó el estado de excepción; algo que extrañó mucho. Por otro lado, la misteriosa frase de Franco en el discurso de fin de año de 1973: «No hay mal que por bien no venga» . No hubo grandes discusiones sobre lo que había pasado, pasó y ya. Incluso hay quien se escandalizó ante la posibilidad de que la viuda de Carrero insinuase un «crimen de Estado».